Big Red Mouse Pointer

lunes, 28 de julio de 2014

NH2: Capítulo 034 - Un rayo de luz en medio de la oscuridad

El inconstante sonido de las agujas del reloj de aquella sala de espera hacía que la tensión aumentara por segundos. Aquel desagradable ruido en medio de tal silencio era como una sentencia de muerte que no pronosticaba nada bueno. Cada segundo parecía más largo. O esa fue la impresión que tuvo M.A., que no hacía más que dirigir nerviosas miradas hacia el lugar por el que había desaparecido Inma.

El chico, apoyado en una pared enfrente de donde estaban Eva, Florr y el pequeño Adán, no paraba de pasar la mano por su cinturón con gesto inquieto una y otra vez, asegurándose de que su arma seguía allí. Apenas era consciente de aquello. Sin embargo, Florr sí que se había dado cuenta. Un tanto exasperada le lanzaba miradas fulminantes al rubio, pero este estaba demasiado ensimismado como para notarlo.

La chica había estado tentada de soltarle algún que otro de sus comentarios. Pero, no estaba de humor. No, desde lo de Mickey no estaba para nada con ganas de chistes malos y peleas absurdas. Bufó sin intentar disimular su estado de ánimo, recostándose aún más en el asiento. No paraba de pensar que su hermano era un estúpido. Estaba harta, estaba francamente harta. Harta de que no contara con ella, de que la dejase de lado con tal de protegerla ; harta de aquella mierda en general. Cuándo podría confiar en ella. ¿Cuándo? ¿Tendría que esperar mucho más? ¿Acaso aquel día llegaría? Más que harta, en realidad estaba cansada. Cansada de todo.

Echó ligeramente la cabeza hacia atrás mirando hacia el techo. Lo que en un tiempo había estado pintado de un blanco inmaculado había dado paso a un color grisáceo y verdusco, lleno de grietas y moho. En algunas zonas daba la impresión de que de un momento a otro terminaría por ceder. A la vista de aquello, el pensamiento de hacía un rato volvió a surgir en su mente. ¿Cuándo fue que perdió la noción de lo que la palabra ‘hogar’ implicaba en realidad? Aquel hospital vacío y solitario no era más que el reflejo de lo que era su corazón. Tanto tiempo viviendo de aquella manera había hecho mella. Apretó los dientes al darse cuenta de lo crudo de aquella afirmación.

A Adán, que estaba cerca de la chica y que la conocía bien, no le pasó desapercibida la angustia que la invadía. Se separó de su hermana para poder llegar junto a Florr. Ella, al notar su presencia, bajó la cabeza para poder mirar al chiquillo a los ojos. No pudo evitar dedicarle una media sonrisa, aunque le salió una mueca extraña. Estaba claro que al niño no se le pasaba nada por alto, y menos de ella. Se conocían lo suficiente como para saber cuándo el otro estaba sufriendo sin necesidad de preguntarse.

Mientras, Eva, no pudo sino mirar con ternura a su hermano. Su nobleza y amabilidad le enorgullecían. Permaneció sentada allí, dejándole el resto a Adán. Sabía que era prácticamente el único que podía ayudar a Florr en ese momento. Solo había dos personas capaces de hacerlo. Uno era su hermano y el otro, sin duda era Puma. “Puma…” El recuerdo de la conversación que habían mantenido mientras inspeccionaban el hospital se le vino a la cabeza de nuevo. No sabía si había servido para algo, aunque, para empezar, no estaba muy segura de cómo había salido con aquello. A pesar de ello, esperaba que algo, por pequeño que fuera, hubiera calado en el insensible corazón de su compañero.

A pocos metros, El chico rubio, ajeno a lo que sucedía en el resto dela habitación, volvió a mirar el reloj. En el fondo sabía que era absurdo, porque aquel aparato estaba roto. Las agujas andaban a un ritmo irregular, casi  caprichoso podría decir. Por eso, sabía que, aunque lo mirara una y otra vez, ese hecho no cambiaría. Aquel reloj no le serviría para saber qué hora era ni cuánto tiempo había pasado exactamente. Sin embargo, apenas sí era consciente de lo que hacía. Estaba demasiado inquieto como para darse cuenta de lo absurdo de su comportamiento.

“Debería haber vuelto ya con esos dos… ¿qué estás haciendo?” Con aquello rondándole la cabeza se separó con cierta brusquedad de la pared y caminó hacia el centro de la sala, bajo la atenta mirada de Eva. Se pasó la mano por su pelo, revolviéndolo sin cuidado alguno, y volvió a dirigir la mirada hacia el reloj. Habrían pasado, al menos, cinco minutos desde que Inma se había ido a avisar a Maya y Puma. ¿Por qué tardaba tanto? No era tan difícil, ¿no? Solo tenía que avisarles. Sin darse cuenta empezó a dar vueltas por la sala de espera.

El joven paró en seco al darse cuenta de que giraba en círculos. Se rascó la cabeza y suspiró. “Tranquilo, ya estarán al caer.” Intentaba tranquilizarse, pero era prácticamente imposible. A medida que pasaba el tiempo, las probabilidades de que Dyss, Alice y aquellos dos estuvieran en peligro iban aumentando. Eso le ponía nervioso, no era capaz de calmarse. Estaba tentado de salir corriendo a su encuentro, pero la razón le decía que no era lo más sensato. No, tenía que tranquilizarse un poco. Y, sin darse cuenta, comenzó a dar vueltas por la sala.

Eva miraba al rubio entre irritada y divertida. No paraba de preguntarse si un tipo como aquel no estaría en extinción en los tiempos que corrían. Sin duda tenía que ser así. No concebía la idea de que hubiera más de su especie[/], o ,más bien, le espantaba la idea de que no fuera así. En un primer momento, podría decir que le divertían las divagaciones de aquel muchacho, pero ya empezaba a cansarse. Sin embargo, su aburrimiento no duró mucho, porque -en cuanto comenzaba a debatirse entre levantarse y tumbar a aquel rubio o simplemente dejarlo inconsciente- unas rápidas y ágiles pisadas comenzaron a resonar por toda la estancia. Todos se percataron de ello.

—Ya, ya… ya vienen… –logró decir Inma al llegar junto a ellos. La carrera la había dejado sin aliento. Se agachó ligeramente, apoyando las manos en las caderas.– Ya están aquí –aún respiraba entrecortadamente.

Ciertamente, detrás de ella aparecieron  Maya y Puma irrumpiendo en la estancia. Sus caras reflejaban lo que todos estaban pensando. M.A., que no había sido capaz de articular palabra al llegar Inma, después de haberse recompuesto, y aprovechando que habían llegado los otros dos, se dirigió a Puma adelantándose a Eva.

—Ya era hora. El tiempo corre y cada vez se hace más evidente que el resto está en apuros.

El pelinegro, le dedicó una fugaz mirada y se dirigió al resto, sin hacer mucho caso a aquel comentario. Tal vez porque estaba demasiado centrado pensando en cuál debía de ser su siguiente paso o tal vez, simplemente, porque creía que aquello era más que evidente, una obviedad. Por lo que, ni se planteó responder tal comentario. El rubio, contra todo pronóstico, no saltó ante el aparente gesto de indiferencia de Puma.

—Bien. Intentaré ser lo más breve posible. La situación es complicada, como ya os habréis percatado –hizo una breve pausa para terminar de ordenar sus ideas y no dudó en proseguir–. Puedo decir casi con certeza que el resto se encuentra en peligro. He intentado comunicarme con Crow y sigue sin dar señales de vida, no consigo contactar con él. Lo que no son muy buenas noticias que digamos. La sospecha de que hay más mutantes empieza a ser cada vez más consistente. Y, creedme, no es algo que me haga ilusión… La hora que indicamos ha pasado y nadie ha regresado, por lo que me atrevería a decir que el resto no ha tenido un encuentro demasiado agradable –tomó aire. Aún no tenía muy claro lo que quería decir, su cabeza era un completo hervidero–. Considero que, en estas circunstancias, deberíamos volver a separarnos. Un grupo irá en busca del resto y los demás se quedarán aquí. No es un lugar del todo seguro, pero por lo menos uno de los más seguros sí. Hemos inspeccionado aquella ala –señaló con el brazo– y no hemos encontrado nada. Podéis contar con eso los que os quedéis  para poder asegurar este espacio –mientras hablaba iba recargando su arma–. Considero que, en estas circunstancias, Adán, Florr –la chica frunció el entrecejo al oír su nombre  pero él no dejó que aquello le afectara–, Inma, Maya y Eva deben quedarse aquí. M.A. y yo iremos a por el resto. ¿Alguna duda?
—Ninguna –respondió Eva rápidamente. Sabía que la elección de aquellos grupos era la más acertada. Antes había permitido que su hermano se quedara al cargo de M.A., pero ahora era distinto. El peligro era más tangible por no decir certero. No estaba dispuesta a que su hermano estuviera expuesto a más peligro del indispensable. Puma habría pensado lo mismo que ella a juzgar por la elección que había tomado. M.A. con su brazo de menos puede que no fuese suficiente, y ninguno de los dos estaba dispuesto a comprobarlo. Ciertamente, Puma había sabido elegir correctamente.
—Yo estoy de acuerdo –dijo M.A., al chico no se e había escapado el porqué de aquellos grupos. Era plenamente consciente y, aunque le molestara que volvieran a considerar que era de poca confianza, lo comprendía. Si él hubiera sido Puma también habría hecho los mismos grupos. Al resto, en parte, les sorprendió su reacción. Tal vez esperaba que hubiera vuelto a saltar con otro de sus comentarios en contra de Puma. Pero, sorprendentemente, había conseguido calmarse y ser capaz de pensar las cosas con calma y objetividad. Ya estaba bien de ser tan impulsivo.
—Pues yo no estoy de acuerdo –masculló Florr en un susurro prácticamente inaudible que solo pudieron escuchar Adán e Inma, que estaban a su lado. Puma, sin embargo, pese a no haberla escuchado, sabía perfectamente que estaría pensado eso mismo. La conocía demasiado bien, no por algo era su hermano.

Las primas, Maya e Inma, se limitaron a asentir con el corazón en un puño.

—Bien. Entonces no hay nada más que añadir. El tiempo corre en nuestra contra –hizo un gesto a M.A. para indicarle que se marchaban, pero antes añadió–. Si tardáramos demasiado no nos esperéis aquí. Buscad a Payne –y, con eso, desaparecieron por la puerta que daba a un largo corredor. Inma la cerró rápidamente nada más que hubieron salido. Parecía que el encargo de asegurar la puerta fuera suyo.



*        *        *


Por las dimensiones de aquel hospital, Davis calculaba que ya no debía quedar demasiado. Aquella planta era exactamente igual que el resto, por lo que el final del largo corredor no debía estar lejos. Darse cuenta de eso le hizo sentirse un tanto aliviado, la verdad es que no tenía ganas de enfrentarse a nada en ese momento, ni presos ni rehenes ni mutantes. Notaba cómo su cuerpo empezaba a pasarle factura por todo el lo que habían pasado Nicole y él, sobreviviendo en medio de aquel infierno.

A su lado caminaba, en silencio, su compañera agarrando firmemente su fusil. Desde aquella conversación ninguno había vuelto a hablar. Ella más por dejarle tiempo para pensar que por no estar muy segura de qué decir, y él porque el tema de Dyssidia le absorbía por completo. No estaba seguro de cómo debía comportarse con ella, de cómo debía reaccionar exactamente; de si realmente era la misma persona que había matado a sangre fría a sus dos queridos amigos. Tenía sus dudas, no sabía qué pensar.

Mientras recorrían el largo pasillo al pelinegro se le vino a la mente una frase de Puma, del joven general: ”Consideraos en período de prueba” No le hacía especial ilusión, pero sabía que tenía toda la razón al desconfiar de ellos. De hecho, sabía de sobra que, si hubiera estado en su situación, habría tomado las mismas medidas. Una decisión como aquella daba consistencia al título de general que se le asignaba. Y no era para menos. Dejó escapar un leve suspiro. Debía ser paciente. “Solo un poco más”. Solo un poco más y lograrían lo que habían estado deseando; un lugar al que pertenecer. Aunque, las tenía todas consigo con aquel grupo tan dispar.

—¡AARGH!

El alarido resonó por todo el pasillo, poniéndoles los pelos de punta. Quien fuera que había gritado de semejante manera estaba peligrosamente cerca. Ambos se miraron como de común acuerdo y, tras un leve asentimiento –sin necesidad de mediar palabra-, echaron a correr. Davis desenfundó una de sus dos pistolas encabezando la carrera, seguido de cerca por Nicole, que aferraba con mucha más fuerza su fusil.

Desde que cesó el agónico alarido, todo sucedió muy rápido; como si estuviera a cámara rápida.

La blanquecina y mortecina luz que bañaba todo el lugar le daba, sin duda, un siniestro aspecto a aquel sitio. Que fuera el área de psiquiatría no hacía sino aumentar lo sombrío de aquella zona, aumentando de manera proporcional la precaución por parte de todos. Ciertamente no ayudaba mucho ni auguraba nada bueno. El enrarecimiento del aire incrementaba a su vez la opresión y tensión que se podía palpar prácticamente en el ambiente.

Sin dejar de correr, al ver un cuerpo tirado en medio del corredor, fueron disminuyendo el ritmo. El, hasta entonces, monótono y sucio color blanco del lugar se vio, de pronto, interrumpido por un intenso color rojo que tenía suelo, paredes, techo…

A medida que se acercaban su tensión iba aumentando. En los segundos que pasaron desde que se percataron del cuerpo desangrado y mutilado de aquel pobre infeliz, Davis fue consciente de que la puerta de la sala más cercana al cadáver estaba abierta, casi arrancada de cuajo. A juzgar por su mal estado y por la posición y situación de aquel desafortunado individuo, pudo afirmar casi con certeza que al menos un mutante debía andar por los alrededores.

En lo que dura un parpadeo, dejaron aquel bulto sanguinolento atrás. Tenían un mal presentimiento, aunque Nicole no tenía ni idea de qué era lo que podría estar a punto de suceder. Por eso, tras un segundo de vacilación, apremió el paso para darle alcance a un Davis que, muy seguro de sí mismo, corría hacia el final del pasillo con las ideas muy claras.

El joven hizo caso omiso a la sorda súplica de sus músculos, que le rogaban que les diera un descanso. Sin embargo, él no estaba dispuesto a dejarse vencer por el cansancio e imprimió más ritmo a sus zancadas.

Al final del corredor no había más que una puerta doble a la izquierda, en la que había un cartel de “Prohibido el paso excepto personal autorizado”.

Al llegar a ella y ver que estaba abierta no dudó en entrar preparándose para cualquier cosa. Nicole, a escasos pasos por detrás, hizo lo mismo. Lo que vieron nada más entrar les produjo contrarias reacciones. Nicole se quedó petrificada en la puerta sin poder reaccionar, mientras que Davis no se lo dos veces y se lanzó sin dudar.

Allí, enfrente de ellos, estaban Dyssidia y Alice de espaldas a un abominable mutante que se abalanzaba sobre ellas. Davis, en unas centésimas de segundos, calculó que atacarlo con su pistola no sería suficiente como para impedir que acabara con su vida. Por eso, con una velocidad sobrehumana, con la mano izquierda agarró la lanza retráctil que llevaba colgada al cinto -sin soltar la pistola-, y se impulsó hacia el deforme ser desplegándola.

En lo poco que tardó en reaccionar ninguno fue capaz de hacer nada, ni Dyssidia y Alice de protegerse del mutante ni este de esquivar el certero ataque del pelinegro

La criatura humanoide saltó hacia un lado, impulsado por el impacto de la lanza atravesando su costado, recubierto por un dulce color carmesí.

—¡Davis! ¡Nicole! –gritaron ambas al unísono.

Una fugaz mirada del joven les recordó que aquello no había acabado y les obligó a recomponerse y a mantenerse alertas.

Movido por el impulso, Davis rodó por el pequeño pasillo quedando de rodillas. Rápidamente volvió a apuntar al mutante, sin perder un solo segundo. Sin embargo, Nicole, que ya se había preparado comenzó a disparar sobre él, adelantándosele.

El mutante, aún con la lanza clavada en el costado y emitiendo unos desagradables chillidos de dolor. El inesperado ataque de Davis lo había dejado confundido, y no había sido capaz de defenderse de las balas de Nicole.

Y, a su vez, sin perder un solo instante, Dyssidia y Alice también atacaron. Aunque Dyssidia aún estaba confusa, no podía pensar con claridad. Se movía como impulsada por un resorte mientras miraba la grotesca figura del mutante con incredulidad. No le había dado tiempo a reaccionar. No había tenido tiempo de hacerlo. Justo cuando había dado cuenta de que el mutante al que habían atacado no era el mismo que el que habían visto desangrando a un desgraciado, les habían atacado por la espalda. De no ser por la repentina aparición de aquellos dos, lo más probable es que estuvieran muertas las dos.

No había tiempo para vacilaciones, por lo que, Dyssidia, al concentrar toda su atención en acabar con aquel inmundo ser, olvidó que había otro más. Alice tampoco cayó en la cuenta.

Mientras, Davis, encañonando al monstruoso mutante y desenfundando su otra pistola se fue acercando a él, guardando una distancia prudencial. Nicole, aprovechando que ya estaba preparado, dejó caer el fusil y agarró el machete que llevaba a la espalda, corriendo hacia su objetivo sin permitir que huyera.

Medio recuperado de la confusión, el mutante trató de huir, viéndose acorralado. Arrastrándose por el pasillo trató de huir por la puerta que daba al corredor principal por el que habían venido Alice y Dyssidia. Sin embargo, una lluvia de balas cayó sin piedad sobre él. Davis y Dyssidia, un poco más atrás, comenzaron a disparar sin piedad sobre él. Por su parte, Nicole junto con Alice, ambas machete en mano, se abalanzaron sobre él también.

La criatura, viéndose sin escapatoria y consumida por su furia y su instinto asesino, saltó hacia la pared sin previo aviso, y logró girar sobre sí misma. Su instinto animal no le previno del peligro de enfrenarse a cuatro personas bien armadas.

Sus minutos estaban contados. Pese a ello, su inesperado movimiento les dejó desconcertados. Davis, que era el que más cerca estaba de él, volvió a ser el primero en reaccionar. Y, por escasos centímetros, logró apartarse justo a tiempo de la veloz trayectoria del mutante y escaparse de su letal agarre.

Al ver cómo una de sus presas se le escurría, la deforme criatura dejó escapar un aullido aterrador. Pero no se detuvo, y a su paso iba dejando un reguero de sangre. No iba a pararse porque se le hubiera escapado uno. No, aún le quedaban tres deliciosas presas. La que se encontraba más cerca de él era Alice.

Sin embargo, no se percató del machete que llevaba la muchacha. Y, para cuando se quiso dar cuenta, ya fue demasiado tarde. El afilado arma cortaba sin piedad el brazo izquierdo de la criatura. Al ir a cuatro patas y quedarse de pronto sin una extremidad, cayó sin remedio de bruces resbalando unos metros debido a la velocidad a la que iba.


—¡Alice! ¡Nicole! –exclamó Davis levantándose alzando las pistolas.

Las dos aludidas, comprendiendo el grito del pelinegro, imprimieron más ritmo a su paso. Mientras Nicole alzaba al machete deslizándose por el pasillo, Dyssidia volvió a acribillar al mutante a balazos. La rubia, con el arma en alto, se dispuso a acabar de una vez con aquello. Pero, el mutante logró adelantarse y, lanzándola contra la pared, se puso en pie. A su alrededor, el charco de sangre era cada vez mayor.

Davis, al ver que Nicole había fallado y que no le iba a ser posible detener al mutante antes de que cayera sobre ella, le hizo una seña a Alice. Esta, agarrando con fuerza su machete, se abalanzo hacia la criatura por detrás con rapidez, para impedir que acabase con la joven.

El mutante ya no fue capaz de reaccionar.

De un certero ataque y un pequeño quiebro, la cabeza de aquel deforme y podrido ser se desplomó, rodando por las baldosas.

La respiración de Alice era entrecortada, toda aquella carrera le había dejado sin aliento. De su mano, colgaba un machete recubierto de sangre, al que miraba con incredulidad. El color tan intenso de la sangre era tan vivo que ciertas dudas e incertidumbres empezaron a apoderarse de ella.

Por detrás, se acercó Davis enfundando las dos pistolas. Al llegar a su altura, le puso una mano en el hombro, como apoyándola, y se acercó a Nicole para echarle una mano a levantarse. Luego, volvió a acercarse a Alice.

—¿Qué hacéis vosotras aquí? –fue lo primero que dijo Davis mientras extraía su lanza de aquel mutante bañado en sangre. Su tono, aunque calmado, denotaba que su presencia no era del todo bienvenida.– Se suponía que esta era nuestra zona.

Dyssidia no logró responder nada, aún estaba asimilado lo que acababa de pasar. Al ver que no decía nada, Alice no se quedó cayada.

—Y lo es, esta es vuestra zona. Simplemente pensamos que de esta manera terminaríamos todos antes y podríamos acabar ya con esto.

Davis no dijo nada, le parecía una imprudencia. De no haber sido por ellos, las dos habrían acabado muertas a manos de aquel mutante. Sin mencionar ya que también habían puesto en peligro la vida de los cuatro. El pelinegro respiró hondo mientras jugaba con la lanza retráctil, ya replegada, con sus manos. Sin embargo, al menos, todo había salido a pedir de boca y ninguno estaba ni tan siquiera herido. A pesar de todo, habían conseguido controlar la situación.

—¿Qué tal os ha ido con vuestra zona? –preguntó Nicole para asegurar lo que en realidad ya sabía.
—Sin novedad, todo muy tranquilo –respondió Alice, corroborando lo que pensaba ella–.El único incidente ha sido este, cuando decidimos abandonar nuestra zona para llegar a la vuestra aprovechando el pasillo de uso exclusivo del personal del hospital.
—Ya veo–musitó Davis.

A pocos metros, Dyssidia permanecía en pie, aún con la pistola humeante. Había acabado con la munición. Seguía un poco confundida, había algo que seguía sin cuadrarle. Pero no lograba recordar qué era aquello. La intensidad y tensión que había tenido que soportar al enfrentarse al mutante le había hecho olvidar ago. Algo que creía que era bastante importante. Por mucho que lo intentara no conseguía recordarlo.

De pronto, en solo unos segundos, Alice recordó algo muy importante. Mientras se giraba en dirección a Dyssidia, la puerta de la habitación de la que estaba más cerca, saltó por los aires en pedazos. Nicole levantaba el levantaba el fusil que acababa de recoger del suelo. Y, Davis desplegaba la lanza con la que había estado jugueteando mientras un mutante salía por la puerta hecha añicos con intención de abalanzarse sobre Dyssidia.

Otra vez, los rápidos reflejos de Davis consiguieron salvar la situación antes de que nadie fuera capaz de reaccionar.

En unas décimas de segundo, la lanza del pelinegro ya estaba en el aire dirigiéndose hacia la cabeza del deforme mutante.

Fue tan rápido que a Dyssidia no le dio ni tiempo a intentar echarse a un lado para apartarse de la trayectoria del mutante.



*        *        *

Después de una breve indecisión se habían decantado por ir por la zona que les había tocado asegurar a Nicole y a Davis. Ya habían revisado poco más de la mitad que les correspondía, y no habían sido capaces de encontrar ni el más leve rastro de vida. Ni a ninguno de los presos ni a los rehenes ni a los mutantes. Aquello, a Puma, no le daba buena espina. Tenía un mal presentimiento.

Todo estaba muy tranquilo. “Demasiado tranquilo” pensó. Si realmente aquella zona estuviera despejada los demás ya habrían vuelto. Puede que no a la hora exacta, más que nada porque relojes no eran objetos muy comunes en aquellos tiempos que corrían. Sin embargo, una cosa era retrasarse un poco y otra muy distinta era ni presentarse si quiera. Por eso, que aquella zona estuviera tan tranquila no podía significar nada bueno.

Junto a él, M.A. caminaba con paso seguro con una mirada serie y decidida. Verlo de aquella manera le sorprendió un tanto. Aunque lo que más le había sorprendido era que ni hubiese opuesto resistencia ni hubiera criticado su decisión cuando decidió -minutos antes- que ellos serían los que fuesen en busca del resto, mientras los demás esperaban atrás. La reacción del rubio no solo le había resultado imprevisible, sino que además le había hecho darse cuenta de cómo había pasado el tiempo, de lo mucho que habían cambiado todos en medio de aquel infierno.

M.A. había cambiado y él también lo había hecho. No pudo evitar pensar en su hermana. Las palabras de Eva habían calado hondo en él, y habían conseguido llegar a un corazón que ya creía congelado Tenía que hablar con ella. No, quería hablar con ella. Tenía muchas cosas que contarle. Pero, antes, tenían que acabar con aquello. Tenían que encontrar a Davis, Nicole, Alice y Dyssidia.

Sacudió la cabeza suavemente, como queriendo deshacerse de todo lo que pudiera estorbarle en ese momento. Lo que tenían que hacer era encontrar a los otros, no ponerse en plan filosófico y sentimental. Pero, no podía centrarse del todo. La conversación que había mantenido con Eva aún seguía fresca en su memoria. El mundo con el que había soñado, por el que había luchado… Ahora estaba un poquito más cerca de convertirse en realidad. Tenía que seguir luchando, no podía rendirse ante nada ni ante nadie. Y, haría cualquier cosa con tal de conseguirlo.

En la distancia, resonó por todo el corredor un sonido sordo de disparos. Ambos se detuvieron e intercambiaron miradas serias. Aquello no podía ser demasiado bueno. Echaron a correr por el amplio pasillo, siempre alertas y listos para cualquier cosa.

De nuevo volvió a sonar un ruido de disparos, cada vez más cerca.

No, no podía significar nada bueno.



*        *        *

—Espero que estén bien… –susurró Adán.
—Claro que estarán bien, no te preocupes. Saben cuidar perfectamente de ellos mismos –al comentario de Eva, Florr dibujó una irónica sonrisa en su cara mientras pensaba: “Sí, todos”–. Los que tenemos que estar atentos ahora somos nosotros.

El chico asintió. Comprendía lo que le decía su hermana, pero no podía dejar de preocuparse por el resto. Saber que en aquel instante seguramente estuvieran en peligro hacía que todo su cuerpo se estremeciera. Su hermana, que estaba al lado, lo notó. Para brindarle calor, apoyó su mano sobre el hombro del pequeño. Sabía que solo porque se lo dijera o se lo pidiera, a pesar de ser ella, no dejaría de preocuparse por los demás. Su hermano era así. Era un niño con un gran corazón que siempre velaba por todos, daba igual quienes fueran o si los conocía de hacía poco. Eso era una de las grandes cosas que le caracterizaba. Sin embargo, a ella, en parte, le molestaba esa parte de él. No quería que se encariñase con todo el mundo. No quería verlo sufrir.

Separó la mano de su hermano y volvió a centrarse en el walkie. A pesar de que sabía que era inútil, continuaba intentando contactar con los subordinados de Puma. Aunque, exactamente no sabía por qué lo hacía. Tal vez lo hiciera de manera inconsciente con tal de olvidar la punzada de dolor que la atravesaba, o tal vez lo hiciera de manera mecánica, simplemente sin darse cuenta de lo que hacía.

Habrían pasado quince minutos más o menos desde que Puma y M.A. se habían marchado en busca de los desaparecidos.


Eva dejó escapar un profundo suspiro. Se sentía muy cansada. Cuando estaba haciendo algo apenas lo notaba, pero cuando se quedaba quieta, su cuerpo empezaba a acusar los excesos que sufría.

A su lado, Adán la miraba con gesto preocupado. Sabía que su hermana no estaba tan bien como decía estar. Puede que no fuera muy grande, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que su hermana le ocultaba algo. Algo grave e importante. Sabía que era así porque la conocía. Puede que no conociera qué era exactamente lo que le ocultaba, pero sabía que era algo importante que le hacía sufrir. Con solo mirarla podía darse cuenta de eso. Pero, se limitaba a fingir que no tenía ni idea de nada y que todo estaba bien.

No quería agravar sus preocupaciones, por eso no quería obligarla a que le contara algo que ella no quería que supiera por alguna razón. Esperaría lo que fuera necesario, haría lo que fuera necesario por su querida hermana. No quería aumentar el número de sus preocupaciones, ya tenía suficiente.

Por el momento, lo único que podía hacer era permanecer a su lado y brindarle el apoyo que solo la familia puede dar. Aunque quisiera que ella le contara ese algo no diría nada, no insistiría aunque quisiera. Tenía que ser fuerte.

Mientras Adán pensaba en su hermana, Eva también pensaba en él. Pero ninguno se atrevía a decirle nada al otro. Ella porque quería protegerlo y él porque quería ayudarla.

Eva aún pensaba en el maletín. De hecho, desde que se había acordado de él mientras estaba con Puma no había dejado de pensar en él de alguna manera. Ella y Puma tenían el mismo objetivo, que era el de proteger y brindar un futuro mejor a aquellos a quienes querían. Y, tal vez, esa meta, esa creencia, fuera uno de los mayores motivos de unión entre ambos. En cierta medida, eran lo mismo y buscaban lo mismo.

Era cierto que había habido un tiempo en el que se había dejado vencer por el ambiente opresivo que lo envolvía todo. Pero, en ese momento, todo era distinto. Completamente distinto. Lo que antes parecía solo un sueño estaba un poquito más cerca de hacerse realidad. Puede que apenas fuera un pequeño avance. Pero, era un avance por pequeño que pudiera ser. Algo que ya creía imposible. Sin embargo, después de buscar sin descanso, su sueño había volado hacia ellos de la mano de dos desconocidos.

Puede que su enfermedad la consumiera más y más, pero la semilla de esperanza que había crecido en su corazón, le daba fuerzas para seguir creyendo que aún era posible crear un mundo mejor.

A pocos metros, mientras Eva soñaba con un nuevo mañana, Florr se hundía en la soledad. La soledad en la que puede sentirse una persona cuando la persona a la que más quieres se aleja de ti y te deja de lado. Mientras Eva soñaba con la esperanza, ella se hundía en la desesperación.

Con gesto airado, Florr golpeaba de manera regular el respaldo de su asiento con la culata de su arma, mientras de fondo se escuchaba el irregular sonido del reloj.

“Idiota. Hermano, eres un idiota…” pensaba mientras aporreaba el asiento en el que estaba sentada de espaldas.

¿Tan difícil era hablar las cosas? ¿Tan difícil era contar con los demás? No comprendía a su hermano. Hacía bastante que cada vez le entendía menos. Ya, entre una cosa y otra, apenas contaba con ella. ¿Cómo iba a llegar hasta él si no le dejaba? ¿Cómo iba a poder ayudarle? Se sentía frustrada. ¿Acaso no era lo suficientemente confiable?

Cuanto más pensaba en aquello más se mosqueaba, por lo que los inclementes golpes contra el indefenso mueble eran cada vez más fuertes.

¿A qué estaba jugando? ¿Se creía que acaso él solo iba a conseguir mucho más que si contaba con ayuda? Realmente su hermano era idiota. Creía que era capaz de hacer cualquier cosa sin contar con nadie y no era así. ¿Cuándo iba a ser sincero consigo mismo y con los demás?

Quería que contara más con ella, como antes. Quería volver a aquellos días en los que podían confiar el uno en el otro. Realmente, si su hermano no era capaz de confiar en ella, de contar con ella, el mundo podía irse perfectamente a la mierda, que le daría completamente igual. Para ella, su hermano lo era todo. Por lo que, sin él, a pesar de poder tenerlo todo, no tendría nada.

“Idiota…”

Y, así, cada uno sumido en sus propios pensamientos, esperaban a que los demás volviesen. Las únicas que no pudieron soportar mantenerse en silencio fueron Maya e Inma, que terminaron por ponerse a hablar para que el tiempo pasara más rápido.

—Sabes –había comenzado Maya–, me recuerdas mucho a una amiga mía.
—¿Sí?
—Sí –rio ella mientras recordaba algo–, además mucho mucho.
—¿Por qué? ¿En qué nos parecemos? –preguntó con curiosidad.
—Bueno –sonrió–, el nombre, solo el nombre… en serio, era increíble… no sé cómo lo hacían, de verdad… –la risa le impedía que pudiera hablar con fluidez.
—¿El nombre? No te sigo.

La chica se quedó mirando a su prima con cara de no estar enterándose de absolutamente nada.

—Bueno, verás –intentó relajarse un poco para que su prima pudiera entenderla–, la verdad es que en realidad su nombre no tenía nada que ver contigo. Pero, nada de nada…
—Ahora, ya, sí que no te sigo –la interrumpió.
—La cosa es que ella tenía un nombre que no tiene nada que ver contigo, pero que, por alguna extraña razón, a veces la llamaban Inma.
—Y, ¿tan extraño es?
—Bueno, no es que sea extraño. Más bien, diría curioso. Porque jamás les hablé de ti y, aun así, la llamaban así… Ciertamente era extraño.

Inma se echó a reír. No terminaba de comprender qué era lo que pretendía contarle, pero le hacía gracia ver cómo se contradecía ella misma. No dijo nada y esperó a que ella le siguiera hablando.

—Algunas veces he llegado a pensar que ese nombre se lo oyeron a mi hermana. Me parece raro, a decir verdad. Pero, no le veo otra explicación posible.
—Ya veo, ya…

Inma volvió a permanecer en silencio, esperando a que su prima continuara. Pero, transcurridos unos minutos, al darse cuenta de que no tenía ninguna intención seguir, decidió empezar ella para que la conversación no quedara ahí.

—¿Solo nos parecemos por el nombre?
—No –respondió tras una pausa–, el caso es que vuestras personalidades tienen un aire. Aunque, al final, sois completamente distintas. Después de todo, cada persona es única e irrepetible, ¿no?
—Sí –coincidió–. Y, ¿dónde está ella?
—Murió –se limitó a decir.

La respuesta, aunque no podía decir que no se la esperara, le pilló con la guardia baja. Ambas permanecieron en silencio por un tiempo. Silencio solo interrumpido por el reloj y los porrazos que le propinaba Florr a la silla.

—Como tantos otros.
—Sí, como tantos otros –repitió Maya.
—Maya, ¿crees que hay algo más que muerte y desolación en este mundo?
—Quiero creer que sí. Si no lo hiciera podría pensar que la vida no tiene sentido.
—Ya… La verdad… La verdad es que yo muchas veces he pensado que la vida no tenía sentido, que era injusta. Bueno, ya lo sabes –hizo una pausa y dirigió una profunda mirada a Adán y Eva–. Sin embargo, ya no suelo pensar así. Selene me hizo ver muchas cosas que me negaba a ver. Creo –miró a su prima al decir aquello–, creo que si estoy con vosotras el mundo tiene sentido. Por eso, creo que en este mundo aún queda algo de esperanza.

Maya no dijo nada en un primer instante. Solo se limitó a sonreír. Aquella Selene…

—Sí, yo también creo que aún hay esperanza. Solo tenemos que encontrar el camino, luchar por lo que nos importa. Entonces, así y solamente así, conseguiremos que los sueños se hagan realidad. Conseguiremos que todos los sueños y sacrificios de aquellos que nos dejaron se cumplan también –giró la cabeza para poder bien a Inma–. Sabes, dicen que los milagros son el resultado de atreverse a creer.



*        *        *


M.A. y Puma corrían por el largo corredor. El rubio tenía el corazón en un puño. Hacía poco que habían entrado en el Área de psiquiatría, y cuanto más se adentraban en ella, más claros se hacían los disparos y aullidos. Puma chascó la lengua. Mira que había intentado que no tuvieran que toparse con los mutantes. Había intentado que de encontrarse con alguno, fueran él y Eva los que lo hicieran. Maldijo por lo bajo. No siempre podías fiarte de las estadísticas y de los porcentajes.

—Puma, ¿derecha o izquierda?
—Sigue recto.
—Pero, los ruidos vienen de…
—Créeme, sigue recto.

M.A. un tanto desconfiado se quedó un poco atrás. Pero rápidamente volvió a ponerse en marcha al escuchar más disparos. Esta vez, con Puma a la cabeza. No estaba muy seguro de que fuera por allí. Había oído perfectamente que los ruidos no provenían de frente. No entendía en qué podría estar pesando el pelinegro. Pero, se limitó a seguirle. Había evitado contradecirle porque sabía que, aunque a él no se lo pareciera, conocía mejor el hospital que él. Debía fiarse de sus suposiciones si quería ayudar al resto. Si comenzaba a discutir y a rebatirle su decisión no conseguiría absolutamente nada.

Ya estaba bien, ya había aprendido a base de palos.

De pronto, dejaron de escucharse los aullidos y los disparos. El rubio se quedó desconcertado e hizo ademán de pararse, pero al ver que Puma no se detenía, lo siguió ciegamente aunque repleto de dudas.

—Y, ¿ahora como leches sabremos dónde están?

Puma se limitó a señalar hacia el frente, señalando un bulto rojizo en mitad del pasillo. En otras circunstancias habría hecho caso omiso de su pregunta. Pero, después de ver cómo M.A. trataba de cambiar y dar un paso adelante, decidió que era suficiente. Él también quería poder dar ese paso.

A medida que se acercaban a aquel bulto colocado en mitad del suelo, el hedor a muerte comenzaba a ser más intenso. Las luces titilaban de vez en cuando y las tuberías hacían ruidos extraños. “Ciertamente, la realidad supera la ficción” Nadie habría podido reconstruir una situación como aquella ni aunque hubiera querido.

Pronto pasaron de largo aquel cadáver. Con las prisas, no se dieron cuenta de que el suelo estaba cubierto de un gran charco de sangre, y sin querer pasaron por encima dejando un macabro rastro a su paso.

Siguieron todo recto por el corredor. Hacía rato que no se escuchaba ningún ruido.

No estaban seguros de si el hecho de que todo pareciera más tranquilo fuera buena señal.

Y, por fin, después de una larga carrera, llegaron al final del Área de psiquiatría. Al ver la puerta reservada para el uso del personal abierta, Puma no dudó en entrar con su arma a punto, seguido de cerca por M.A..

Lo primero que escucharon nada más entrar fueron los gritos de Dyssidia:

—¿¡Quién leches te crees que eres guaperas!?


*        *        *

Alice, soltando el machete, le tendió una mano a Dyssidia para ayudarle a levantarse. No era como si realmente necesitara ayuda; pero, verla tan confusa le impulsaba a querer echarle una mano. En circunstancias normales, le habría retirado la mano de un tortazo soltando algún que otro taco. Pero, para sorpresa de Alice, aceptó su mano sin rechistar.

Davis mientras tanto, se separó de ellas -después de haber recogido su lanza- para llegar hasta donde estaba Nicole. Esta se había dejado caer al suelo apoyándose en la pared. No había hecho casi nada, pero estaba cansada. Más psicológica que físicamente. Aquello, en la zona en la que estaban, resultaba un tanto irónico. Por lo que, no pudo evitar reírse de sí misma.

—Creo que ya es hora de que vayamos tirando. Los demás deben de estar preocupados. Estarán pensando que nos ha pasado algo malo.

Davis no pudo evitar esbozar media sonrisa ante aquel comentario. Pero, de nuevo, volvió a mostrar su serena e imperturbable mirada.

—Sí, deberíamos irnos ya.

Ya habían terminado con su cometido, por lo que ahora tendrían que regresar a la improvisada base donde los demás les estarían esperando. “Tal vez con algo de impaciencia” pensó él. Y no sería extraño que así fuera. Incluso puede que él mismo de haber tenido que permanecer en la base se hubiese sentido impaciente. Volvió a suspirar y miró hacia donde estaban las otras dos. Aún se le hacía difícil el tema de Dyssidia. No sabía cómo debía tratarla, cuál debía ser su actitud delante de ella.

Nicole le observó en silencio. Estuvo a punto de hacerle una pregunta al respecto, pero se mordió la lengua para evitarlo. Ya había visto cómo había reaccionado cuando le había sacado el tema. Por lo que, por el momento -al menos- decidió dejarlo pasar.

—Tenemos que volver –logró decir por fin Davis.

Alice y Dyssidia asintieron.

En cuanto se dispusieron a marcharse, tras un momento de vacilación, Dyssidia se acercó a Davis. Este, al ver cómo se aproximaba hacia él, no pudo evitar ponerse un poco tenso. Aún no había aclarado sus ideas.

—Davis –comenzó antes de llegar a su altura–, quiero agradecerte lo que has hecho por mí. Gracias.

Su mirada era muy seria cuando dijo aquello. A Nicole y a Davis no le pareció demasiado extraña, pero a Alice -que la conocía desde hacía bastante- le sorprendió tal expresión. Jamás la había visto tan seria. No se imaginaba qué era lo que podía estar pasando por su cabeza. No lograba hacerse ni una pequeña idea.

Sin embargo, ella sí que tenía claro lo que estaba pensado. Es más, lo tenía súper claro. Después de todo por lo que había pasado, sabía el valor que tenía la vida. Y, había decidido que su hermana, su prima y ella buscarían juntas el verdadero significado de felicidad en un mundo que no se había doblegado ante la muerte ni a la desolación. Si el mundo no lo había hecho ya, si aún no había cedido, entonces ella tampoco lo haría. Y, para lograrlo, quería vivir. Por eso, al haber estado dos veces tan cerca de la muerte, había visto bien claro que tenía que cambiar. Y, si no era en ese momento, entonces ¿cuándo?

Por ello, no podía hacer menos que agradecerle a Davis por lo que había hecho por ella. No porque la hubiera salvado, sino porque le había abierto los ojos.

—Muchas gracias, de veras –repitió.

Al oír aquello, Davis, al principio no supo bien qué pensar. Ni decir tiene que le había sorprendido. No se lo esperaba, y menos de ella. Nunca se hubiera podido imaginar que aquella mujer acaso tuviera corazón. Pero, al verla allí así, tuvo sus dudas y se preguntó si acaso no la había juzgado mal, si acaso no sería otra persona completamente distinta.

Sin embargo, justo antes de que pudiera responderle, volvieron a venirle a la memoria aquellas horrible grabaciones. Su cuerpo entero se estremeció al hacerlo. ¿Cómo se había permitido dudar? Había caído en su trampa cegado por sus artimañas. No, ya no volvería a caer en ellas. Nunca, nunca la perdonaría por lo que hizo.

—No necesito tus agradecimientos –dijo con voz cortante.

Las reacciones no se hicieron esperar. La cara de Dyssidia era la definición gráfica de la palabra ‘desconcierto’ e ‘incredulidad’. Mientras que las de Alice y Nicole era un auténtico poema.

—¿Q-qué?
—No pienso repetirlo.

Se giró con intenciones de desaparecer por la puerta.

—¿Estás de broma? –intentó no dejarse llevar por la furia que la invadía, pero estaba claramente molesta ante aquel gesto de desprecio.
—No –se limitó a decir sin darse la vuelta si quiera. Eso fue suficiente para que ella terminara por explotar.
—¿No? ¿Qué te creer? ¿Quién te crees que eres despreciando a los demás?
—¿Desprecio? –se giró– Yo no lo diría así. Simplemente no quiero aceptar tu agradecimiento.

Dysssidia no podía creérselo, pero Nicole mucho menos. No entendía cómo su compañero podía dejarse llevar por una banalidad como aquella. Siempre se mostraba lógico y correcto en todo momento, pero en aquel instante había perdido completamente los papeles. No comprendía que era lo que había podido hacer que le pasara aquello. Sin duda esa tal Dyssidia era alguien

—Lo que he hecho no ha sido por ti. Ha sido por el bien del grupo.
—¿¡Quién leches te crees que eres guaperas!?

Cuando Davis fue consciente del gran error que había cometido ya era tarde. Se había dejado llevar por un cúmulo de emociones negativas y había dejado de ser él mismo. Respiró hondo y trató de relajarse. Tenía que arreglar la situación como fuera. No era su intención que las cosas se volvieran de aquella manera. No era él mismo.

Estaba a punto de hablar, cuando vio a Puma y a aquel rubio tan problemático entrando por la puerta.



*        *        *

Una vez que todos se hubieron reunido de nuevo, Puma decidió que ya había llegado el momento . Eva estuvo de acuerdo. Justo antes de marcharse, recordaron que Davis y Nicole también estaban implicados, por lo que les contaron todo de manera escueta para ponerles al corriente (omitiendo menudencias, detalles innecesarios).

Después de haber asegurado que el hospital estaba, por fin, libre de la plaga de mutantes, después de haber conseguido contactar con Crow, los cuatro se fueron, dejando al resto en aquella misma sala.

Puma, antes de irse, se acercó a su hermana y le susurró algo en un tono apenas audible. Nadie, excepto ella, pudo escuchar lo que decía. Sin embargo, solo dos personas supieron qué era aquello que le había dicho. Solo Eva y Adán.

Después, los cuatro, se fueron en busca del doctor Payne.



*        *        *

—Creo que esa proposición es demasiado rudimentaria –le contradijo Payne con tono neutro.
—Pensé que como plan B podría servir.
—Sí –coincidió–, ciertamente podría valer como una segunda opción.
—Y, ¿cree usted que daría resultado? –se interesó Davis, la idea que acababa de proponer Puma le había parecido descabellada. Aunque más surrealista que descabellada, teniendo en cuenta que ellos ya lo habían intentado en alguna ocasión, y no habían sido capaces de conseguir nada.
—Sí, estoy seguro de que funcionaría. Doy fe de que esa joven tiene una fuerza descomunal y sobrehumana –“que me gustaría investigar” añadió para sí mismo –. Sin embargo, no pretendo dar posibilidad a segundas opciones.

Nicole y Davis le miraron sin comprender. No entendían exactamente qué estaba sucediendo, pero sabían que algo muy importante estaba a punto de tener lugar allí mismo.

—No les pedí que fueran a aquel bunker por nada –dijo.

Puma frunció levemente el ceño. No sabía exactamente qué era lo que les había encargado buscar, pero estaba a punto de descubrirlo.

En silencio, el doctor Payne puso en la mesa una vieja caja de metal. Eva, Puma, Nicole y Davis contuvieron el aliento mientras la abría.

Del interior sacó un extraño aparato que tenía forma de pistola. Luego de debajo de la mesa sacó un cuchillo de cocina. Se colocó unos gruesos guantes y cogió lo que tenía forma de pistola. Bajo la atenta mirada de los cuatro, comenzó a colocarla por los bordes del maletín con sumo cuidado. Davis comprendió inmediatamente qué era lo que trataba de hacer.

—Nosotros ya intentamos abrirla con todo tipo de ácidos y sustancias corrosivas. Ninguna surtió efecto. Creo que deberíamos ir pensando en ese segundo plan.
—Apuesto a que no sabían cuán corrosiva puede llegar a ser esta sustancia.

Le miraron sin comprender. Él esbozando una sonrisa un tanto enfermiza prosiguió aplicando el contenido de la pistola en el maletín. Con un cuidado extremo, procurando no rozar nada más que el maletín.

—Me complace comunicarles que esto sí funcionará –afirmó con total convicción. Puma entrecerró los ojos ante aquel comentario–. Créanme funcionará –repitió mientras dejaba escapar una risa entrecortada. “No por algo soy su creador…”

Por fin terminó. Esperó unos minutos y con inmenso cuidado, apoyó las manos en el maletí.

Mientras Payne levantaba la tapa lenta, muy lentamente, todos contuvieron la respiración. Y, por fin, quedó al descubierto el contenido de aquel misterioso maletín: una piedra. Una piedra que parecía compacta de un material sólido completamente liso, con un color similar al de la obsidiana.

—¿Una piedra? –se le escapó a Nicole.
—Sí, una piedra– repitió el doctor Payne. Davis y Puma se dieron cuenta del especial énfasis y de la aterradora manera con que miraba aquella piedra.

Puma supo, sin necesidad de ninguna prueba, que tendría que guardarse las espaldas de Payne.




                       

#Inma

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