Big Red Mouse Pointer

jueves, 12 de enero de 2017

RNH1: Pesadilla de un alma marchita

Capítulo 01 - Descenso a los infiernos

10 de Julio de 2012

La noche había caído sobre Stone City. Mirase por donde mirase no había señales de vida desde que había comenzado a internarse en los suburbios de la ciudad, al poco rato de separarse de su compañero. Un vasto silencio lo cubría todo. El sonido de sus pasos era lo único que sus oídos captaban, y el movimiento de su sombra proyectada bajo la luz blanquecina de las farolas era lo único que veía moverse. Una suave brisa veraniega mecía las ramas de los árboles cercanos. Por algún motivo, su instinto le decía que algo realmente malo había sucedido antes de que llegase a la ciudad.

Para el joven era cuanto menos desconcertante aquella tranquilidad, bastante atípica para una ciudad que incluso a aquellas horas de la noche, solía poseer bastante vida transitando por sus calles. No hacía tanto que había regresado de unas merecidas vacaciones de verano fuera de la ciudad. Fueron unas días idílicos junto a sus dos mejores amigos, en el que festejaron la finalización del curso universitario, y unas altas calificaciones.

Ni un alma se había visto desde que se separó de sus amigos, ni un solo sonido, ni un solo movimiento, tan solo sus pasos, su sombra y el viento. Tiempo atrás en Stone habían tomado una serie de extraños acontecimientos: gente desaparecida, cadáveres con marcas de mordeduras o desmembramientos, avistamientos de extraños rondando por el bosque, las afueras, y los límites de la ciudad, e incluso ataques a civiles por la zona de los avistamientos. Posteriormente algunos de esos ataques comenzaron a darse en los suburbios, en donde ahora mismo se encontraba.

Al principio se tomaron como rumores, o casos esporádicos a los que no se le prestaba demasiada atención. Con el tiempo los sucesos fueron en aumento, con ello la actividad policial en la ciudad, y a su vez, los medios de comunicación locales emitían más noticias sobre aquellos incidentes, incluso los medios nacionales y algunos internacionales, comenzaron a hacerse eco de aquello, aunque en bastante menor medida. La llegada de algunos grupos militares y organizaciones de fuera de la ciudad, junto a todo el secretismo que les acompañaban, tan solo echó más leña al asunto.

Muchos comenzaron a hablar de gente que moría para al poco regresar de entre los muertos y atacar a los vivos. Se hablaba de seres carentes de razón y capacidad de hablar, que buscaban saciar un voraz apetito por la carne humana, en otras palabras, zombis. Nadie creía en aquellas chorradas, aunque el termino "zombi" se volvió popular entre los habitantes de la ciudad. Muchos pensaban que sería más lógico imaginar a un grupo de psicópatas tras aquellos sucesos, que a seres de ultratumba. Ante toda aquella paranoia en la ciudad, no vio mejor momento para marcharse unos días fuera.

El joven adolescente detuvo sus pasos al captar una visión que lo llevó a paralizarse de inmediato. La brisa que había estado meciendo sus cortos cabellos oscuros se desvaneció de golpe, junto a la tranquilidad que invadía las calles que había estado recorriendo en total silencio. Los latidos de su corazón comenzaron a acelerarse ante el desolado panorama que en sus oscuros ojos se reflejaba. Por aquí y allá, bajo el sonido del crepitar de las llamas de los vehículos cercanos, varias decenas de cuerpos yacían por el suelo empapados en charcos de sangre. La luz del fuego y las farolas llenaban la carretera de sombras con extrañas figuras, y sobre la escena, la luna y las estrellas de aquel oscuro firmamento eran los testigos mudos de la catástrofe que allí había tenido lugar tiempo atrás.

Temeroso, con sus alarmas internas gritando, decidió avanzar al interior de la escena. Mirase por donde mirase, veía improvisadas barricadas formadas por mobiliario urbano y vehículos policiales, algunas aún permanecían en pie, y otras, parcialmente derruidas. Varias de las viviendas y locales próximos se veían dañados, y junto a estos, algunos vehículos abandonados eran pastos de las llamas. Por el suelo, los cadáveres eran fácilmente reconocibles por sus atuendos. Algunos iban uniformados con ropas militares, y otros con equipamiento policial. En menor medida, el joven podía ver cuerpos con ropas casuales, evidentemente civiles. Muchos de los cuerpos presentaban a simple vista mordeduras, e incluso mutilaciones.

El joven comprobó varias de las armas que yacían tiradas por el suelo, pero para su desgracia, la mayoría estaban descargadas. No sabía que había sucedido, pero fuese lo que fuese, lo que asesinó a aquellas personas podía seguir por la zona. Tras mucho rebuscar se hizo de un cinto con un par de fundas, un par de pistolas Glock 18, y algunos cargadores para sus nuevas armas.

Tras enfundar las pistolas cargadas, decidió que lo mejor era abandonar el escenario, debía de volver a casa para comprobar que sus padres estuviesen bien. Apenas avanzó unos metros, sus ojos depararon en una bolsa negra deportiva en el interior de uno de los vehículos policiales. El adolescente pensó que no le vendría mal encontrar algún arma de mayor tamaño, o incluso más munición para sus pistolas. Los bolsillos de sus pantalones vaqueros no eran precisamente espaciosos, por lo que decidió acercarse al vehículo en cuestión para hacerse con la bolsa. Abrió la puerta del vehículo introduciendo medio cuerpo en el interior de la zona destinada a los asientos traseros, agarrando la bolsa por la correa, la acercó hacia él para abrir la cremallera y ver lo que había en su interior.

Desde luego, encontró varias cosas realmente útiles: un mapa de la ciudad, un botiquín pequeño, un par de paquetes de munición para pistola y escopeta, una pequeña linterna, y una conveniente ganzúa. Aquellos recursos le serían de utilidad, pensó, especialmente viendo que había tenido lugar alguna clase de desgracia en la ciudad. Puede que fuese joven, pero sabía utilizar armas y pelear, e incluso forzar cerraduras sencillas por medio de una ganzúa, entre otras cosas. Además había otros elementos a los que no le encontraba demasiada utilidad, como unas esposas con su correspondiente llave y un par de walkie talkies, pero aunque no le fuesen actualmente de utilidad, decidió llevarlas consigo por si le venía bien usarlas en alguna clase de circunstancia.

El joven continuó revisando el contenido inconsciente de la amenaza que tras él se hallaba. Varias figuras se aproximaban a él con movimientos lentos. El chico vio en el asiento del conductor al oficial de policía muerto. El cuerpo tenía la cabeza estampada contra el volante, aparentemente debió de darse un buen golpe, pues su rostro estaba cubierto de sangre a consecuencia del golpe. Esparcidos por el suelo, había varios cigarrillos y una caja de cerillas. Los cigarrillos no eran de su interés, no era fumador, pero las cerillas quizás le fuesen de utilidad.

El chico se introdujo aún más en el interior del vehículo, y agarró la caja de cerillas del suelo de los asientos delanteros del vehículo policial. Nada más tomarla, sus ojos depararon en que en el asiento derecho reposaba una escopeta Spas 12, un gran arma que le vendría bien llevar encima para situaciones difíciles, por lo que no dudó en tomarla. También se hizo con el reloj de pulsera del agente fallecido para equiparse con él, así podría estar al tanto de la hora. Tras volver al asiento trasero y guardar las cerillas en la bolsa, sus oídos captaron un extraño y lastimero gemido a su espalda que lo alertó haciéndolo girarse de inmediato.

Una figura humana ataviada con el uniforme policial de la ciudad, se acercaba peligrosamente a muy pocos metros metros de él, y tras esta, otra multitud le seguía. ¡¿De donde habían salido?! Los ojos del cadáver andante permanecían eclipsados por una membrana blanquecina. Su piel había palidecido, y por todo su cuerpo grotescas heridas se hallaban aún sangrantes. En su cuello, un gran pedazo de carne había sido arrancado de cuajo. Sus pasos eran lentos y desganados, casi arrastraba sus pies por el asfalto. Alzando los brazos en su dirección, el cadáver comenzó a emitir un fúnebre gemido.

Raudo, aún incapaz de procesar lo que veía en su cerebro, el joven se introdujo completamente en el interior del vehículo cerrando rápidamente la puerta. El muerto se estampó contra el cristal de la puerta, y comenzó a aporrearla con sus manos ensangrentadas. Tras él, otros seres como aquel presentaban evidentes heridas que deberían de haberles causado la muerte. Algunos carecían de mandíbula, o de brazos, otros de garganta, e incluso podía ver la silueta a lo lejos de uno arrastrándose por el suelo ante la ausencia de sus piernas. La pregunta que se formuló era errónea, no debió de preguntarse de donde habían salido. No habían salido de ningún lugar, desde el principio habían estado ahí, yaciendo como cadáveres inertes que ahora, se levantaban para dirigirse al vehículo en el que se encerró. Eran los cuerpos de todos esos policías, militares y civiles que habían estado rodeándole en todo momento.

—¡¿Pero qué demonios son?! —se preguntó a sí mismo el joven.

Que pregunta mas absurda ¿verdad? Él conocía la respuesta. Había visto muchas películas y jugado a muchos videojuegos con aquellos seres como protagonistas, no eran otra cosa que muertos vivientes, mejor conocidos como zombis. El joven no pudo evitar recordar los rumores que circulaban por la ciudad sobre aquellas criaturas. Sea quien sea quien inició aquellos rumores, no parecía estar tan loco después de todo. Las sombras proyectadas de los muertos sobre el asfalto por la luz de las farolas y las llamas próximas, daban el efecto óptico a ojos del joven de haber muchos más de las que realmente habían.

La visión de tener a un monstruo de ficción aporreando el cristal del vehículo le impresionaba, aunque no tanto como se esperaba. Quizá el haber escuchado tantos rumores sobre el asunto, y de estar tan acostumbrado a disfrutar de aquellos seres en el mundo de la ficción por medio de los videojuegos y películas, no le causaba tanta impresión. ¿Cuántos eran? El joven observó en varias direcciones buscando alguna salida por la que escapar de aquella calle. Trató de abrir la puerta derecha trasera para salir a través de ella, pero estaba bloqueada por una boca de incendios. Tan solo le quedaba probar las puertas de la zona delantera. Fue entonces cuando sus ojos se detuvieron mirando a través del cristal delantero. Una figura se aproximaba corriendo al coche policial.

El joven centró su vista en la veloz silueta que se acercaba entre la oscuridad de la noche. Por un instante pensó que podía tratarse de alguien que venía en su ayuda, pero rápidamente se olvidó de aquella idea cuando la luz de una farola bañó aquella silueta, revelando la carencia de sus brazos. Un par de figuras más se levantaron del suelo para instantes después unirse al que emprendía la maratón hacia su ubicación. El coche tembló forzándolo a mirar a la ventanilla donde el cadáver aún la aporreaba. En unos momentos un grupo de zombis se habían aglomeraron en el lateral del vehículo, tantos como para empezar a mecerlo mientras golpeaban los cristales.

—Joder... joder... ¡¡¡JODER!!!

Un fuerte impacto lo sobresaltó al tiempo que una lluvia de cristales se lanzó hacia él. Una cabeza humana atravesó con brutalidad el cristal delantero. El no muerto fijaba sus pupilas inyectadas en sangre en la figura del joven, quien tumbado en los asientos traseros quedó completamente paralizado por el suceso. Como un animal rabioso, el escandaloso cadáver andante gritaba de rabia y desesperación. Aún careciendo de brazos, trataba de penetrar más y más a través del cristal para acceder al interior del vehículo, impulsándose con todo su cuerpo. Como una bestia poseída, trataba ansiosamente de llegar hacia el joven refugiado en los asientos traseros.

El vehículo continuaba zarandeándose cuando otras dos figuras saltaron sobre el capó del vehículo. Con una fuerza y energía irracional, muy al contrario de sus lentos y perezosos congéneres, estos treparon hasta el cristal, y comenzaron a golpearlo con el dorso de sus puños entre escandalosos gritos y gruñidos. Entre aquellos tres muertos vivientes, el cristal no aguantaría mucho. El joven agarró la escopeta y comprobó si disponía de munición.

—Cuatro disparos —dijo para él mismo.

Debía de ser preciso y rápido, en cuanto aquel cristal reventase ese trío entraría de un solo impulso alcanzándolo. No podía disparar hasta que los tres no estuviesen muy juntos, debía de reventarlos de un solo tiro. Cada vez el vehículo se mecía con más fuerza, debía de procurar no fallar. El joven apuntó hacia el objetivo. Con escandalosos crujidos, el cristal se resquebrajaba más y más. Finalmente cedió con un potente estallido permitiendo que los tres seres de ultratumba ingresasen casi medio cuerpo al interior del vehículo. El joven apretó el gatillo instintivamente, cerrando los ojos evitando que los fragmentos de cristal se le clavasen al momento de estallar. Un poderoso rugido pulverizó en una orgía de sangre, sesos y huesos las cabezas de los tres muertos vivientes por toda la parte delantera del vehículo y el capó.

Lentamente abrió los párpados. Tres cuerpos inertes yacían caídos en la parte delantera del vehículo. Solo las piernas asomaban por el boquete en el que el cristal del vehículo se había localizado. Si tan solo hubiese tardado uno o dos segundos más en apretar el gatillo, las criaturas lo habrían alcanzado. El joven inspiró y espiró varias veces tratando de tranquilizarse. Lo había hecho. Había acabado con ellos. Estaba a salvo. La aglomeración de muertos habían dejado de mecer el vehículo para dirigirse al capó y trepar torpemente por él, tratando de acceder al vehículo por el boquete que hicieron los otros tres al reventar el cristal. El chico suspiró viéndolos trepar. Tenía que dar gracias a que fuesen lentos.

—Tengo que volver a casa. —susurró el joven pensando en sus padres.

Abriendo la puerta izquierda trasera del vehículo, ahora libre de zombis, el chico salió rápido con la bolsa deportiva y la escopeta colgadas a su espalda. Sin tiempo que perder, emprendió una carrera lo más lejos posible del lugar, rumbo a su casa.

El chico continuó moviéndose por las calles desiertas de los suburbios. Teniendo en cuenta que toda su vestimenta era oscura, trató de moverse alejado de las farolas y demás fuentes de iluminación, procurando camuflarse todo lo posible con las sombras de la noche. Debía de evitar que aquellos seres que devoraban los cadáveres de sus víctimas por la calle lo viesen. Era asqueroso. Ver a uno de esos seres introducir sus manos en el vientre de una persona muerta, y sacar sus intestinos ensangrentados para morderlos con fuerza era algo tan repulsivo que le daban ganas de vomitar. Sus pasos lo llevaron a un supermercado cercano. Tenía hambre. Le hubiese gustado tomar algo en algún bar cercano, pero vista la situación...

La puerta del local se abrió, emitiendo el sonido de una pequeña campanita plateada sobre esta. El local estaba iluminado, pero no parecía haber nadie. Multitud de productos yacían tirados por los suelos, y muchas estanterías se encontraban vacías. Parecía que ya habían saqueado el lugar. En el suelo pudo ver un pequeño televisor tirado, y aparentemente estropeado. Tan solo hacía un ruido desagradable sin mostrar ningún canal en la pantalla gris. El joven desconectó el cable haciendo que el sonido cesara y la negra oscuridad sumiese al aparato en una muerte silenciosa.

—Debería de coger algo y largarme de aquí rápido.

El joven recorrió el local inspeccionando lo que quedaba en las estanterías. Agarró un par de barritas energéticas, tres botellas de agua y un par de latas de comida que tan solo necesitaba servirse y calentarse para ingerirse. No le agradaba estar en ese supermercado bien iluminado, cualquiera podría verle desde el exterior. A decir verdad, no le gustaba estar en la ciudad aunque Stone City fuese su hogar. Sus tíos le habían enseñado que en caso de un gran desastre, la ciudad era el peor sitio en el que podías estar, y cuanto más cerca estuvieses del núcleo de esta, mucho peor.

Ambos, tíos por parte de su madre, servían juntos en el ejército. Ninguno de ellos vivía en la ciudad. En verano solían cogerse un permiso de vacaciones para estar con sus familias, y hacer planes familiares a los que él asistía todos los veranos, pudiendo reunirse así con sus primos. Este año fue una excepción, pues emplearon el permiso para mudarse y asentarse por motivos de trabajo a otra ciudad. Cada año, pasaba parte del verano viviendo con ellos. Durante ese tiempo le enseñaban al igual que a sus propios hijos, el manejo básico de un arma de fuego, a como usar correctamente un cuchillo de combate, también algunos conocimientos de supervivencia básica, e incluso defensa personal.

Sus primos querían ingresar al ejército americano tras alcanzar la edad permitida, y seguir los pasos de sus padres. Aquellos conocimientos los impartían sus tíos por medio de campamentos, excursiones, y otras actividades que solían hacer al aire libre. Aprovechando que él pasaba el verano con ellos, también le enseñaban. Sus padres no sabían nada al respecto, prefería mantener aquellos entrenamientos en secreto, pues probablemente su madre pondría el grito en el cielo, y no le permitiría volver a irse con ellos.

En un caso como en el de Stone, lo mejor sería abandonar la ciudad tan rápido como fuese posible. Cuanto más tiempo estuviese en la ciudad, y más se internase en el centro urbano, mayor riesgo correría. Por otra parte en caso de necesitar suministros, a medida que las horas pasasen sería más complicado conseguirlos, pues la mayoría de comercios de la ciudad probablemente habrían sido ya saqueados por los ciudadanos, tal como sucedía con aquel supermercado.

En un sitio como los Estados Unidos, en donde gran parte de la población disponía de armas de fuego en sus casas, las armerías probablemente no fuesen el principal objetivo a saquear. El joven pensaba que el principal objetivo de los saqueos serían las farmacias, a fin de preparar un botiquín con toda clase de recursos médicos, y conseguir aquellos de los que dependían algunas personas con problemas de salud. Después, los comercios para abastecerse de alimentos y agua, y aumentar así el tiempo en que las personas pudiesen confinarse en sus casas por días o semanas sin salir y exponerse al peligro. Por último las armerías, teniendo en cuenta que gran parte de la población solía disponer de algún arma de fuego y munición en sus casas.

Dirigiéndose hacia la salida del local moviéndose entre las filas de estanterías vacías, el joven detuvo sus pasos al contemplar una presencia de la que no se había percatado anteriormente. Entre las estanterías, al frente, un no muerto había doblado una esquina cercana situándose a una corta distancia de él. Una figura femenina de gran altura y envergadura irrumpió en su campo visual. Una mujer obesa lo observaba con aquellos ojos rojo sangre, emitiendo un gemido espeluznante. Vestía una camiseta ancha de tirantes con el logotipo “Big Mother”, y unos pantalones de chándal bastante cortos y apretados. Sus ropas dejaban expuestas los grandes pliegues de su piel en brazos y cuello, e incluso su tripa estaba al descubierto. Sus piernas eran cortas, pero robustas, y la sangre de la que fue su última víctima impregnaba casi la totalidad de su vestimenta. Aquel ser lo miraba ausente, emitiendo algunos espasmos. De su barbilla sangre y saliva goteaba incesantemente.

El joven le quitó importancia, no podía cogerle ante su condición física. Retiró la mano del mango de una de sus pistolas enfundadas, decidiendo ahorrar munición y dar un simple rodeo entre las estanterías para llegar a la salida sin más problemas. Entonces, apenas le dio la espalda para cambiar de pasillo, un grito colérico lo sobresaltó. Tan rápido como se giró la vio flexionando las rodillas dispuesta a abalanzarse. ¡¡Mierda!! El chico corrió cambiando de trayectoria en cuanto la criatura, a pesar de su complexión, corrió hacia él sin que su propio peso supusiese problema alguno para su movilidad. El chico corrió entre las estanterías perseguido por semejante mastodonte, quien en su persecución iba tumbando algunas de estas, formando un gran escándalo dentro del local.

El chico no paraba de correr, alternando entre pasillos buscando con la mirada la salida más cercana. Tras él, la no muerta poco a poco se le iba acercando con sus brazos en alto, haciendo temblar levemente el suelo a cada uno de sus paso. No podía dejar que lo alcanzase, no estaba dispuesto a convertirse en su “Happy Meal”. El chico pensó que con semejante envergadura, probablemente se lo tragara sin siquiera hacer el esfuerzo de masticar.

Jadeando, el joven dio con la salida de emergencia a lo lejos, a la que se dirigió de inmediato. Tras él podía escuchar a aquel ciclón tumba estanterías aproximarse peligrosamente a él. Tan rápido como pudo, el joven salió por la salida de emergencia cerrándola de un portazo tras de sí, accediendo a un callejón trasero. Se descolgó la escopeta, y tras recorrer unos metros de distancia se detuvo en secó girándose en el sitio, justo en el momento en que la puerta se abrió de un portazo mostrando a su objetivo saliendo al mismo callejón en el que él mismo se localizaba.

La zombi no tardó en dar con él, y tan rápido como lo vio emprendió de nuevo su persecución. El joven con la escopeta preparada apuntaba a la cabeza a la espera de que se acercara lo suficiente para no fallar al gran melón que tenía por cabeza. No recorrió mucho, no más de dos metros antes de que su cabeza reventara en pedacitos ante el potente escopetazo, haciendo que aquella enorme mole de carne finalmente cayese desplomada al suelo. El joven no tardó en volver a colgarse la escopeta y salir corriendo del callejón, aquel disparo atraería a más de esos seres si permanecía ahí parado.

Se internó por varias calles, y dobló varias esquinas avanzando de camino a su casa, evadiendo el contacto directo y la cercanía con los podridos que deambulaban por las oscuras y fantasmales calles de la ciudad. Sus pasos se detuvieron repentinamente ante una pequeña figura que apareció corriendo por la vía izquierda de una intersección a la que el joven se encaminaba. ¿Un zombi de aquellos que corrían? No, no podía ser eso. La pequeña silueta detuvo sus pasos abruptamente al percatarse de la presencia del joven que a unos metros le apuntaba con una pistola. Ambos permanecieron unos instantes observándose, hasta percatarse de que ninguno de los dos era uno de esos seres. El joven acababa de toparse con la figura de un niño que aparentemente estaba solo, corriendo por las peligrosas y oscuras calles de la ciudad.

—Hey... —llamó este bajando el arma. —No voy a hacerte nada, ¿estás solo? —preguntó acercándose cautelosamente al niño ya con el arma enfundada.

Ante la respuesta, el chico retrocedió un par de pasos viendo como el joven que le hablaba avanzaba lentamente hacia él. Observando las distintas vías que se abrían de aquella intersección, el chico parecía buscar alguna zona por donde esconderse.

—Oye, no voy a hacerte nada. ¿Estás bien? Tranquilo... —trató de calmar este al observar las reacciones del chico. —Me llamo Davis Taylor, tengo diecinueve años, y estoy perdido y solo, como tú seguramente. Estoy tratando de volver a casa con mis padres. —comunicó este a fin de procurar mostrarse amable ante el chico.

—Me llamo Tom, yo tengo nueve años. —contestó el joven tras unos instantes observando al tal Davis en silencio. —No estoy perdido.

—¿Entonces que haces aquí solo? Es peligroso estar corriendo a estas horas por la calle, hay... hay monstruos... ¿sabes?

El chico asintió con la cabeza.

—Sí, lo sé, los he visto. —contestó simplemente permitiendo a Davis acercarse más.

Tom, un chico de nueve años de cabello oscuro y ojos verdes. Aparentemente no parecía estar muy asustado, a pesar de haber visto a los zombis rondando por la ciudad. Estaba completamente solo, por más que mirase en la dirección por la que el chico salió al centro de la intersección, no pudo ver rastro de otras personas ocultas o a simple vista en todo lo largo de la calle por la que vino.

—¿Y qué haces solo, Tom?

—Yo... no lo sé... —respondió casi con un susurro agachando la cabeza. —No tengo a donde ir, solo huyo de los monstruos mientras busco un lugar para esconderme de ellos.

Davis permaneció unos instantes mirando seriamente al chico. Algo no encajaba.

—¿Y tus padres? ¿Por qué no estás en casa?

—Muertos, igual que mi prima y mis tíos. Ellos se transformaron en esos monstruos y ahora están en mi casa. Hui de allí, Ana, mi prima... ella... ella... murió para que yo saliera de casa y papá y mamá no me atraparan. —el chico quedó unos momentos en silencio. —Luego encontré a los policías, a la mujer y al hombre que me ayudaron en el parque hace unos días, pero hubo un accidente de coche. Los zombis se acercaban y la mujer rubia me dijo que huyera, y eso hice. No sé qué pasó con ellos. Ahora te he encontrado a ti, hasta ahora he estado corriendo y escondiéndome de los monstruos que me seguían. —comentó levantando la cabeza para mirar al joven adolescente que tenía en frente.

Davis lo observó con gravedad. Por lo que le contó entendía que no tenía a nadie de quien depender, solo y perdido, simplemente huía de los zombis. Aquel chico había visto a sus padres transformados en esas cosas, e intentaron matarle. Gracias a la intervención de su prima, pudo salvarse a costa de la vida de ella. Probablemente había visto como se la comían viva antes de huir de su propia casa, escuchando los gritos de aquella chica quedando atrás mientras se alejaba todo lo que podía del que era su hogar. El joven deparó entonces en su físico, sus brazos, rostro y rodillas estaban llenos de moretones, raspaduras y cortes superficiales, probablemente de aquel accidente de coche del que hablaba.

—¿Y ese arañazo? —preguntó Davis agarrando el brazo del chico. —Se ve fatal, debe de estar infectado, ¿te duele?

—Pica mucho, está caliente y duele... Me lo hizo papá cuando trató de atacarme mientras dormía. Ana me salvó de aquella ocasión también.

El rostro del chico se veía sucio y cansado. Sus ojos hinchados de llorar le daban una triste imagen a los ojos del joven. Le sorprendía como un simple niño había pasado por todas aquellas experiencias terroríficas, si seguía solo acabaría por encontrar una muerte segura, de eso no le cabía duda alguna.

—Oye, ¿por qué no vienes conmigo a casa de mis padres? Puedo cuidar de ti, y mis padres te caerán bien. —le propuso a Tom. —Es mejor que andar solo sin saber a donde ir ni que hacer ¿no?

—Mmmm... —el chico se tomó unos instantes pensando en la propuesta, hasta que finalmente accedió. —Vale. ¿Está muy lejos de casa?

—Ah... Sí, la verdad es que todavía está algo lejos si vamos caminando.

Tom bostezó.

—Está bien, vamos. —contestó con una sonrisa.

Caminaron juntos por media hora, siempre tratando de ir lo más ocultos posible, evitando las fuentes de luz y los espacios abiertos a fin de no ser vistos por las criaturas. Davis se percató de que el paso de Tom se iba ralentizando. El chico estaba cansado, y se había quejado ya en un par de ocasiones de que tenía hambre. Finalmente Davis tomó la decisión de pasar la noche en alguna casa de los suburbios, por lo que empleando la ganzúa y tras algo de tiempo, logró acceder al interior de una vivienda que por fuera parecía estar abandonada. Tras entrar decidió registrar para comprobar que efectivamente estaba abandonada, y no había ninguna clase de peligro en su interior. El joven a fin de pasar desapercibido de cualquier criatura o humano que pasase frente a la vivienda, cerró bien puertas y ventanas, bajando las persianas y teniendo como única fuente de luz unas velas que encendió con las cerillas que guardaba en su bolsa deportiva.

—¿Estás seguro de quedarnos aquí? —preguntó Tom sentado en una de las sillas de la cocina arrimado a una mesa a la espera de la cena. —¿Tus padres no se preocuparán por ti? —quiso saber mirando a la espalda de Davis.

Davis soltó una extraña risa seca, y guardó unos instantes en silencio antes de contestar.

—Sí, supongo que sí. —respondió simplemente mientras servía en unos platos hondos alguna clase de comida cárnica enlatada que había estado calentando en una cacerola. —Toma, que no se te enfríe, pero ten cuidado, quema un poco. —advirtió colocándole el plato y la cuchara en la mesa. —Y de postre una barrita energética de chocolate.

—Gracias. —respondió con una amplia sonrisa. —¡¡Auch!!

—Te dije que soplaras, estaba algo caliente. —suspiró el joven colocándole un vaso de agua y una servilleta para limpiarse en la mesa. —Si te quedas con hambre me lo dices, ha sobrado algo más en la cacerola.

—Sí. —respondió tras beber un trago de agua.

Davis se incorporó en la mesa dispuesto a cenar junto al chico.

—¿No nos encontrarán aquí los monstruos? —preguntó soplando a la cuchara llena.

—No. Las ventanas y puertas están bien cerradas, las persianas bajadas, las cortinas corridas y bajo la puerta de la entrada he colocado una toalla para evitar que se escape algo de luz que pueda ser vista desde fuera. Eso sí, no enciendas ningún interruptor, tenemos que iluminarnos solo con las velas, he encendido cuatro, hay dos aquí en la cocina y otras dos en el salón. Si necesitas ir al baño llévate uno de los candelabros con la vela contigo, pero te repito, no enciendas ninguna luz de la casa. —contestó el joven antes de meterse la cuchara en la boca.

—Está bien. Por cierto, ¿tienes algún hermano, Davis?

Un extraño silencio cayó en la sala, lo suficientemente extraño como para que Tom se percatara de que había preguntado algo que por algún motivo no parecía agradar a su compañero, o por lo que no contestó al momento.

—Tuve. Una hermana. —contestó simplemente. —Y date prisa en acabar, será mejor que nos vayamos a dormir temprano, mañana tendremos que madrugar. —advirtió antes de echar un vistazo a la hora que marcaba el reloj de pulsera que le había quitado a aquel oficial muerto.

—Si, está bien. —contestó dándose prisa en cenar.

Davis se puso a recoger la mesa y a limpiarla cuando ambos hubieron acabado, cuando de repente una fuerte tos por parte de Tom le sorprendió. Ya le había escuchado varias veces toser, parecía ser persistente, pero cada vez lo hacía más fuerte.

—¿Estás bien? —preguntó dejando los platos en el fregadero.

—Si, estoy bien. Me habré resfriado.

—¿En verano?

—No sé, llevo tiempo tosiendo. Mamá me estuvo dando medicina para la tos hasta hace poco. —contestó encogiéndose de hombros antes de volver a toser con fuerza.

—Desgraciadamente no tengo ningún jarabe para la tos... —comentó Davis torciendo los labios insatisfecho.

—No importa, se me pasara solo. —respondió bajándose de la silla. —Me voy a dormir al sillón, tengo sueño.

—Está bien. He dejado una manta por si necesitas arroparte, ahora voy yo.

—Vale.

Davis volvió a girarse para limpiar los elementos que había utilizado para cocinar cuando la voz de Tom lo hizo girarse para verlo en la entrada de la cocina.

—Davis, lo siento. —comentó mirando hacia el joven que aún permanecía en la cocina.

—¿Por?

—Por preguntarte por tu hermana.

—Ah, eso... No importa, no preguntaste nada malo. —respondió este con una sonrisa al ver como Tom se preocupó por haberle hecho aquella pregunta. —Venga, vete a dormir, y si te sientes mal o necesitas algo durante la noche despiértame.

—De acuerdo. —contestó antes de marcharse al salón.

A lo largo de la noche, Davis se despertó en varias ocasiones al sentir a Tom moverse mucho en el sofá en el que dormía, así como por la recurrente tos fuerte que le atacaba a lo largo de la noche. Le dejó un vaso de agua cerca de una pequeña mesilla para que bebiese algo cuando le diesen aquellos ataques de tos, y le dejó una de las velas encendidas cerca tras despertarse ante una pesadilla que tuvo. En una de las ocasiones en las que se volvió a despertar, Davis creyó haber escuchado una potente explosión proveniente de alguna parte de la ciudad, pero estaba tan agotado y medio dormido que pensó que tal vez eran imaginaciones suyas. Finalmente tras varias horas en el que tanto uno como otro tuvo difícil el conciliar el sueño, ambos parecieron lograr quedarse dormidos.

11 de Julio del 2012

El sonido de la alarma de un reloj cercano había despertado a Davis, quien de inmediato lo apagó, y al ver que Tom no había logrado despertarse aún, decidió ir a hacer algo para desayunar y darle un tiempo más para dormir.

—Tom, es hora de levantarse. —llamó el joven ya con el desayuno preparado. —Venga, dije que había que madrugar, tenemos que seguir moviéndonos. —le recordó viendo como las agujas del reloj apuntaban a tempranas horas de la mañana.

Su llamada no obtuvo respuesta alguna. El chico continuaba envuelto y tapado hasta la cabeza con la manta. El joven se acercó y meció levemente su cuerpo pidiéndole que se levantara ya, pero aún así no obtuvo respuesta. Davis le quitó la manta de encima para percatarse de que algo malo le sucedía. Tom se encontraba en posición fetal, abrazándose a sí mismo entre temblores. Su rostro estaba cubierto de gotas de sudor, y su piel pálida hacía remarcar unas oscuras y profundas ojeras en los ojos verdes apagados del joven.

—¡Hey! ¡¿Qué te sucede?! ¡¿Te sientes mal?! —preguntó el joven alarmado arrodillándose para colocarse a la altura del joven. —¡¿Cómo te sientes?!

Un fuerte ataque de tos respondió a las preguntas de Davis.

—Tengo frío, estoy cansado, y me duele todo el cuerpo... —contestó cerrando los ojos con fuerza al sentir que la claridad que entraba por una de las ventanas que Davis abrió dañaba sus ojos. —No quiero desayunar, no tengo hambre.—susurró al tiempo que un par de lágrimas descendían de sus ojos cerrados.

Davis se quedó perplejo ante la situación, por lo que colocó la mano en la frente para asegurarse de que tenía lo que pensaba que padecía.

—Estás ardiendo... —susurró.

—Tengo mucha fiebre...

El joven se quedó en silencio unos momentos pensativo. No disponía en su botiquín de ninguna clase de medicamento que pudiese ayudar a Tom. Debía de llevarlo a un hospital, cerca se encontraba el Santa María. Davis miró el reloj de pulsera, el hospital no estaba a más de quince minutos de distancia caminando, por lo que, recogiendo todo su inventario, abandonó la casa cargando con el chico en brazos.

Al cabo de un rato moviéndose a paso ligero, Davis logró entrar al hospital Santa María, el cual estaba completamente vacío, o al menos eso parecía a primera vista. No escuchaba ningún sonido, ni veía nada moverse por los pasillos. El joven entró a una de las muchas habitaciones del hospital, y sentó a Tom en una camilla próxima a una ventana desde el que se podía apreciar la calle.

—Oye, voy a buscar algo para esa fiebre. No te muevas de aquí, y cualquier cosa grita. ¿Está bien?

—¿Me voy a morir, Davis? —preguntó el chico mirando a través de una ventana al exterior.

—¡¿Qué?! ¡No, por supuesto que no! ¡¿Qué pregunta es esa, Tom?! —preguntó el joven alterándose un poco. —Oye, te prometo que no te va a pasar nada malo, mientras estés conmigo estarás bien, ¿de acuerdo? Y quítate esa idea de la cabeza.

—Está bien, me pondré bien cuando me traigas la medicina. Luego iremos a ver a tus padres. —comentó el joven de rostro cansado con una triste sonrisa.

—Exacto, así me gusta, trata de ser positivo. —respondió devolviéndole la sonrisa. —Bueno, voy a... ¡Hey!

Davis agarró el brazo del joven al percatarse de que este se rascaba con rabia. Aquel arañazo estaba claramente infectado. Parecía haber empeorado durante la noche a pesar de que se lo desinfectó al poco de entrar a la casa abandonada, tal vez porque Tom se lo estuvo rascando mucho durante la noche. A su alrededor, la piel del brazo había tomado una ligera coloración grisácea. Tenía muy mala pinta, y Davis desconocía completamente por qué se veía el arañazo de aquella manera.

—¡No te rasques Tom, vas a acabar abriéndote la herida y acabará sangrando!

—Está bien...

No duró más de cinco segundos cuando el joven volvió a hacerlo, solo que esta vez empleó la palma de su mano en vez de las uñas.

—Iré a por algunas medicinas para la fiebre. No te muevas de aquí, no tardaré. —anunció el joven antes de abandonar rápidamente la sala cerrando la puerta tras de si.

El joven recorrió varias de las salas en busca de algún almacén donde se guardasen medicamentos. A decir verdad, no tenía ni idea de qué buscar exactamente, recordaba algunos jarabes que tomaba cuando de pequeño tenía fiebre, el problema sería si en aquel hospital encontraría medicinas como las que él tomaba, de lo contrario habría que acudir a una farmacia, el problema... es que la mas cercana estaba a veinte minutos a pie, y Tom se veía muy frágil en su estado. Buscó y buscó por todas las habitaciones y despachos en busca del almacén, nada. Sintiendo una gran impotencia el joven continuó buscando, apretando el gatillo con cada antiguo empleado zombificado del hospital con el que se topaba, por suerte, eran de los lentos y tampoco fueron muchos los que encontró por ahí deambulando.

—¡Lo encontré! —exclamó el joven dando con un pequeño almacén.

Rebuscó entre las medicinas de las estanterías, pero desgraciadamente no le sonaba ninguna de las marcas que encontraba, ni sabía para que servían, únicamente podía coger aquella que tuviese alguno de los nombres que por su cabeza pasase. Buscaba y buscaba, y nada encontraba. Davis comenzó a sentirse cada vez mas impotente, si no encontraba alguna de esas medicinas que conocía, no podría tratar a Tom para que mejorase. Comenzaba a sentirse desesperado. Nada, ni una sola marca conocía. Casi todos los botes de fármacos habían sido examinados. Nada, ni un nombre le sonaba.

—Maldita sea... —susurró el joven con rabia.

Un fuerte golpe se escuchó cuando el joven pagó su frustración propinando una fuerte patada a una de las estanterías. Cabizbajo, Davis no sabía bien que hacer. No tenía conocimientos médicos, tampoco había tenido que cuidar nunca de ningún niño enfermo por su cuenta, y era plenamente consciente de que estaba tardando, y cuanto más tardaba, Tom más empeoraba.

El joven se sentía un inútil, incapaz de cuidar de un niño ante su inexperiencia, simplemente no sabía que hacer. Suspiró pesadamente, necesitaba calmarse, si no conocía los nombres de los medicamentos, no le quedaba otra que mirar las instrucciones de estos hasta encontrar alguno que ayudara a tratar la fiebre. Uno a uno, el joven se dispuso a comprobarlos.

Mientras tanto, Tom continuaba mirando a través de la ventana con los ojos semicerrados. A pesar de que la claridad de la mañana dañaba su vista, no quería cerrarlos, temía hacerlo y dormirse, y que algún monstruo pudiese entrar en la habitación y hacerle daño. Las lágrimas continuaban saliendo de los ojos, era molesto. Su piel pálida, poco a poco parecía tomar una leve tonalidad grisácea, sus ojos verdes, vivos en algún momento, ahora se apagaban lentamente perdiendo aquella bonita tonalidad. Le costaba respirar, sentía que su nariz estaba atascada, por lo que había decidido continuar tomando aire por la boca, aunque su pecho le doliese a cada respiración.

El joven se llevó inconscientemente la mano al bolsillo del pantalón, sintiendo un pequeño objeto en su interior. Por un momento había olvidado que tenía aquello allí, aquel regalo que le dio su prima Ana. Entonces el chico sintió algo cálido descender por su brazo. Tom vio un leve hilo carmesí descendiendo desde el arañazo maltratado por sus persistentes uñas, hasta su muñeca. Se veía muy feo aquello, la herida del arañazo inflamado se abrió, sangre y pus salían de las aberturas, pero aun así no le dolía. Incluso si tocaba el arañazo, no sentía dolor alguno en la zona, solo un quemazón. Era raro...

Cerró con fuerza los ojos permitiendo que un par de lágrimas descendiesen por sus mejillas. Se sentía mal, muy mal, tenía frío, le era imposible ocultar aquellos temblores, y la tos aún seguía ahí acosándole. El chico se tumbó en la camilla haciéndose un ovillo. Le dolía todo el cuerpo, salvo el arañazo. Davis le traería la medicina y se curaría, como hacía su mamá cuando enfermaba, él se curaría, y a cambio, le regalaría a Davis aquello que Ana le regaló a él, como agradecimiento.

Se iba a curar. Davis le prometió que estando con él no le pasaría nada, luego iría a conocer a sus padres, y seguramente abandonarían la ciudad y él podría irse con sus abuelos a la ciudad en la que ellos vivían. El abuelo y la abuela estarían muy tristes cuando supieran lo que les pasó a sus padres, a sus tíos y a su prima, pero él estaría con ellos. Les ayudaría a tratar de no estar tristes, aunque él lo estaba. Le dolía el corazón si pensaba en su familia muerta, le dolía mucho... Pero él era un hombre, como dijo su papá, los hombres tienen que ser fuertes, por eso trataba de serlo y no quejarse del dolor.

Davis vendría pronto, aunque sentía que hacía ya mucho que se había ido. El chico recordó nuevamente que estando a su lado no le pasaría nada, pero ahora, Davis lo había dejado allí solo, ya no estaba con él. A veces desde la camilla dirigía la vista a la puerta, esperando a que esta se abriera y viera a Davis llegar con la medicina. Vendría, y él se curaría. Se lo prometió.

Los rápidos pasos de Davis cruzaban por los pasillos portando un frasco en la mano, finalmente pudo encontrar algo para la fiebre del chico. Tras varios minutos, logró encontrar la sala donde dejó a Tom, deteniendo sus pasos y abriendo suavemente la puerta. Y allí seguía, el joven permanecía mirando al techo con los ojos cerrados. Debía de estar dormido, por lo que se acercó lentamente a él para no sorprenderlo.

—Hey Tom, encontré algo para la fiebre. —anunció el joven llegando a la camilla. —¿Tom? ¿Estás despierto?

El chico no se inmutó. Davis meció el hombro del chico tratando de despertarlo.

—¡Hey, Tom! ¡¿Estás bien?! ¡¡Tom!!

El chico abrió lentamente los ojos, y observó al adolescente con el rostro descompuesto a su lado.

—Ah... ¿Ya viniste? Me quedé dormido sin darme cuenta... —respondió con un débil tono de voz, y un más que evidente cansancio.

—Ya veo... Tengo la medicina... Solo deja que lea el papel con la información par ver la dosis que debes tomar, ¿está bien? —respondió el joven bastante angustiado al contemplar como de desmejorado estaba el chico desde que lo dejó solo. —Veamos...

Finalmente Davis le dio la dosis al chico que ponía en el prospecto. —Hasta dentro de unas horas no te lo puedes tomar de nuevo. —informó el joven releyendo de nuevo el papel informativo.

—Vale...

Tras dejar Davis el medicamento en una mesilla cercana, se percató de la situación del arañazo. Le preocupaba bastante el aspecto que tenía, no se veía nada bien. El chico se había estado rascando mucho haciendo que la herida se abriese, y aunque le dijo que no se rascase, era evidente que lo había seguido haciendo. Davis decidió limpiarle y desinfectarle nuevamente la herida.

—Intenta no rascarte, por favor.

Tom asintió en silencio. Davis se sentó a los pies de la camilla, y comenzó a buscar temas de conversación con el chico, tratando de mantenerlo entretenido. Le preguntó sobre los estudios, su familia, amigos, sus comidas favoritas, las cosas que le gustaba hacer, entre otras tantas. Al principio surgía efecto, el chico parecía algo más animado conforme se conocían más el uno al otro, pero llegado el punto, Davis se percató que cada vez le costaba más hablar, por lo que prefirió dejarlo descansar.

Colocó la mano en la frente del chico sin apartar la vista de su pecho, sus respiraciones eran lentas, y su temperatura continuaba siendo muy elevada. ¿Estaría haciendo efecto la medicina? Se preguntó. La mirada verde pálida del chico permanecía fija en el techo, mientras las lágrimas no dejaban de brotar de sus irritados ojos. Davis no quería aceptarlo, realmente no quería, sentía una fuerte opresión en su pecho, pero sabía realmente lo que acabaría pasando. No quería aceptarlo, simplemente no podía. El joven frunció mucho el ceño antes de agitar la cabeza apartando todo pensamiento negativo de su mente.

—Estás muy caliente, voy a ir al baño a humedecer alguna toalla para colocártela en la frente y bajar tu temperatura... —comentó con un tono de voz serio y una mirada vacía que el joven Tom no pasó inadvertido.

Ante el silencio, Davis se dio media vuelta dispuesto a abandonar la sala.

—¿Me voy a curar? —preguntó el joven inocentemente.

Aquella pregunta, lanzada como un dardo a la espalda de Davis detuvo sus pasos en seco. Apretó los dientes y puños con fuerza. Las lágrimas habían comenzado a asomar ante aquella pregunta emitida con aquel leve e inocente hilo de voz. Tom observó la espalda del joven, en completo silencio a la espera de una respuesta. Davis trató de no derramar ni una sola lágrima, ni dejar que su voz se quebrase a la hora de contestar.

—No me voy a curar, ¿verdad?

—Sí... Te vas a curar, claro que sí, Tom... Te curarás y estarás de nuevo bien... —contestó el joven sin dejar de darle la espalda al chico.

—Menos mal... —suspiró el joven aliviadamente. —Pensaba que no me iba a curar. Estando contigo me pondré bien, seguro. Ellos me cuidaban cuando enfermaba, y me daban medicinas, igual que tú. Seguro que pronto mejoraré, y podremos ir juntos a buscar a tus padres.

Aquel comentario hizo aún más mella en la mente del joven. Él no era su padre, ni su madre, no sabía siquiera si lo que estaba haciendo por él le ayudaba realmente. Nunca había tenido que hacerse cargo de un niño enfermo. Por otra parte, le estaba mintiendo, se sentía en aquel preciso momento un ser miserable por darle falsas esperanzas. ¿Pero qué podía hacer? ¿Era acaso su culpa todo lo que estaba pasando? No tenía experiencia en eso, hacía lo que podía, pero aún así... Se sentía patético por no poder hacer más por él, a pesar de que se responsabilizó del chico.

—Davis, toma. —llamó el joven metiendo la mano en el bolsillo.

El joven se giró tras lograr contenerse las lágrimas, y sin decir nada se acercó a la camilla.

—Extiende la mano.

El joven hizo lo que el chico le pidió, y en su mano se depositó un objeto pequeño. Era un llavero, con su cadenita metálica y una figura de un oso polar sentado que sostenía entre sus patas superiores un pequeño corazón, tras este, en su espalda blanca, estaba escrito el nombre de Tom en negro.

—Me lo regaló mi prima Ana hace unos días, me gusta mucho, pero prefiero que lo tengas tú como un regalo por cuidarme. —comentó el joven con una amplia sonrisa en el rostro. —¿Ah? Tienes lágrimas en los ojos.

—¿Qué? ¡Ah no, no es nada! —respondió el joven secándose con el dorso de sus puños las lágrimas que asomaban. —Es solo que me ha emocionado que me hayas querido regalar algo tan importante. Lo llevaré siempre conmigo, gracias Tom. —respondió el joven acariciándole la cabeza y guardando el llavero en su bolsillo. —Ahora voy a por la toalla húmeda, no tardo. Descansa.

—Está bien.

Davis abandonó la sala y continuó andando hacia el baño más cercano a paso ligero. Se sentía muy mal. Aquello le dolió bastante, y no se merecía aquello. Realmente aunque estuviese haciendo lo que podía por él, no estaba sirviendo de nada. Cada vez se le veía peor, y la medicina no parecía hacerle efecto alguno. El joven tras humedecer una toalla bajo el grifo de uno de los baños, la retorció y se vio así mismo al espejo. Su rostro estaba triste, y sus ojos enrojecidos de aguantar las lágrimas. No quería continuar observándose a sí mismo, tenía que ir con Tom de inmediato y tratar de bajarle la fiebre con la toalla humedecida.

—Ya estoy. —anunció entrando a la sala y acercándose a la camilla. —¿Estás dormido? —preguntó al verlo nuevamente con los ojos cerrados.

El joven colocó la toalla en su frente. Estaba ardiendo, pero aún con la diferencia de temperatura, el chico no reaccionó de ninguna manera al sentir la toalla fría sobre su frente. Ni un solo movimiento.

—¿Tom? Hey... Abre los ojos... deja de bromear... —llamó el joven con una fingida sonrisa. —¿Tom?

Sus ojos depararon en su pecho, este ya no se hinchaba. Sus dedos no se movían. Sus respiraciones ya no se escuchaban.

La mirada del joven se plagó de sombras. Sí, ya lo sabía... Tom ya no despertaría, ya había sucedido. Cabizbajo, incapaz ya de contener las lágrimas, nada hizo cuando estas surcaron sus mejillas. Sus dientes asomaron al tensarse su mandíbula, y sus uñas se clavaron con fuerza en la palma de sus manos cuando estas se cerraron en un par de puños. Sus piernas flaquearon obligando al joven a arrodillarse frente a la camilla. Nada pudo hacer por salvarle, y lo sabía desde un inicio. Trató de engañarse a sí mismo huyendo de sus pensamientos negativos. Quería creer que podría ayudarlo, en vano, fue incapaz, y para colmo le mintió diciendo que se curaría, que estando con él no le sucedería nada malo. Se lo prometió.

No era más que un maldito mentiroso. Otra vez, una vez más se repetía la historia. Igual que con su hermana, también le había fallado a él a pesar de haberse responsabilizado de su bienestar. Las lágrimas cayeron sobre la superficie del suelo, en donde Davis fijaba aquellos tristes ojos oscuros arrodillado. Sentía su pecho oprimido con fuerza, nublado y golpeado por la impotencia y una profunda tristeza. Fue entonces cuando un leve sonido lo hizo sorprenderse. Aún con las lágrimas surcando su rostro, alzó la vista topándose con una abatidora y escalofriante escena.

Tom yacía sentado en la camilla con su mirada fija al frente, ignorando la presencia del chico que hasta hacía unos instantes se había encontrado arrodillado en el suelo llorando su pérdida. Davis negó con la cabeza ante la imagen. No, no quería que acabase así después de haber muerto. Tom giró la cabeza para observarlo, su aspecto había cambiado. Su piel finalmente sucumbió a un leve tono grisáceo, y aquellos bonitos ojos verdes ahora habían sido teñidos de un intenso rojo carmesí. Mostrando sus dientes entre gruñidos, aquel que una vez fue Tom se puso lentamente en pie sobre la camilla.

—No... —susurró el joven retrocediendo mientras desenfundaba con su temblorosa mano una de sus pistolas. —No... No puede acabar así...

Con un grito cargado de rabia, el zombificado Tom saltó hacia Davis tirándolo al suelo. Ambos forcejearon con violencia. Uno para comer, y otro para no ser comido. Las mandíbulas de Tom se abrían y cerraban con fuerza haciendo castañetear los dientes mientras no dejaba de gritar como un animal rabioso. Davis agarraba al chico por el cuello evitando que este le mordiera. Con su otra mano libre tomó su arma, y colocó el cañón de la pistola bajo la barbilla del joven infectado.

—Perdóname Tom. —susurró mientras un par de lágrimas descendían. —Perdóname por no poder cumplir mi promesa. —susurró mirándole a los ojos.

Tras disculparse, apretó el gatillo acabando con la vida el ser en el que Tom se había transformado. Gotas de sangre mancharon el rostro de Davis, quien aún permanecía en el suelo sosteniendo el cuerpo inerte. Tras unos instantes contemplando el cuerpo sin vida, se levantó cargando con él entre sus brazos para colocarlo delicadamente sobre la camilla, y tras limpiarse con el dorso de las manos aquellas gotas de sangre, y guardar el humeante arma en su funda, extendió una blanca sábana sobre el cadáver tapándolo por completo. El joven agarró de nuevo sus pertenencias y se dispuso a abandonar la sala, no sin antes dedicarle una última mirada triste a la silueta que yacía bajo aquella sábana. Davis marchó silenciosamente abandonando aún muy afectado el hospital. Tenía que volver a casa.

El sol se encontraba en lo alto del firmamento. Una figura andaba silenciosa y cabizbaja por el medio de la carretera, no muy distinto al caminar de uno de aquellos seres carentes de vida. Davis Taylor no había sido capaz de detener su marcha sin dejar de castigarse así mismo por lo que le sucedió a Tom, cuyo cuerpo había dejado allí abandonado hacía unas cuatro o cinco horas. Sus pasos habían descendido, pero aún así continuaban dirigiéndose hacia su casa. Lento pero decidido.

¿Debió de haber enterrado en algún lugar el cadáver? ¿Estuvo bien dejarlo allí sin más? ¿Realmente pudo curarse de aquella fiebre si se la hubiese detectado antes? ¿Pudo ser que la herida de su brazo se infectara causando su muerte? ¿Si se la hubiese desinfectado de algún modo con algún tipo de medicamento específico habría muerto? ¿Por qué se transformó en zombi si no tenía ninguna mordedura visible? ¿Tal vez ocultaba alguna bajo su ropa y no se lo dijo? ¿Pudo hacer algo más por él? Muchas cuestiones pasaban por su cabeza obligándolo a prestar una atención mínima a todo lo que le rodeaba. No había muchos zombis por la zona, intuía que hacía tiempo que la mayoría había abandonado los suburbios internándose aún mas en el interior de la ciudad en busca de gente a los que morder.

—¡Hey! —una voz masculina a su espalda lo sobresaltó.

El joven se giró rápidamente desenfundando una de sus pistolas. Frente a él ya había alguien armado con un M16 que le apuntaba desde unos metros con un láser rojo entre ceja y ceja. Davis reconoció de inmediato al tipo por su vestimenta y su arma. Era un soldado del ejército americano. A simple vista se trataba de un hombre joven, le echaba unos veintisiete años, de corto cabello oscuro y piel morena, parecía latino por sus rasgos. Alto y musculoso, tenía una cicatriz en la mejilla derecha. En silencio y sin moverse del sitio ni bajar el arma, el soldado se encontraba examinándolo minuciosamente con aquellos ojos verdes de pies a cabeza.

—Por un momento pensé que eras un zombi, chico. —dijo aquel hombre con un notable acento latino. —Baja el arma, estoy aquí para ayudarte.

—¿Ayudarme? ¿Por qué? —preguntó guardando el arma de nuevo en su funda.

—Es mi trabajo. Tengo que buscar civiles y guiarlos al centro de la ciudad.

—¿A qué te refieres? ¿Por qué el centro de la ciudad?

—¡¿Ah?! ¡¿Pero donde has estado metido?! ¿Es que no sabes lo del plan de evacuación? Se transmitió no hace mucho, estuvieron dando la brasa por megafonía, llamadas telefónicas, carteles informativos, o por el canal propio de radio y de televisión de la ciudad... Parece mentira que no lo sepas, estuvieron mañana, tarde y noche recordándolo. —contestó acercándose a Davis.

—Estuve fuera unos días. No he estado al tanto de lo que ha estado sucediendo en la ciudad.

El soldado suspiró.

—Resumiendo, la cosa es que todo se fue a la mierda entre ayer y antes de ayer. Estoy seguro de que ya te habrás percatado de ello. La policía, el ejército y los cascos azules de la ONU estuvieron cooperando para evacuar civiles en las zonas afectadas por los ataques zombis. Las hordas de muertos empezaron a adentrarse cada vez más en la ciudad, desde la zona del bosque hasta los suburbios atraídos por las evacuaciones. Tratamos de frenarlos, pero eran demasiados. La idea era desalojar a la población de esas áreas en varios grupos en función de los distintos barrios afectados, y posteriormente reunirlos a todos en un punto de encuentro para guiarlos al centro de la ciudad. Se habilitó una serie de viviendas sociales en la que alojar a los afectados mientras se luchaba contra el avance de los muertos en aquellas zonas. —explicó —Pero pasaron muchas cosas que torcieron los planes. El número de zombis y monstruos aumentaba con rapidez. La gente que moría, volvía a la vida y se volvían nuevos enemigos con los que lidiar. Al final nos tuvimos que retirar cuando las barricadas comenzaron a caer, y ahora los zombis caminan con total libertad por toda la ciudad. Algunas de las evacuaciones ni siquiera pudieron llevarse a cabo ante la situación.

—Ahora entiendo porque aquella escena...

—¿A qué te refieres chico?

—Cuando entré en la ciudad y me recorría los suburbios encontré muchos cadáveres de militares y policías, barricadas, vehículos y armas por todas partes.

—Debiste de toparte con una de las zonas de guerra. Como te dije, fue imposible detenerlos. Estábamos muy disgregados debido a que al mismo tiempo que se contenía la amenaza, se estaban realizando varias evacuaciones. No éramos suficientes para ocuparnos de tantos enemigos. Tiempo atrás el cuerpo policial de la ciudad se ocupaba del tema, y ya cuando la cosa estaba tan mal que hasta la propia policía no podía gestionar la amenaza, los militares y los cascos azules fuimos enviados a apoyar, y hasta ayer mismo han estado llegando unidades y recursos a la ciudad para intentar salvarla. Los peces gordos actuaron tarde, y gestionaron mal la forma de afrontar esta amenaza.

—Ya veo...

—Ante la situación, se comunicó a toda la población que tratase de ir al centro de la ciudad por su propia cuenta, a la base militar que se levantó sobre el viejo búnker de la ciudad. Si la cosa empeoraba en exceso, sacaríamos desde allí a toda la población por medio de una flota de helicópteros y aviones que el Gobierno cedería ante la crítica situación. También se comunicó a la ciudadanía como matar a un muerto viviente, para que tuviesen posibilidades de sobrevivir ante un ataque de estos. —explicó. —Intuyo que las fuerzas policiales han sido exterminadas, hace mucho que no veo a nadie llevando el uniforme policial. Los que aún quedamos con vida, soldados y cascos azules, tenemos el deber de matar a todas las criaturas que nos encontremos para frenar el avance de estas, y poner a salvo a cualquier civil con el que nos topemos.

—Es lógico actuar de esa forma, pero como dices, la gestión de esta crisis no ha sido la mejor. Si se hubiese actuado antes, y se hubiese mandado a más personas desde un inicio, quizás podría haberse contenido mejor la amenaza. Podrían haberse hecho mejor las cosas...—comentó algo molesto. —Por cierto... ¿Dijiste zombis y monstruos? ¿Es que los zombis no son lo único que hay?

—Los muertos vivientes no son lo único que deambulan libremente por la ciudad. Seres mucho peores que estos jugaron un gran papel en el tema de que todo se desmadrase. Son criaturas aberrantes.—respondió el soldado recordando a algunas de las que vio en el campo de batalla. —No sé cual es su origen, ni el de los zombis, pero como te topes con uno de esos seres, será mejor que corras. —Ambos permanecieron en silencio unos momentos. —Bueno, ya sabes de forma resumida lo que ha pasado en la ciudad durante tu ausencia, así que andando, a la base. —ordenó pasando por al lado de Davis emprendiendo camino hacia el centro de la ciudad.

—No.

—¿Cómo dices? —preguntó girándose ante su respuesta.

—No tengo intención de ir allí, antes tengo que hacer algo.

—¿Algo? ¿Qué es más importante que ir allí para ponerse a salvo?

—Tengo que ir a mi casa. Tengo que ver si mis padres están bien.

Ambos quedaron unos instantes en silencio mirándose a los ojos directamente. Davis estaba dispuesto a ir, le gustase o no a aquel tipo. No iría a ningún lugar hasta que supiera si sus padres estaban bien. El soldado por su parte se quedó meditando por unos instantes la situación, hasta que finalmente suspiró.

—Está bien, pero iré contigo. Si tus padres están encerrados en su casa es mi deber llevarlos junto a ti a la base para poneros a salvo.

—Está bien, vamos. —contestó el joven tomando un camino distinto al que el soldado iba a tomar. —Y por cierto, no me llames chico, soy Davis Taylor.

—Está bien Davis, yo soy Kyle Morales. No te separes de mi. Me ocuparé de que no te suceda nada. —contestó el soldado caminando al lado del civil al que acababa de conocer.

Sin más que decir, ambos continuaron siguiendo la ruta del joven hacia la casa de sus padres.



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