Big Red Mouse Pointer

martes, 27 de mayo de 2014

NH2: Capítulo 031 - Asuntos pendientes

—Crow no es ningún genio, en eso tengo que darte la razón –dijo mientras pisaba la colilla que acababa de tirar–; pero tampoco es estúpido.

—¿Entonces? –preguntó Eva débilmente aún con el gesto contraído por el dolor.

—En realidad no es que sea algo que me importe, pero tampoco puedo simplemente dejarlo correr –admitió–. La situación es demasiado delicada como para quedarse de brazos cruzados. Además, ya sabes que ese no es mi estilo.


La mujer se limitó a asentir y él se separó de la ventana en dirección a la silla en la que se había colocado ella. Con mirada grave comprobó de nuevo su estado, pero no añadió nada más sobre aquel asunto, al menos, por el momento. Eva, por su parte, volvió a encorvarse sosteniendo la cabeza entre unas temblorosas manos mientras entrecerraba los ojos. Que estaba sufriendo era evidente y Puma era consciente de ello.


—Estoy de acuerdo –hizo una pausa para tomar aire–, pero no creo que deba hacerse algo aún. El ambiente está bastante caldeado.

—Lo sé, no tenía pensado hacer ningún movimiento por el momento –se separó del lado de la mujer y apoyó la espalda en la pared mientras se cruzaba de brazos–. Y menos ahora mismo.


Volvió a reinar el silencio, pero a ninguno de ellos le importó. Eva seguía sosteniéndose la cabeza con la vista fija en las baldosas y Puma, cerrando los ojos de manera despreocupada, había empezado a tararear una de sus canciones preferidas. Por un momento, y si no hubiera sido por las lejanas voces que resonaban por aquel umbrío pasillo, hubieran jurado que el tiempo se había congelado.

A pesar del dolor que recorría cada fibra de su cuerpo, Eva no pudo ignorar aquella pegadiza melodía que tarareaba el pelinegro. El recuerdo de su compañero bailando mientras cantaba esa misma canción se le vino a la mente. Había pasado ya mucho de aquello, pero nunca podría olvidarlo. En aquel entonces apenas conocía a Puma y pensaba que en verdad era alguien serio; por lo que nunca se hubiera imaginado verlo bailando después de terminar una de aquellas misiones que solían hacer. Reviviendo aquel momento no pudo reprimir una carcajada, pero al instante se arrepintió al volver a sentir unas punzadas de dolor en el estómago.

Aquello fue suficiente para que el pelinegro se separase de la pared e interrumpiera la melodía. Con gesto preocupado dirigió su atención hacia Eva.


—Qué tiempos aquellos… –murmuró ella.

—Sí, qué tiempos.


El silencio volvió a hacerse dueño del momento, pero esta vez no por mucho tiempo.


—Quién diría que estaríamos hoy aquí –musitó–, y en estas condiciones –no pudo evitar reírse de ella misma.

—Nadie podría haber sabido que algo como esto ocurriría.

—Sí, nadie podría haberlo sabido.

—¿Cómo estás? –preguntó el pelinegro tras una larga pausa, colocándose en el banco contiguo a la silla en la que estaba Eva.

—Aquí, viva –rió la gracia–. Aún al pie del cañón –permaneció en silencio unos segundos–. Todavía no me voy de aquí, no te preocupes. Queda mucho por hacer. Además, Adán no estaría preparado; por lo menos, no ahora. Y, sinceramente, creo que yo tampoco –alzó la cabeza al sentir algo de mejoría y dirigió la atención al joven–. ¿Y tú?

—Igual –chasqueó la lengua mientras fruncía el ceño–. Igual y aún con muchas cosas por hacer y muchas cosas en las que pensar.

—Sí.

—La verdad es que no temo a la muerte, es más podría decir que la veo como una compañera –dejó escapar una sonrisa. Ya habían cruzado sus caminos una vez, por lo que una segunda no sería para tanto–. Lo único que ocupa mi mente cuando pienso en ello es Florr. Esperaba dejarla con el grupo, de ahí el empeño en que permaneciesen aquí. Pero, no sabría decirte si realmente sería buena idea. –suspiró pesadamente mientras decía–: Mucho trabajo aún.

—Había pensado algo similar respecto a Adán, y tampoco me convencía. Porque, no sé tú, pero yo de ellos no me fío. Dejar a mi hermano con ellos me pone intranquila…

—Pienso que tal vez seamos demasiado sobre protectores –rió él–. Casi que lo mejor sería que se valiesen por ellos mismos.

—Pues sí, pero bueno aún hay tiempo para pensar en lo que haremos –coincidió–. Dios, Pumita, Pumita, qué mal estamos. Ni los 30 y ya no estamos para tantos trotes. La humanidad y su evolución.


Sintiéndose un tanto mejor, abrió los ojos y volvió a centrar la mirada en las sucias baldosas del suelo. ¿Cuándo habría sido la última vez que alguien se había dignado a adecentar aquel sitio?


—No podemos depender de Payne, creo que eres consciente.

—Lo soy, siempre lo he sido –lentamente fue irguiéndose en su asiento, por temor a que un movimiento brusco la obligara a sentarse de nuevo–. Sin embargo, es lo único con lo que podemos contar. Por cierto –comenzó, cayendo en la cuenta de algo que le había comentado con anterioridad–, ¿qué vamos a hacer con esos dos?


No había dicho ningún nombre, pero Puma supo inmediatamente a quiénes se refería con esos dos.


—Que no me fio de ellos es un hecho –hizo una pausa–. Y que no los quiero aquí también –Eva asintió, conforme–. Sin embargo –puntualizó–, no puedo negar que su presencia me ha resultado un tanto grata. Todo este tiempo buscando algo que parecía inexistente y, mira, aparece como caído del cielo cuando menos te lo esperas.

—¿Te refieres a ese maletín?

—Ni más, ni menos.

—En vista de la situación actual, veo complicado que nos lo entreguen así como si tal cosa.

—No te creas –dijo con una media sonrisa–, no será difícil. Solo es cuestión de tiempo.


Eva se levantó, aún con movimientos lentos, y avanzó unos cuantos pasos. Se llevó una mano al costado y resopló. Pero fue solo un segundo, al instante se había recompuesto y miraba a Puma. Conocía esa mirada y esa sonrisa perfectamente, y no dudaba de lo que decía; era plenamente consciente de las extraordinarias habilidades del joven que tenía enfrente.


—Bien, yo tengo que ver a Payne ahora. Voy a aprovechar que ahora mismo no está en su laboratorio, así no tendré que obligarte a que me acompañes para que pueda ir a verle –estirando un poco los brazos añadió–. Son muy molestas las restricciones que se acordaron. Bueno, ya que voy, si quieres, puedo hacerle saber lo del maletín entre otras cosas.

—Me harías un gran favor.

—Bueno, después te comunico lo que sea que me diga.


Puma asintió a modo de respuesta, y ella, dándose por satisfecha, dio media vuelta y se adentró en el oscuro pasillo. No esperaba que le diera las gracias ni tampoco las pediría. No. Mientras andaba iba pensando en Adán y en el entrenamiento que había prometido para Inma. Suspiró. Sería duro, por no decir imposible.

Puma siguió con la vista fija en algún punto perdido de la pared, pensativo. Tenía que medir cuál sería su siguiente paso. Estaban bailando al borde de un precipicio, por lo que cualquier movimiento en falso supondría una caída fatal. “Muchas cosas en poco tiempo”. Metió la mano en el bolsillo del pantalón en busca de algún cigarrillo extraviado. Pero se detuvo rápidamente recordando que el último se lo había terminado justo antes de hablar con Eva. Chascó la lengua por segunda vez en una hora y se puso en pie. No podía desperdiciar el tiempo, cada segundo que pasaba era un segundo perdido.

Con paso firme y seguro, se dirigió hacia la primera planta bajando por las escaleras principales. Lo único que ocupaba su mente era lo que les diría a aquellos dos intrusos. Tenía que escoger cada palabra cuidadosamente. Necesitaba tenerlos de su lado y, para ello, tendría que mostrarles que estaban en el mismo bando. Por eso, había decidido que sería él mismo el que fuera a verles. Debía mostrar interés y, en cierta medida, algo de preocupación y comprensión. Lo cual, no resultaría nada complicado, pero debía esforzarse. No podía fallar, porque lo más importante en ese momento era el maletín y para ello tendría que demostrarles que era de fiar.

“Bien, que empiece la función”.



*        *        *


—No, no, así no es –no podía parar de reír al ver los torpes intentos de la pobre Inma–. Si lo haces de esa forma estás mostrándole al público el truco enterito.

—En vez de reírte tanto podrías echarme una mano… –refunfuñó ella avergonzada de su propia torpeza. Aquello no hizo sino que Adán se retorciese de risa incluso más, si es que aquello era posible–. ¡Adán, jope, ayúdame!

—Es que… –la risa le impedía hablar de manera fluida– si te ayudo… –le salían ya hasta lágrimas de tanto reír– si te ayudo, esto perdería la gracia.


Si ya era difícil que Adán riese más aun, todavía lo era más que Inma se sonrojase más.

Ninguno de los dos recordaba la razón por la que estaba Inma allí. Mientras ellos practicaban magia, en una esquina de la habitación a un arco le crecían telarañas.


—Mira –dijo el chico con una gran sonrisa mientras colocaba las manos de Inma correctamente–, si lo haces así nadie se dará cuenta –movió con rapidez sus brazos haciendo que una carta saliera despedida–. ¿Ves? –miraron la carta– Bueno, esta no era –rió–; pero es algo así –al ver la cara de sorpresa de la chica sonrió–. No es tan difícil, de verdad. Parece peor de lo que es.

—¡Adán –dijo Inma entusiasmada–, eres un genio! Si mi padre viviera no habría dudado en proponerte que te unieras a nuestro circo –recordar que sus padres estaban muertos le partía el corazón, pero ya nada podía hacer, y esos recuerdos que compartió con ellos eran el tesoro más preciado que le podían haber dejado.

—¿Un circo? –se le iluminaron los ojos– Siempre quise ir a uno –bajó un poco la cabeza–. De todas maneras, creo que exageras.

—No, lo digo totalmente en serio –dijo ella al oírlo–. Creo que tienes facultades.

—Y, ¿cómo es más o menos un circo? Bueno –añadió rápidamente–,  sé qué es; solo pregunto qué es para ti un circo.

—Pues –se paró un segundo para buscar las palabras adecuadas–, es un sitio al que hay que ir, al menos, una vez en la vida. Porque es uno de los mejores lugares para disfrutar y olvidar los problemas. De hecho, todos los que están en el circo lo único que quieren es compartir alegría e ilusión con todos –sonreía al decir aquello, sin duda por recordar días pasados–; todo lo que hacemos es para que la gente no esté triste y… –cayó al ver la cara triste del chico. Pensó rápidamente en una solución para poder explicárselo de otra manera, pero se le ocurrió algo mucho mejor– Ya sé –se puso en pie de un salto, soltando delicadamente la baraja de cartas junto a Adán–. ¿Tenéis algún palo o así que sea más o menos así de largo?

—Mmm, que yo sepa no tenemos ningún palo que mida medio metro… –el chico estaba estupefacto por la extraña pregunta. No tenía ni la menor idea de lo que pasaba por la cabeza de aquella atolondrada chica. Al responderle aquello, ella murmuró pensativa algunas palabras inteligibles, en un idioma que él desconocía. A los segundos se le volvieron a iluminar los ojos.

—Ya sé –cogió su mano con suavidad y le instó a seguirla–. Ven, te voy a enseñar una cosa. Tal vez no sea un circo propiamente dicho, pero, ya verás –la feliz sonrisa de Inma impidió que Adán rechazase tan amable oferta. Por lo que se dejó llevar fuera de la habitación. Ni se le ocurrió pensar en lo que podría decir su hermana. El entusiasmo de la chica era tan contagioso que se dejó llevar por él.



*        *        *
   


Se recostó sobre el techo de la ambulancia e intentó no pensar en nada de lo que le rodeaba, y, con los ojos cerrados, trató de imaginar que no existía ningún virus, que los zombis solo eran cosa de videojuegos, que Alice fue siempre Alice, que ESGRIP solo era una palabra carente de significado y que el mundo (tal y como lo había conocido) seguía siendo el mismo. Casi consiguió auto engañarse. Pero, no era más que un dulce sueño del que debía despertar.

Abrió los ojos con desgana y se incorporó. Aunque le gustase que las cosas fueran distintas, de nada serviría engañarse con algo que era imposible. Con gesto impotente apretó el puño; pero, al notar que se hacía daño, enseguida relajó los músculos. Era consciente de que, cuando se dejaba llevar por sus sentimientos, no podía ser objetivo y no era capaz de pensar con claridad.

Suspiró pesadamente y se miró la mano. Por suerte no se la había lastimado como la última vez. Se giró con ademán de bajarse de allí. Pero se detuvo al darse cuenta de que no sabía qué era lo que haría a continuación. Por lo que se quedó a medio camino, aún sentado encima de la ambulancia. Dirigió la vista al fondo del parking. La escasa iluminación le impedía ver el fondo, eso le daba a aquel lugar un aspecto un tanto lóbrego. Un escalofrío le recorrió la espalda, en cierta medida se sentía solitario estando allí solo.

Echó el cuerpo hacia atrás apoyándose en la única mano que tenía y volvió a dejar escapar un suspiro. En aquella postura, su cuerpo se desestabilizó al soportar todo el peso en una sola mano, y el joven estuvo a punto de caer del vehículo. Sin embargo, los buenos reflejos le salvaron de una estúpida caída. Se movió con agilidad hacia la izquierda haciendo que todos sus músculos protestasen al caer de costado. Dolorido, se levantó masajeándose el hombro.

Volvió a suspirar. ¿Qué haría ahora? No tenía ni idea. A esas alturas, no tenía ni idea. ¿Qué había estado haciendo con su vida hasta entonces?

Frustrado metió la mano en el bolsillo del pantalón sin dejar de mirar hacia el fondo del parking; pero, al sentir un pinchazo, la sacó con brusquedad. Extrañado, curioseó de nuevo en el bolsillo; esta vez con más cuidado. De él sacó un viejo y gastado bolígrafo. Un tanto sorprendido le echó una rápida ojeada, no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. Aunque, la verdad era que tampoco le importaba demasiado, por lo que dejó de prestarle atención. Sin embargo, inconscientemente, empezó a juguetear con él, dándole vueltas entre los dedos. A pesar de no estar haciéndolo de manera consciente, aquello no le resultaba nada complicado; recordaba que eso era lo que había estado de moda cuando él aún iba al instituto.

La pregunta de qué haría con su vida seguía rondándole por la cabeza. Pero, ¿qué le quedaba ya? Su hermana le había dejado atrás otra vez y, él, qué había hecho. Nada. No había conseguido nada. Como siempre había vuelto a dejarse llevar por esa corriente de sentimientos que le desbordaban cuando tenía los nervios a flor de piel. Se suponía que había salido del fuerte para alcanzarla y hacerle saber algunas cosas, para que volvieran a estar juntos, para que volviera a confiar en él. Y, ¿qué había conseguido? “Nada, absolutamente nada”. Suspiró por enésima vez. “Sus suspiros se escapan por su boca de fresa…”.  A la milésima de pensar aquello soltó una gran carcajada. “En serio, desde cuándo me he vuelto tan poético…”.

“Ley… ¿por qué te has vuelto a ir sin mí?”. Echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo. En su mano, el bolígrafo seguía dando vueltas. “¿Qué había conseguido yendo tras su hermana?” Se preguntaba una y otra vez. “Nada, nada, nada… Absolutamente nada”. Después de haberse hecho esa pregunta una y otra vez, cayó en la cuenta de un ligero detalle. Sí. “Sí que había servido” se dijo no sin cierta sorna. Claro que había servido; por su culpa Maya se había visto obligada a seguirle y no había podido salvar a Selene. Si él no hubiese sido tan cabezota y hubiese pensado con más calma las cosas, ella no habría muerto. Y todo por su culpa, por haberse dejado llevar. Y no solo eso, sino que tampoco había podido disculparse apropiadamente con Nait. La última vez que se habían visto se había portado francamente mal. Y, ya, no podría disculparse. Su cuerpo se estremeció movido por la furia provocando que su mente se olvidara de su mano, haciendo que el bolígrafo se le escurriera entre los dedos y cayera al vacío. En un absurdo intento por evitarlo estuvo a punto de caer de nuevo. Pero, volvió a librarse de una buena caída gracias a sus rápidos reflejos.

Considerando que ya había jugado bastante en apenas unos minutos, decidió bajarse de la ambulancia de una vez. Temía que a la tercera fuera la vencida. De un salto, bajó de allí. Pero no cayó demasiado bien, porque –ya en el suelo– sintió como su pie izquierdo se quejaba de su mal aterrizaje.

Con gesto cansado se dejó caer, apoyándose en la ambulancia. No podía creer que, a una distancia tan corta, se hubiese lastimado el pie. Se rio de su torpeza. Acababa de empezar el día y ya estaba exhausto. Cerró los ojos intentando volver a desconectar de la realidad. Pero tampoco pudo; ni quiso ni pudo. De pronto, se le vino a la mente la imagen de Alice. “Alice…”. Realmente no sabía qué pensar respecto a ella. Quería creer que ella era la real, la verdadera, la Alice de la que se había enamorado. Pero, no podía aceptar que no recordase aquellas palabras tan importantes que le dijo aquel triste día. No, simplemente, no podía.

“Alice… si fueras tú…”. No. No quería engañarse. Ya había sufrido su pérdida por mucho tiempo, y no podría soportar que alguien se hiciera pasar por ella.


“—M.A., ten en cuenta una cosa –le había dicho Maya–, cuando una persona se está muriendo empieza a perder los sentidos. Empieza a nublársele la vista y a perder la capacidad auditiva, entre otras cosas. Por no decir que, cuando te estás muriendo, no eres consciente realmente de lo que sucede a tu alrededor. Por lo que…

—Sí, sí. Inma y Dyss me han dicho lo mismo –dijo el rubio cortándole–. Pero, no puedo dejar simplemente que algui…

—M.A. siento tener que recordarte algo como esto, de veras que lo siento –le cortó ella con la voz rota–. Pero, cuando tú le dijiste aquello, ella si no estaba muerta, probablemente se estaba muriendo…”



Quería creer que era Alice, quería creerlo con todas sus fuerzas.

De pronto, sin previo aviso, una figura irrumpió en el parking, entrando como una exhalación, sobresaltando al rubio. Una acalorada joven, que conocía muy bien, se quedó en la entrada, tratando de recuperar el aliento. Pero, aún con la respiración entrecortada, al localizarle se acercó a él con gran agilidad.


—¡M.A.! ¿Estás bien?


Se arrodilló junto a él y lo observó con ansiedad para comprobar si  de veras estaba bien. Su, tan atenta y profunda, mirada hizo que el chico se sintiera un poco incómodo. Ella se dio cuenta enseguida y, un tanto avergonzada, agachó la cabeza y guardó una prudente distancia entre ambos.


—¿Qué es lo que necesitas? –preguntó él bruscamente.

—Yo –se mordió el labio inferior. Sí, para qué había ido exactamente–, esto, solo quería saber qué tal te encontrabas, han sido unos días muy duros y eso. Así que –dudó–, quería asegurarme de que estabas bien –“supongo”.

—Pues, ya has visto que estoy bien; así que… –las palabras murieron en sus labios justo a tiempo. Había estado a punto de decir algo horrible de lo que probablemente se habría arrepentido más tarde. Habría estado mal por su parte decir algo tan hiriente después de que ella hubiera corrido hasta él, solo para saber si se encontraba bien.


Ambos permanecieron en silencio. La tensión era palpable. Los dos querían decir muchas cosas, pero ninguno era capaz de decir nada. La situación se había vuelto realmente incómoda. M.A. siguió con la espalda apoyada en la ambulancia mientras Alice se removía inquieta a una distancia prudencial.


—Verás…

—Esto…


Los dos habían hablado a la vez.


—Di –propuso el joven.

—Bueno –había pensado en cederle a él la palabra, pero probablemente habrían estado así durante un tiempo. Quería evitar dar pie a algo tan estúpido–, en realidad quería disculparme contigo.

—No tienes por qué hacerlo, en realidad si alguien debiera disculparse sería yo porque…

—No –lo interrumpió suavemente–, déjame terminar, por favor. M.A., tengo que disculparme contigo porque he sido un poco brusca. Es cierto que para mí casi fue ayer cuando dejaba este mundo, pero para ti, de eso, ya hace bastante. No he considerado cómo podrías haberte sentido al verme después de tanto tiempo, después de ver cómo moría entre tus brazos –alzó la cabeza para mirarle a los ojos directamente–. He sido un poco injusta la verdad, y quería disculparme por eso. Me gustaría que creyeras que soy yo, la misma Alice de aquel entonces; pero no puedo pedirte algo como eso.


El rubio no dijo nada. Permaneció en silencio sin saber bien qué responder ante tal confesión. Por lo que la chica continuó.


—No puedo obligarte a que me creas… Dios, ¿cuánto ha pasado ya de aquello? –se le hacía un gran nudo en el estómago al recordar aquel día– Pero, sí querría que supieras que sí soy humana. Es tal y como Maya dijo. No hemos dejado de ser quienes éramos a pesar de todo. No pedimos nada de esto, sin embargo, nos tocó. Y no podemos hacer nada para cambiarlo. Aun así, como somos ahora, seguimos siendo humanas…


La chica guardó silencio tras decir aquello. Sabía que si seguía hablando terminaría por romper a llorar en cualquier momento. Y lo último que pretendía era que él creyese que lo hacía adrede para coaccionarle. No, lo que realmente quería era que él confiase en ella de verdad; no que se sintiera obligado a hacerlo.

M.A. por su parte no sabía muy bien qué pensar sobre lo que acababa de decirle. No podía confiar en ella aunque quisiera, la imagen de la Alice que amaba muriendo entre sus brazos se lo impedía. No concebía el hecho de que –esa misma chica de la que se había enamorado– estuviera delante de  él, hablándole de aquella manera, como si lo que ocurrió aquel terrible día hubiera sido una pesadilla. Se sentía incómodo y extraño con ella.

Apartó la mirada rompiendo el contacto visual. No podía soportar esa intensa mirada. Aquel gesto hizo que a la chica se le partiera el corazón, pero él no se dio cuenta.

El rubio se llevó la mano a la cabeza para apartarse unos desordenados mechones. Inconscientemente dejó escapar un suspiro. Y al darse cuenta de ello se maldijo. Respiró hondo y volvió a mirar a aquella chica. Realmente parecía la misma a simple vista. De hecho, podría haber jurado que sí que lo era; pero no podía aceptarlo. “¿Por qué no puedo aceptarlo…?” se preguntó exasperado. No lograba comprender qué era lo que sentía exactamente. “¿Aún la amo?”.


—No tienes que aceptarme si no estás seguro –comenzó ella de nuevo, al ver que no se atrevía a decir nada–. Pero, si no fuera mucho pedir, ¿podríamos intentar volver a empezar de nuevo? –se mordió el labio inferior algo nerviosa. Tomando aire soltó de pronto:– No tienes que hacer nada raro. Solo sería volver a conocernos de nuevo, volver a empezar. Yo, de verdad que…

—Te debo una disculpa yo también –la interrumpió–, A-Alice. Realmente no sé quién eres, qué eres exactamente. Cuando te veo no sé qué pensar –hizo una pausa–. Todo sería más fácil si las cosas fueran de otra manera… –ella no dijo nada– Esto me está costando asimilarlo… –de nuevo otro silencio incómodo– Pero, creo que no puedo seguir así. Por el bien del resto, por mi bien… por el tuyo incluso.


El rubio volvió a interrumpir su discurso, pensando fríamente en lo que iba a decir a continuación. Debía buscar las palabras adecuadas.


—Creo que no estaría tan mal intentar empezar de cero –consiguió decir por fin. No estaba totalmente seguro de lo que decía, pero sentía que debía intentarlo al menos.


Al oír aquello a Alice se le iluminaron los ojos. “Una oportunidad…” era lo único que pedía.

Unos rápidos pasos empezaron a resonar por el parking y, ambos –sobresaltados–, se giraron hacia la entrada para poder ver quién se acercaba.



*        *        *


—No le des más vueltas –concluyó Dyss resoplando–. No sigas atormentándote por eso.

—Es muy fácil decirlo, pero no puedo evitarlo –dijo mientras se apartaba un rebelde mechón de la cara–. Decirlo es muy sencillo, hacerlo ya es otra cosa. Es que, si yo solo…

—Déjalo –no podía permitir que siguiera diciendo tales estupideces–. Lo que ha pasado tenía que pasar, y punto. No hay nada que podamos hacer ya al respecto. Tenemos que seguir adelante.

—Dyss, no es tan fácil –volvió a repetir.

—No, no lo es. Lo sé –apartó la mirada–, lo sé demasiado bien.


Maya guardó silencio. Por supuesto que no era sencillo. Habían perdido un montón de seres queridos, amigos y compañeros con todo aquello.


—Sabes –comenzó la castaña–, muchas veces he pensado que hubiera sido mejor no haberlos conocido. Porque, de esa manera, no habríamos tenido que sufrir al ver cómo se iban yendo uno tras otro, sin poder hacer nada para evitarlo. Es un pensamiento egoísta –rió–, lo sé. Pero, es cierto. Muchas veces lo he pensado –hizo una pausa–. Selene, Nait, Silver, Eriel, Jose… por no hablar del resto. Se me hace tan doloroso… ¿Por qué ha tenido que pasar esto? ¿Por qué? –Dyss esperó a que continuara hablando– ¿No habría sido todo más fácil si simplemente nunca nos hubiéramos conocido? –se echó para atrás apoyando las manos en el suelo, y miró hacia el techo de aquella habitación– Pero, cada vez que pienso en algo como eso, también recuerdo todo por lo que hemos pasado juntos. Y, entonces, me doy cuenta de las barbaridades que se me  pasan por la cabeza. Cómo olvidar todos esos momentos por los que hemos pasado juntos, cómo podría olvidar esos valiosos recuerdos –giró la cabeza hacia su hermana–. Puede que sea triste tener que despedirse de todos ellos. Aún no entiendo por qué ha tenido que pasar todo esto. Pero, sé que no me arrepiento de haberlos conocido.


Dyss sonrió al escuchar a su hermana. No podía estar más de acuerdo con lo que decía. Era cierto. Las despedidas siempre eran tristes, pero esos recuerdos inolvidables que habían vivido juntos hacían que mereciese la pena haberlos conocido. No podían quedarse estancadas en el pasado, tenían que seguir adelante por todos los que no habían podido, por todos los que se habían sacrificado para que ellos estuviesen allí.

Al pensar en todo lo que habría tenido que pasar cuando ella desapareció, se sintió tremendamente culpable. Sin haberlo pretendido había sumado otra preocupación más a su hermana. Se maldijo de nuevo. Pero, ahora que se habían vuelto a encontrar, no pensaba volver a dejarla atrás. Estarían juntas hasta el final, pasara lo que pasase. Ellas y su prima, las tres.

Volvió a mirar a Maya, que permanecía en silencio mirando hacia ninguna parte. A pesar de todo lo que había dicho, sabía que seguía dándole vueltas a lo de su amiga. La conocía demasiado bien como para no saberlo.


—No es culpa tuya que Selene muriese –Maya asintió con los ojos anegados en lágrimas–. No es tu culpa.


No sabía si acercarse a ella a consolarla o no. Ante la duda se quedó en el mismo sitio, sin atreverse. En parte, porque sabía que si lo hacía se pondría a llorar. Y no quería que su hermana la viera así, tenía que ser fuerte por ella, por las dos.


—Gracias Dyss –le dedicó una sonrisa de agradecimiento.

—Maya –dijo la joven tras un largo silencio.

—Dime.

—¿Dónde estabas antes de que nos encontráramos ayer? –preguntó por fin. Acababa de recordar que aún no sabía cuál había sido el motivo por el que su hermana pequeña había tardado tanto en volver. Porque, a pesar de los zombis y demás inconvenientes, intuía que había algo más.

—Ah –dibujó una extraña sonrisa–, eso –dijo al darse cuenta de a lo que se refería–. Me perdí –confesó avergonzada.

—Madre mía, nunca cambias –dijo Dyss riendo.



*        *        *


Eva no podía dar crédito a lo que veía. ¿Dónde se habían metido esos dos? Entró en la habitación y se plantó en el centro con los brazos en jarra. ¿Acaso no les había dicho que la esperasen allí? Lo pensó fríamente. No, no lo había hecho. Lo último que había dicho había sido que la esperara en el parking de la zona este. No, eso no había sido exactamente lo último. Le había pedido a Adán que vigilara que aquella chica no hiciera nada extraño. Resopló exasperada.

Fue a darse la vuelta para salir de la estancia, pero se detuvo a mitad de camino al reparar en el arco que había apoyado en una esquina. Frunció el ceño. Si no estaban allí y tampoco estaban practicando con el arco, dónde estaban. Se acercó inconscientemente hacia la esquina, pero tropezó con algo que había en el suelo. A punto estuvo de caerse. Se irguió con agilidad recuperando el equilibrio y reparó en lo que le había hecho tropezar, el juego de magia de Adán.


—Será posible…


Se agachó para recoger aquello del suelo y apartarlo de allí antes de que alguien volviera a tropezarse. Al pensar en cómo su hermano habría estado enseñándole trucos a Inma se le dibujó una sonrisa de ternura en la cara. Pero fue apenas durante unos segundos. Porque, al recordar que ninguno de los dos estaban allí, se le borró la sonrisa de la cara. “Mira que le había dicho a Adán que la vigilara” se dijo. Desde luego no podía fiarse de aquella extraña.

Después de haber apartado la caja del suelo salió a paso ligero de la habitación. Si no estaban allí, lo más probable es que hubieran ido al parking situado en la zona este. Y si no estuvieran allí… Resopló de nuevo. Esperaba que estuvieran allí, no tenía ganas de que la marearan por el hospital.

A pesar de que aún no se encontraba totalmente recuperada, no aminoró el ritmo en ningún momento. Descansar no entraba dentro de sus prioridades, había mucho por hacer. Y había pensado que ese era el momento idóneo para entrenar a aquella chiquilla. Suspiró al pensar en lo difícil que sería aquel reto. No las tenía todas consigo respecto a lo de entrenarla. Lo veía como un imposible, pero pensar que por lo menos Adán aprendería algo que le gustaba y que le sería de gran utilidad, le daba ánimos.

Eso sí, lo tenía muy claro. No le iba a dejar pasar ni una. Le daba igual que no pudiera más o que quisiera dejarlo. Ahora que se había puesto bajo su cuidado, la entrenaría como había hecho siempre; no pensaba hacer ninguna diferencia.

Mientras iba atravesando los pasillos y escaleras, iba pensando en lo que les diría nada más verlos.



*        *        *


—Supongo que vendrá cuando tenga tiempo o cuando recuerde que estamos aquí. Mientras tanto solo podemos esperar –concluyó Nicole–. Aunque también podríamos ir en su busca, ¿no crees?

—No creo que sea lo más correcto –la contradijo Davis–. Además, me da la impresión de que no es algo que se le pueda ir de la cabeza tan fácilmente. Recuerda que para él somos unos intrusos, una amenaza.


La mujer asintió. Tenía razón. Para aquel que se hacía llamar General, ellos dos no eran más que dos tipos que se habían colado dentro de su territorio sin previo aviso. Por lo que, no era algo de lo que uno pudiera olvidarse tan fácilmente. Al menos, no para una persona tan meticulosa como parecía que era aquel joven.


—Es cierto, tampoco pienso que se haya olvidado de nosotros –coincidió–. Pero, no creo que la idea de ir a su encuentro sea tan mala.


Su compañero tomó aire y la miró directamente a los ojos.


—No lo creo. Ten en cuenta que si estamos aquí separados del resto, es precisamente porque es exactamente donde nos quiere para tenernos controlados hasta cierto punto. Además, también hay que añadir que no conocemos el hospital ni el lugar en el que podría estar él ahora mismo. Si lo piensas fríamente, estamos en clara desventaja ya que no sabemos con certeza cuáles son los límites de la zona en la que estamos. Sería fatal si, con intención de encontrarle, esos presos se dieran cuenta de que hemos traspasado su zona sin nosotros habernos dado cuenta –inconscientemente se puso a intentar abrir el maletín que tenía a su vera. Nicole le miraba mientras hablaba, asimilando cada palabra que decía–. En nuestras circunstancias lo mejor sería esperar a que alguien venga a avisarnos; así evitaríamos desastres innecesarios. Además, en teoría, quedándonos aquí demostramos que no somos ningún peligro.

—Exactamente, en teoría –la inesperada aparición de Puma hizo que Nicole se sobresaltara. Davis, en cambio, no pareció inmutarse. De manera lenta y tranquila se puso de pie, dejando el  maletín a un lado. No le pasó desapercibida la fugaz mirada que le echó el recién llegado, pero no dijo nada–. Bueno, espero que hayáis dormido bien, pese a las circunstancias. Lamento haber tenido que tomar una decisión tan radical ayer. Pero, compréndanlo, tenía que velar por los míos, no podía permitirme el lujo de arriesgarme a alojar bajo nuestro techo a unos completos desconocidos. En estos tiempos que corren nunca se sabe. Y toda prevención es poca.

—Lo entendemos. Creo que, si hubiera estado en su situación, habría hecho lo mismo –dijo Nicole amablemente, mientras su compañero permanecía en silencio, esperando a que continuase hablando para poder saber qué era exactamente lo que querría de ellos.

—Bien –se acercó a ellos para acortar distancias y mostrarse más cercano a ellos–. Como dije ayer, me gustaría haceros algunas preguntas. Más que nada porque necesito saber a quién estoy metiendo entre mis paredes. Tengo una responsabilidad para con mis compañeros. Hemos sufrido y pasado por mucho durante esta catástrofe, y debo velar por su seguridad.

—Adelante –le invitó a continuar la mujer.

—Pero, aquí no. Vayamos a un lugar más cómodo en el que podamos hablar correctamente. –se dio la vuelta, dándoles la espalda mientras decía:– Síganme –añadió–. Ah, les recomiendo que no dejen nada atrás. Si lo hacen no les prometo que siga estando dentro de un rato.


No necesitaban que les recordara algo tan básico como aquello. Por sentido común, era evidente que dejar todo el material atrás sería un grave error. Los presos no paraban de dar vueltas por allí, bien porque estaban vigilándolos, bien por ver qué podrían conseguir. Antes de que les aconsejase que recogiesen sus pertenencias ya habían empezado a hacerlo. Lo primero de lo que se había encargado Davis había sido del maletín. En cuanto cargó con él, volvió a sentir como Puma lo miraba fijamente. Sin embargo, esa vez fue más breve que la anterior, por lo que por un segundo creyó que su imaginación podría haberle jugado una mala pasada. Pero no, lo había visto perfectamente, estaba completamente seguro de ello.

El joven general comenzó a guiarlos hacia el complejo a paso ligero sin mediar palabra. Ellos lo siguieron también en silencio.

Nicole le echó un rápido vistazo a su compañero pelinegro. Estaba un poco preocupada por él. Desde que habían llegado al hospital lo había notado algo extraño. Sin embargo, no se había atrevido a preguntarle directamente. Sabía que si lo hacía no le respondería claramente y saltaría con otra cosa. Por eso, no dijo nada. Esperaba que fuera él mismo el que quisiera hablar con ella. De todas maneras, tenía la intención de tocar el tema más tarde, porque allí con aquel desconocido no era el momento adecuado. Sí, esperaría un poco más.

Por fin entraron en el edificio. Una vez allí, su guía se detuvo un instante, se giró para ver que lo seguían y acto seguido volvía a echar a andar dirigiéndose hacia una de las escaleras que conducían a la primera planta. A la mujer todo aquello le ponía un poco nerviosa, no saber adónde les llevaba pero no dejó que ninguno de los dos pudiera darse cuenta de ello.

Finalmente llegaron a una habitación y, por fin, Puma rompió el silencio.


—Pasad, aquí estaremos más cómodos y podremos hablar como es debido.


Los dos entraron, aceptando la oferta. Una vez dentro esperaron a que volviera a hablar.


—Bueno –continuó Puma–, seré claro y directo. No quiero andarme con rodeos, puesto que el tiempo apremia. Bien. Lo primero que quiero saber es, ¿quiénes sois exactamente?


—Como dijimos ayer, no somos ninguna amenaza –decir que era directo tal vez se quedase corto–. Al igual que vosotros, nosotros también somos supervivientes.

—Yo soy Nicole, ex agente del cuerpo de policía de Stone City. Tal como dice mi compañero, Davis, no somos ningún peligro –intervino–. Al igual que vosotros, nosotros también tuvimos que pasar por lo mismo que ocurrió en la ciudad. En un principio, el objetivo de nuestro equipo fue el de destapar la verdad oculta que escondía Esgrip, después de descubrir las actividades delictivas que llevaban a cabo allí. Investigando, supimos también que estuvieron tras la pista de los grupos de supervivientes de aquella catástrofe; pero, en ese momento, nos pareció más importante revelar al resto del planeta lo que había pasado. Sin embargo, como sabréis, el mundo pronto acabó sumido en el caos y, ya, destaparlo o no carecía de sentido; por lo que, priorizamos el ponernos en contacto con los grupos de aquellos que consiguieron escapar de Stone City, para avisarles de que estaban siendo vigilados. Así es como conseguí ponerme en contacto con el grupo de Davis. Por desgracia, no pude hacerlo con el vuestro –seguía lamentando no haberlo conseguido en aquel entonces–. Pero, a pesar de todo y ante todo, somos como vosotros, supervivientes.

—Bien, bien. Pero realmente, eso no quita que podáis tener o no, más o menos relación con Esgrip.

—No hay ninguna manera de demostrar que no pertenecemos a Esgrip y de que no tenemos nada que ver con ella –habló Davis esta vez; de manera serena y segura–. A decir verdad no tenemos ninguna prueba que de fe de ello. Sin embargo, podemos asegurarle que no guardamos ninguna relación. Somos víctimas también de todo el mal que han causado –hizo una pausa antes de seguir hablando–. Puede creernos o no, pero puedo asegurarle que hemos sufrido tanto como vosotros esta tragedia por su causa. A lo largo de nuestro camino hemos tenido que ir dejando a muchos por el camino. Creo que sabe perfectamente a lo que me refiero. No es nada agradable, pero es algo con lo que tendremos que vivir por el resto de nuestras vidas.

—Ciertamente, no puedo fiarme de vosotros como si tal cosa, así de buenas a primeras –había dicho Puma en tono grave–. Como ya os he comunicado mi principal objetivo es proteger a mi gente, conseguir a toda costa que consigan sobrevivir al mañana. Sin embargo, entiendo demasiado bien lo que es la pérdida de alguien querido –Cerró los ojos un segundo, cruzándose de brazos–. Aun así, no puedo fiarme de vosotros. Venís perfectamente equipados y cualificados. No es que sea raro en estos tiempos que corren; pero, considerando la situación actual, yo lo calificaría de sospechoso.

—Si lo piensa no tiene nada de sospechoso. Bien lo has dicho, es normal en estos tiempos andar preparado en todo momento. Que tengamos un mejor manejo de las armas tampoco es nada extraño ni fuera de lo normal. Tenga en cuenta la experiencia que hemos ido adquiriendo para conseguir sobrevivir. A eso, añádale que mi compañera Nicole era miembro del cuerpo de policía. Por lo que, no es nada raro que tenga una alta cualificación en el manejo de armas. En cuanto a mí, tampoco tiene nada de extraño. Puede que no sea algo habitual, pero entiendo de armas gracias a cierta formación militar.

—Bien, aun siendo cierto que no pertenecierais a Esgrip y que vuestros grandes conocimientos sobre armas y defensa se debieran a lo que decís, no puedo fiarme todavía de unos tipos desconocidos que aparecen de pronto. Sería faltar a mi deber si lo hiciera. Tengo que asegurarme de que no seáis ningún grupo que pretenda salirse con la suya para su propio beneficio.

—Entiendo su desconfianza, y la respeto. Porque reconozco que aceptar de pronto a dos desconocidos como nosotros sería una imprudencia –coincidió la ex agente–. Son tiempos duros en los que no puede uno fiarse de nadie prácticamente. Pero, créanos, no tenemos intención alguna de aprovecharnos de vosotros de ninguna manera. Lo único que buscamos es un lugar en el que estar seguros, un sitio al que pertenecer.

—Pienso lo mismo que mi compañera. No tenemos intención alguna de engañarles. Además, que no tendría sentido. Por muy cualificados que seamos, jamás podríamos competir contra todos vosotros, nos superáis en número y me atrevería a decir que nos igualáis en experiencia. Por no mencionar a los presos. Sinceramente, no nos saldría nada rentable engañaros, no tendríamos ninguna oportunidad contra ustedes.

—Que no tengáis ninguna oportunidad no quita que no vayáis a intentarlo. En situaciones extremas el ser humano es que capaz de hacer cualquier cosa, y ya no digo cuando se siente desesperado. La desesperación puede provocar que las personas hagamos cosas que en otras circunstancias ni nos plantearíamos.

—Le puedo asegurar que no es nuestra intención –volvió a reiterar Nicole–. Como ya hemos dicho, lo único que queremos es descansar y, si fuera posible, poder unirnos a un grupo como el vuestro. Es verdad que pertenecer a un grupo conlleva muchas cosas y que deben hacerse muchos sacrificios por el bien del resto; aunque, al acordarme de todos mis antiguos compañeros, me pregunto si seriamente es lo que quiero –recordar a todos los que había dejado atrás le trajo un sentimiento nostálgico y doloroso–. Pero, al cabo de un tiempo, te das cuenta de que ya no puedes seguir solo. Las personas somos así.

—No hay ninguna prueba que demuestre que lo que decís sea cierto. Realmente es mi palabra contra la vuestra. Sin embargo, si lo que me habéis dicho es cierto, entonces estamos en el mismo bando. Yo, al igual que vosotros, busco un lugar mejor para todos en el que poder vivir medianamente bien, en las medidas de nuestras posibilidades. Por lo que, realmente, podría arriesgarme a confiar en vosotros.

—Agradezco que finalmente nos de un voto de confianza.

—No obstante –añadió–, aún no me fío plenamente de vosotros. Consideraos en período de prueba –Davis creyó notar cierta amenaza en sus palabras a pesar de lo que decían–. Bueno, ahora que más o menos nos entendemos, por qué no vamos con el resto. Aunque, antes –añadió rápidamente. “Demasiado rápidamente” pensó Davis–, veo que traéis muchos materiales con vosotros. Me preguntaba –el pelinegro se cruzó de brazos con una mirada impenetrable–, me preguntaba qué sería ese maletín que lleváis con vosotros.

—Ah, ¿esto? –preguntó extrañada Nicole– Este maletín lo encontramos en las instalaciones de Esgrip. Por la seguridad con la que estaba protegido, suponemos que debe ser bastante valioso y contener una información muy importante.

—Sí, es la impresión que me dio al verlo –Davis frunció levemente el ceño cuando Puma dijo aquello, se había dado cuenta desde el principio del gran interés que había mostrado por aquel maletín–. De hecho, he estado pensando que tal vez, solo es una suposición, que tal vez dentro pueda hallarse la solución a algunas cosas.

—Nos hemos planteado algunas posibilidades de lo que podría contener nosotros también –dijo Davis–. El problema ha sido que no hemos conseguido abrirlo. No ha habido manera.

—Se me ocurre que podríamos intentar abrirla, ya sé que no lo habéis conseguido a pesar de todo; pero, nunca se sabe. Si no se vuelve a intentar, realmente no lo sabremos. Y, creo que Payne, el doctor del Santa Abelló, podría ser capaz de conseguir tal prodigio.

—Podría ser… –dijo Nicole– Es cierto que si no lo intentamos no lo sabremos, así que, me parece bien. No perdemos nada.

—Bien, creo que ahora que hemos podido arreglar nuestras diferencias, deberíamos comunicárselo al resto. Luego pensaremos también en un lugar mejor en el que podáis alojaros, porque el parking en el que estabais es bastante incómodo.

—Muchas gracias de nuevo. Pero –añadió la mujer–, no creo que estén todos abajo. Tomaría tiempo reunirlos.

—No te preocupes, entre los tres seremos más rápidos. Bueno –se levantó de su asiento estirando los brazos–, ya que está el doctor Payne al fondo de este pasillo, podríamos aprovechar y llevarle el maletín para ver si pudiera hacer algo. Hombre, ya que estamos, por intentar que no quede.

—Sí, así matamos dos pájaros de un tiro –coincidió Davis.


Dicho aquello, salieron de la habitación llevando consigo aquel misterioso maletín. De nuevo con Puma a la cabeza, guiándoles por el hospital. Pero, como bien pudo percatarse Davis, esta vez se mostró bastante más cercano que la vez anterior.



*        *        *


Alice y M.A., al verse envueltos en tan extraña situación, sintieron como si estuvieran interrumpiendo. Además, la llegada de Eva les había recordado que no podían pasar todo el día allí metidos. Había más cosas en las que pensar. Así que, despidiéndose rápidamente, salieron del lugar dejando atrás a una avergonzada Inma, al pequeño Adán y a una Eva que no parecía estar de muy buen humor.


—Lo lamento, ha sido culpa mía. Me dejé llevar por la emoción y arrastré a Adán hasta aquí –se disculpó Inma agachando la cabeza. Que se había dejado llevar era quedarse cortos. Se había entusiasmado tanto al ver la habilidad del chico haciendo trucos de magia, que había querido mostrarle cómo era un circo. Con ese propósito lo había conducido allí para enseñarle algunas acrobacias y piruetas. Como recordaba que Eva le había dicho que la esperara en el parking de la zona este, habría resuelto que irían allí directamente. Así le enseñaría las cuatro cosas que sabía, mientras esperaban a que llegara..


El único inconveniente había sido que al llegar allí, se habían topado con que estaban Alice y M.A. hablando. Había pensado en irse a otro sitio, pero no creía que fuera buena idea. Si se iban a otro lugar que no fuera aquel parking, Eva tardaría una infinidad de tiempo en averiguar dónde se habrían metido. Por eso, pensó que quedarse allí sería la mejor idea, a pesar de que no estuvieran solos.

Pero, en el fondo, no llegó a plantearse cómo podría parecerle a Eva su atrevida idea.


—Hermana, lo siento, también ha sido por mi culpa. Me puse a enseñarle juegos de magia y la distraje.


No podía regañar a su pequeño hermano por algo como aquello. Lo que realmente le enojaba era aquella chica. Bien, ya estaba un poco harta de todo aquello, terminaría rápido.


—Bueno, dejémoslo correr –concluyó–. Adán, ahora voy a entrenar a Inma, así que, ¿por qué no vas a ver cómo está Florr mientras tanto?

—Claro –aceptó él rápidamente. Tenía ganas de verla, de saber cómo estaba–. Bueno, entonces me voy ya. Adiós hermana; adiós Inma, gracias por haberme enseñado lo que es un circo –nada más decir aquello salió corriendo en dirección a donde estaba su amiga descansando. Al oír lo del circo, Eva arqueó una ceja mirando a Inma, no sabía muy bien qué pensar.

—Bien, ahora que nos hemos quedado solas, podremos comenzar con el entrenamiento. Hoy, por ser el primer día, haremos algo breve. No es lo que suelo hacer cuando empiezo a entrenar a alguien, pero en  estas circunstancias creo que tengo que comenzar por un tanteo Antes de comenzar a entrenarte necesito saber cuáles son tus límites, cómo son tus movimientos, qué sabemos, qué no… Y para ello, no hay nada como un primer contacto contra mí.

–¿Cómo? ¿Yo contra… ti? –temía ya lo que pudiera pasar. Lo que le estaba diciendo le parecía una auténtica locura.

—Primero, lo que digo no se cuestiona, se guarda silencio y se acata. Y, segundo, reconozco que no es  la manera con la que hubiera comenzado un entrenamiento. Pero, no hay más remedio. Necesito saber cómo te desenvuelves, ver cuáles podrían ser tus puntos fuertes. Para ello, no hay mejor manera que una batalla entre las dos –al ver la cara asustada de la joven añadió–. En este enfrentamiento voy a controlarme por ser la primera vez y porque necesito dejarte espacio para ver cómo te mueves. No te preocupes, intentaré que sea una cosa no muy complicada por ser el primer día –después de decir aquello, añadió:– Bueno, entonces, ¡Empecemos el entrenamiento!



*        *        *


Apenas tardaron un momento en llegar al final del pasillo. Davis y Nicole esperaron a que comprobase si estaba allí o no, solo fueron unos segundos. Les respondió  afirmativamente y les invitó a que entrasen.


—Buenas, doctor. No queremos interrumpirle demasiado. Queríamos aprovechar ya que pasábamos, y pedirle que intentara abrir esto –se giró hacia Davis, que era quien había llevado el maletín–. ¿Puedo? –a modo de respuesta extendió la mano, acercándole el objeto. Puma no tardó en cogerlo. Acto seguido se lo pasó al tal Payne.

—Mmm, interesante –musitó–. Muy interesante –se remangó las mangas y se acercó a Puma, mirando aquel objeto que sostenía, con curiosidad.


Los tres permanecieron en silencio mientras el doctor Payne observaba detenidamente el maletín. Al cabo de un rato, levantó la vista por fin y dijo:

—Aquí no tengo los materiales necesarios para poder abrirlo. Tendría que ver si en mi laboratorio pudiera. Aun así tampoco estoy seguro de poder hacerlo. Si quieren más tarde podría intentarlo.

—Sí –coincidió Puma–, nosotros deberíamos aprovechar mientras tanto. Puede que lo mejor sea dejar esto para más tarde.

—Creo que será lo mejor –lo secundó Davis.

—Bueno, en ese caso, los veré luego –dijo secamente el doctor–. Si me permiten, tengo que terminar unas cosas. Agradecería que me dejaseis solo.


Y así, se fueron tal y como llegaron.

Puma, al recordar que aún tenía que ocuparse de unos asuntos, les dijo que se fueran adelantando y empezasen a reunir a todos para comunicarles lo que habían acordado. Por lo que, Davis y Nicole marcharon hacia la planta baja, dejando atrás al general. Los dos estaban pensando en todo lo que acababa de suceder. En teoría ya estaban dentro, solo tenían que demostrar que no tenían malas intenciones. No sería tan difícil, ya que a fin de cuentas todo lo que le habían dicho era cierto.


—¿Crees en todo lo que nos ha dicho? –preguntó la mujer sin apartar la mirada del frente.

—No –Nicole, en el fondo, ya se esperaba aquella respuesta–. No lo creo. Tampoco creo que confíe en nosotros. Pero, bueno, aun así, es un avance.


La mujer asintió. Estaba de acuerdo. Puede que siguiera sin creer en ellos completamente, pero por lo menos les había aceptado. Y eso era un gran paso.



*        *        *


—Dios mío, Inma. ¿Qué te has hecho? –Maya se llevó las manos a la cabeza al ver acercarse a su prima agarrándose el hombro con gesto dolorido. La chica se levantó ágilmente, dejando atrás a su hermana, para poder atender a Inma. Ella, a modo de respuesta, se encogió de hombros mientras dibujaba lo que parecía una sonrisa– ¿Cómo se te ha ocurrido? Acabas de pasar una buena temporadita con ese brazo hecho polvo, ¿es que no ha sido suficiente?

—Solo he sido un poco descuidada –resolvió su prima de manera despreocupada. Maya se giró hacia Dyss para coger el botiquín que Selene le había confiado antes de morir. Se volvió de nuevo hacia Inma y comenzó a examinarle el hombro.

—Decir descuidada es quedarse cortos. Tienes que tener más cuidado, Inma.

—Lo siento, estaba entrenando con Eva y sin querer me caí. En verdad no me he hecho nada. Solo he tenido la mala suerte de golpearme justo en el brazo que tenía mal.

—Eso es lo que algunos se han atrevido a denominar la ley de Murphy –soltó Dyss con tono solemne. La teatralidad con que lo había dicho había hecho que rompiese a reír. Eso solo sirvió para dar pie a la pelirrosa a continuar con una serie de chistes absurdos, haciendo que a su prima se le saltaran las lágrimas de tanto reír.  Maya permaneció al margen en un principio mientras le examinaba el hombro a Inma. Pero sus contagiosas risas empezaron a hacer efecto en ella.

—No te resistas, si estás deseando reírte –su prima no podía parar, una vez que Dyss empezaba ya no había ningún ser capaz de detenerla. A pesar de que a Maya también se le estaba pegando esa risilla floja, intentó no dejarse arrastrar por su locura. Si Inma no le hubiera dicho nada seguramente lo habría conseguido–. Sabes que es inútil que te resistas. En vista de tu terquedad, no me dejas otra opción. No quería tener que llegar a esto, pero…


Cuando dijo aquello a Maya se le vinieron a la cabeza los recuerdos de los días que habían pasado juntas cuando eran niñas. Y, así, pudo recordar aquel truco infalible de su prima para conseguir hacerla reír. Se llevó la mano a la boca para disimular que estaba riendo.


—Ey, ey. ¡La comisura, la comisura! –decía Inma acercándose a Maya– Venga, si te estás muriendo de la risa. No lo ocultes. ¡Eh! ¡La comisura!


Al final Maya terminó por echarse a reír. Aún no comprendía por qué su prima seguía usando aquella estrategia, si sabía que lo que realmente hacía que se riera era la curiosa cara que ponía cuando le decía aquello.

—Bueno –interrumpió Dyss con la cara descompuesta–, creo que tanta risa me ha hecho querer hacerle una visita al baño, Si me disculpáis, ahora vuelvo.

—Pero, ¿sabes dónde está el baño exactamente?

—Más o menos, pero no os preocupéis por mí. Llegaré a tiempo –Acto seguido salió pitando de allí, dejando a Inma y a Maya aún riéndose.


Después de haber conseguido calmarse y de haber recuperado la compostura, Maya apartó suavemente el botiquín y se colocó enfrente de su prima con una mirada más seria.


—Inma, en serio, tienes que tener más cuidado. Tu brazo aún no se ha recuperado por completo, no debes forzarlo. Entiendo que quieras aprender a valerte por ti, pero también tendrías que aprender a cuidarte. Las dos cosas son igual de importante, no deberías anteponer ninguna a la otra.

—Lo sé. Pero, yo que sé, no me puedo quedar de brazos cruzados, tengo que hacer algo. No puedo estar constantemente dependiendo de los demás. Es que, Maya…

—Tranquila, lo sé. No te preocupes. De todas maneras aún seguimos juntas, y ahora estamos las tres. Dyss, tú y yo.


Inma asintió. Tenía razón, por fin estaban juntas. Algo como eso no sucedía todos los días Era un milagro que estuviesen vivas y juntas. Eso no lo iba a negar, pero sentía que debía hacer algo mientras tanto.

—Maya, ¿te encuentras bien?

—Sí –respondió ella un tanto extrañada–, ¿por qué lo dices?

—No sé, desde que volviste al hospital te he notado algo rara. Bueno, no rara rara, quiero decir, que me da la impresión de que hay algo rondándote por la cabeza.


Ante aquella suposición permaneció en silencio durante unos instantes. Su prima, al igual que Dyss, había notado que le pasaba algo, que estaba más extraña de lo normal. Pero no podía dejar que supieran lo que le había pasado antes de llegar al hotel. Así que decidió no decirle nada tampoco a ella.


—Bueno, han pasado muchas cosas. Me siento un poco saturada.

—No te digo que no, pero no sé por qué pero tengo la impresión de que pasó algo antes de que te reunieras con el resto.

Las palabras de Inma habían sorprendido enormemente a Maya. Esperaba que no se diera cuenta, que dejase correr el comentario tal y como lo había hecho Dyss. Sin embargo, no había tenido en cuenta que Inma era mucho más observadora. Al darse cuenta de que no tendría por qué ocultárselo a ella, sintió como desaparecía un gran peso.

Inma esperó pacientemente a que su prima se decidiese a contarle aquello, pero la repentina aparición de Dyss obligó que esa conversación tuviera que esperar un poco.


—Los demás –cogió aire–, dicen que vayamos. Creo que hay algo importante que quieren decirnos a todos.

—Bueno, en ese caso, no se diga más. Vamos.


#Inma



No hay comentarios:

Publicar un comentario