Big Red Mouse Pointer

martes, 30 de noviembre de 2021

NH2: Capítulo 073 - Prisionera del Tiempo

 

Una amarga lágrima impactó en la árida tierra junto con el palazo final. Davis retrocedió con la mirada perdida en el agujero que acababa de rellenar, junto al que llevaba meses cubierto en el jardín. Alrededor, sus compañeros se aunaban con las manos entrelazadas, consternados por el desabrido destino que había vuelto a visitarles. Al menos, casi todos.

—Supongo que… si alguien quiere decir unas palabras, este sería…

Alice arrancó en llanto y se abalanzó sobre la tumba, abrazándose al montículo, insultando y pidiendo perdón a M.A al unísono. Maya e Inma corrieron a ofrecerle apoyo, pero ninguna pudo separarla. Fuera de sí, comenzó a excavar con las uñas, como si hubiese sido enterrado vivo y su misión se basase en rescatarle de aquel tormento, pero él… él ya no estaba. No se detuvo hasta que Nicole le puso la mano en el hombro, delicadamente.

—Tienes que parar, Alice, por tu propio bien.

La chica contrajo los brazos y sintió su respiración ir y venir como un imparable torbellino. Se dio cuenta de que se había convertido en el centro de las miradas, y no era para menos.

—Lo siento. No puedo estar aquí ahora mismo.

—Lo entendemos —respondió Maya con cariño—. ¿Quieres que te acompañe a tu cuarto?

—Gracias, pero quiero estar sola. 

Sin compartir más palabra, Alice se tambaleó hacia el interior de la casa hasta que se perdió de la vista de los demás. Segundos después, Maya recuperó la propuesta de Davis.

—A mí me gustaría hablar.

Un silencio imperioso confirmó que nadie estaba en desacuerdo. Se aclaró la garganta.

—Sé que M.A no era la persona favorita de algunos, y que no siempre ha tomado las mejores decisiones, pero la realidad es que no había maldad en su corazón. Siempre trató de ayudarnos, protegernos, a su manera. Durante mucho tiempo se me había olvidado que siempre estuvo ahí para mí cuando solo éramos Nait, él y yo. —Una sincera lágrima surcó su mejilla—. Es bastante irónico que no pudiese ver esto, después de todo lo que ha pasado.

—Ninguno nos podíamos imaginar que esto iba a ocurrir —trató Jessica de consolarla.

—Pero yo podría haberlo visto, Jess… Si tan solo hubiera sido un poco más valiente, lo habría descubierto y evitado.

La joven comprendió entonces el significado real de su mensaje, junto con algunos de los que la acompañaban.

—Me has salvado la vida dos veces —añadió Nicole—. No te hagas esto a ti misma. No es tu responsabilidad.

—Sí, lo era.

Todas las miradas se clavaron en Puma.

Alice atravesó como un torpedo la puerta de la cocina y se apoyó sobre la repisa. El oxígeno se escabullía de sus pulmones, su visión se emborronaba, sus manos se volvían extrañas, como si nunca hubiesen sido suyas.

—Está muerto, está muerto, está muerto, está muerto, está muerto, está muerto. —Hizo una pausa para recuperar el escaso aliento del que disponía—. Lo he matado, lo he matado, lo he matado, lo he matado, lo he matado, lo he matado, lo he matado.

Chilló. Se agarró con violencia la cabeza para que no se escapase de su cuello. Chilló. Le pegó patadas a una silla hasta desahogarse. Chilló. Golpeó la pared con los nudillos hasta que se hizo sangre. Intentó llorar, pero no había lágrimas. Chilló, y chilló, y chilló.

—¡¿En serio?! —le asestó Davis enfurecido—. ¡¿Nos estás jodiendo?!

—Eso, ¡¿de qué cojones vas?!

Una a una, las voces del resto se unieron a la reprensión. Puma prosiguió con convicción.

Agarró un plato y lo hizo añicos contra el suelo. Siguió chillando y destrozando cualquier pieza de vajilla que encontraba, incapaz de parar, incapaz de controlarse. Su cuerpo se disipaba. Ya no era su cuerpo, era una densa y pesada niebla que lo opacaba todo a su paso.

—Maya no se equivoca. Si me hubierais escuchado en lugar de decidir meterme en una celda, podríamos haber descubierto todo esto. M.A no habría disparado a esa chica y, en consecuencia, no se habría quitado la vida. Ahora, gracias a vuestra portentosa y funcional democracia, todos estamos senten…

—¡¡Aghhhhh!!

Un alarido le silenció. Antes de poder adivinar lo que estaba pasando, Davis se había lanzado sobre él y le había imprimido la lanza cerrada en la sien. Puma se desplomó como si fuera plomo.

Ya no sentía su corazón. ¿Se había detenido de una vez por todas? ¿Finalmente se marcharía? Cogió una copa que estaba encima de la mesa y la rompió en mil pedazos. Y voló.

—¡¡¡Estoy harto de ti!!! 

Con Puma preso por el cuello, continuó apaleándole, desatando toda la ira acumulada en su cráneo. Lejos de defenderse, Puma echó a reír como un demente, y con cada golpe de lanza, su risa se tornaba más y más profunda.

—¡¡¡¿De qué coño te ríes?!!!

Puma escupió. Un reguero de sangre caía de su frente.

—¿Así es como pretendes tener la razón? ¿Matándome de una paliza? En el fondo eres igual que el cadáver que está ahí abajo, un tipo patético con una vida patética y un hijo que será igual de patético.

Nicole y Jessica corrieron al unísono a detener a Davis antes de que cometiera una locura de la que se arrepentiría más tarde, Inma retrocedió asustada y Adán fue junto a ella para calmarla, Eva desenfundó su Scramasax y fue hacia Puma con la decepción impregnada en todo su cuerpo y Maya…

Una punzada en el cerebro la hizo exhalar todo el aire de sus pulmones. Alice cayó de rodillas y volvió a agarrarse la cabeza con fuerza, pero esta vez era su mente lo que intentaba mantener en su lugar. Su corazón volvió a ponerse en marcha como si le hubiesen inyectado adrenalina en vena. No podía parar. Iba a explotar.

Maya expelió un grito que ensordeció a todos. Un millar de imágenes comenzaron a discurrir por sus pupilas. Eran todos los recuerdos de su vida, unos muy luminosos y otros casi vacíos. Vio a Inma corriendo para sostener su cuerpo, un cuerpo que ya no era pesado. Intentó decirle que la quería, pero no pudo.

Alice se tumbó derrotada y recordó a M.A. Quiso traer a otras personas a su marchita mente, recordarlas, agradecerles todos sus esfuerzos, pero él regresaba una y otra vez. Sonrió mientras sentía que se iba.

Y entonces, todo se apagó.

 

—Si te soy sincero, te lo has tomado con mucha filosofía. Ley fue una de mis mejores amigas y su causa mi única razón de existir durante meses, pero si le hubiera hecho a Florr lo que le hizo a Dyss, no habría salido viva del hospital.

Maya expulsó una arcada. Se puso en pie, soltando la copa de su mano como si le quemara. Su cabeza le martilleaba, como si se estuviera adaptando a una realidad que no comprendía por completo.

—Maya, ¿estás bien?

Fue entonces cuando se percató del río, del árbol, de la botella de vino, de las dos copas y de Puma sentado en la sombra del abedul.

—¿Qué es esto, Puma? ¡¿Qué es esto, otro de tus engaños de enfermo mental?!

El susodicho se incorporó con su semblante descompuesto por el ataque.

—Uoh, tranquila, Mayita, esa agresividad no es necesaria. Estábamos hablando…

—¡¡No me llames eso!!

—Vale, vale…

—¡¿Qué coño hacemos aquí?! ¡¿Dónde están todos?! ¡¿Qué ha pasado?!

—No ha pasado nada, Maya.

—¡¡¿Dónde están?!!

—¡En la casa! ¡Están en la casa! Pero no deberías ir.

—Tú no tienes derecho a decirme lo que debo o no hacer.

Con Puma más que estupefacto, Maya echó a correr en dirección a la casa rural. Necesitaba que alguien le explicase por qué había aparecido en el río con el bastardo del gato fingiendo que no había ocurrido nada. Este se quedó observándola desde la lejanía como si finalmente hubiese alcanzado su grado definitivo de locura.

—¿Qué mosca le ha picado?

 

Casi vomitó cuando su conciencia volvió en sí. Su cabeza martilleaba como si estuviese siendo taladrada desde el interior. Tardo un par de segundos en darse cuenta de que estaba en el jardín y ni siquiera recordaba cómo o cuándo había llegado hasta allí.

—Alice, ¿estás bien? Te has puesto pálida.

Una mano muy conocida se posó sobre su hombro. Alzó la mirada con el corazón en un puño, y allí estaba… M.A, más vivo que nunca. Le abrazó sin pensarlo, confundiendo tanto a él como a sus acompañantes Inma y Davis, ya que hasta hacía no poco se encontraba jodiéndole como de costumbre. Aunque desconcertado, M.A la rodeó con cariño en sus brazos. Sentía el vigor de su corazón palpitando en el pecho y unas lágrimas comenzaban a surcar sus mejillas.

—Alice, ¿qué ocurre? ¿Por qué lloras? —la abordó Inma preocupada.

La chica respiró profundamente. Sabía que había formado un espectáculo, pero no había sido capaz de contenerse. ¿Qué podía decirle? Ni siquiera ella misma era consciente de qué narices estaba sucediendo.

El estruendo de una puerta abriéndose de un golpe la salvo. Maya se adentró en el jardín a toda velocidad, sorprendiéndoles. Parecía decidida a irrumpir en el salón hasta que se cruzó con M.A. Frenó en seco y le señaló con la boca abierta como si hubiera visto un fantasma.

—Tú… ¿M.A?

El susodicho se separó de Alice y encogió los hombros asombrado por la obviedad. Ella, por su parte, observó a Maya con curiosidad.

—Sí, soy yo. ¿Por qué me miras como si estuvieses viendo un perro verde?

Inma, consciente de que su prima iba a descubrir el plan, se adelantó para intentar llevársela de la casa. Fue inútil, pues Jessica apareció en el exterior sin ser consciente de su presencia.

—Gente, ya está todo listo. ¿Cuándo van a venir estos…? —se mordió la lengua cuando vio a la castaña, pero pensó que ya era demasiado tarde. Casi a la vez, Puma se unió al corrillo desde la carretera, recibiendo dagas en forma de miradas por su ineptitud.    

—Agh, mierda, ¿lo ha descubierto?

Los presentes se llevaron las manos a la cabeza mientras acumulaban más inquina hacia él. Davis habló decepcionado.

—Si le quedaba algún atisbo de duda, se la acabas de despejar, genio.

—¿Qué tengo que descubrir ahora, Puma? —se lanzó Maya clavando su dedo en dirección a M.A—. ¡¿Qué has hecho?! ¡¡Explícate!!

—Solo quería, queríamos — corrigió—, que tuvieras un momento de relajación. No creo que sea para que te pongas así. Lo hemos hecho con toda nuestra mejor intención.

—¡¿Qué?!

Con la conmoción de encontrar a su novio vivo ya superada, Alice comenzó a atar cabos. Se percató de los aceites aromáticos que sus compañeros portaban. Zigzagueo entre los presentes y abrió las puertas del comedor. Eva y Nicole, que charlaban en el interior, se sobresaltaron al ver a Maya en el jardín sin previo aviso.

—¡¿Pero qué coño?! —chilló Eva apagando su cigarro en un cenicero—. ¡¿Por qué no habéis dicho que ya estaba aquí?!

—Nos ha pillado tan por sorpresa como a vosotras —apuntó Davis—. Además, parece que ya se olía algo, así que hemos estado haciendo el imbécil.

—Pues qué bien…

Maya se unió a Alice con cautela, ignorando ambas la conversación. Su atención no se podía separar de la decoración mántrica del salón. Era milimétricamente igual que la preparada el día anterior durante la trampa de Puma. Incluso el aroma a lavanda se sentía de la misma manera.

—¿Cómo…?

Alice la asió por la muñeca y la pellizcó con disimulo antes de hablarle en susurros.

—Tú y yo tenemos que hablar más tarde. Hasta que sepamos qué pasa, aparenta normalidad.

Nicole se adelantó con los brazos en jarra.

—Pues nada, se nos ha fastidiado la sorpresa; una pena, aunque, si quieres que hagamos… lo que sea que Puma tuviera en mente, todavía estamos a tiempo.

Alice la miró implorándole que se inventara una excusa para no tener que soportar de nuevo la ceremonia. Maya estuvo de acuerdo.

—Os agradezco el esfuerzo, y no quiero sonar desagradecida, pero necesito hablaros de algo mucho más urgente. He tenido otra visión.

 

Desde la mesa del comedor, con las piernas cruzadas, Ada dio un sorbo a su café y examinó con disimulo a su compañero de piso. Aquella era la tercera noche seguida que Leo se apartaba a leer en el sofá. Odiaba cuando se obcecaba con aquel maldito libro.

—¿No vas a probar la lasaña, Leonard? La he hecho aposta para ti.

—No tengo hambre —sentenció pasando la página y prosiguiendo con su lectura.

 Las prisioneras del tiempo fueron una de las razas más poderosas que existieron durante la época del Dios Alatharor, pero su presencia era casi un mito entre la mayoría de la gente, e incluso se podía tachar de loco a quien intentaba convencer a los demás de que eran una realidad. Su desaparición de la vida pública fue debida a que Alatharor las consideró una gran amenaza para su supremacía por poder disponer del control del tiempo, así que ordenó llamar a todas y cada una de ellas a su palacio y las encarceló.

Para asegurarse de que no utilizasen su poder de ninguna de las maneras aprovechando descuidos de su Guardia Real, les ordenó cortarles las manos, y volver a hacerlo a medida que les crecían, como si fuesen uñas. Sin ellas, las prisioneras no tenían forma de dominar el tiempo. Igualmente, encarceladas y sin posibilidad de tener descendencia, era imposible que nacieran nuevas prisioneras del tiempo”.

—¿Cuántas veces has leído ese libro del magma?

—Mrajma, se dice mrajma —corrigió un poco molesto—. ¿Y qué más da cuántas veces lo lea? ¿Es que te molesta?

Ada frunció el ceño. Sabía perfectamente que su obsesión con el libro se debía a qué lo había encontrado en la mochila de su amiga, aquella a la que no habían podido localizar. Su actitud no podía ser nada sana.

—Al menos para cinco minutos y cena algo.

El poder principal, y más activo, de las prisioneras del tiempo era el de atrapar un momento del tiempo en un objeto cualquiera. Cuando este objeto se rompía, el tiempo retrocedía hasta el momento capturado. Solamente la persona que rompía el objeto y la prisionera del tiempo que atrapó el momento serían conscientes de lo que pasó durante la línea del tiempo deshecha. Para el resto, era como si nunca hubiese existido”.

—Leo, ¿me estás escuchando?

También eran capaces de observar cualquier momento del futuro, pasado y presente. El futuro visualizado no necesariamente se correspondía con el real, e incluso podía ser cambiado por las acciones de la prisionera. Incluso una servidora puede entender por qué Alasthor las temía tanto”.

—Hey, ¿qué demonios haces?

Leonard se quejó cuando Ada le arrebató el libro y lo tiró a un sillón cercano. Tras eso, le puso en las piernas un plato con lasaña junto con un tenedor.

—Suficiente. Come de una vez.

—No actúes como si fueras mi madre —refunfuñó el rubio.

—Mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo te diga.

—Jaja, muy graciosa, pero a duras penas podrías ser mi hermana.

Ada fingió un gesto hiriente y le señaló con severidad.

—Come, ya, o te pateo el culo.

Derrotado, Leonard comenzó a comer con desgana. Ada aprovechó para terminar su café y recoger las sobras de su propia cena. Estaba absorta en sus pensamientos sobre la misión del día siguiente cuando el chico la mencionó como si le hubiera leído la mente.

—Mañana vas a Rockrose, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? –Ada frunció el ceño.

—Abel me lo ha contado.

Por supuesto. Abel podía ser muy bocazas cuando se lo proponía.

—Salimos de madrugada. Hay gente viviendo allí y tenemos que negociar el contrato por el alquiler del pueblo.

—Creía que estaba infectado por muertos y era inhabitable, incluso escuché decir que había Akus. ¿Cómo puede haber personas?

—Estamos tan sorprendidos como tú —aclaró Ada apoyándose en una columna—, pero los rastreadores los descubrieron, y por lo visto, están bastante asentados. Quizá saben algo que nosotros no sabemos. Park dijo que todos eran jóvenes y adolescentes normales y corrientes, nada fuera de lo común. Será un trabajo fácil.

Leonard se mordió ligeramente la lengua.

—¿Cuántos soldados murieron la última vez que Lucille intentó tomar Rockrose?

Ada suspiró con pesar, navegando en sus recuerdos.

—Treinta y dos, más de la mitad descabezados por esos... Akus, como tú los llamas.

—Si ese grupo pudo limpiar el pueblo, no sé si será tan fácil como...

—¡Saldrá bien, Leonard! —El rubio lo entendió entonces. Sus palabras no eran más que un vano intento de despreocupación. La propia Ada no estaba muy convencida de lo que se iba a encontrar en Rockrose—. Todo saldrá bien.

—Está bien... —Leo se olvidó del tema y estiró el brazo para recuperar su libro.

—Me voy a dormir. No te quedes leyendo hasta tarde. Mañana tienes clase con Anka.

—Vale, que sí.

Ada dedicó una última mirada al adolescente y se marchó a su dormitorio. Mientras retiraba las sabanas, pensó en él, en el día en que lo encontró siendo perseguido por los sicarios del Padre, en lo que le costó adaptarse a vivir en la base, en las veces que le suplicó que debían seguir buscando a sus amigas, aunque todas las expediciones habían sido inútiles, en cuando le propuso vivir juntos, en todo el tiempo que habían compartido... Nunca había tenido un instinto maternal ni nada de eso, y creía que era demasiado joven para siquiera planteárselo, pero debía reconocer que le había cogido cariño al chaval.

Un mal presentimiento le había rondado toda la noche y continuó acompañándola hasta sus sueños más profundos. Solo esperaba que aquella no fuese la última vez que le veía.

 

Todos se reunieron en torno a la alfombra de meditación que habían preparado, tensos por lo que Maya tuviera que contarles. Alice la vigilaba sin la más remota idea sobre cómo iba a salir del paso. Tan solo quería conversar con ella a solas de una vez, que le dijera qué demonios había hecho para retroceder un día en el tiempo como si nada.

—Cuando quieras. Te escuchamos —la invitó Puma a que comenzase. Maya se aclaró la garganta nerviosa.

—Mañana, poco después de que salga el sol, dos personas se presentarán en la barricada de esa carretera —habló apuntando hacia la ventana—, un chico y una chica. Dirán que son de un lugar llamado la Sede, y que vienen en representación de una tal Lucille a negociar con nosotros porque vivir en este pueblo exige el pago de un alquiler.

—¡¿Qué?! —El coro de indignación se unió al instante, pero Maya les detuvo con un gesto.

—No he terminado. Nos negaremos a hablar, les presionaremos, y en mitad de la discusión, M.A disparará a la chica en el pecho, dos veces, obligándoles a marcharse. Lo último que nos dirán es que nos vamos a arrepentir.

Un torbellino de miradas se posó en el rubio, que levantó sus brazos en señal de defensa.

—No me miréis así, hombre, que todavía no he hecho nada.

—¿Has visto algo más? —curioseó Jessica.

Alice le hizo un ruego con el rostro para que mantuviera silencio. Probablemente temía que fuese a revelarles el suicidio.

—No, pero tengo un mal presentimiento. No creo que la historia se acabe ahí. M.A —habló dirigiéndose a él firme—, pase lo que pase mañana, sientas lo que sientas, NO dispares. ¿Entendido? No lo hagas.

M.A se dispuso a responder, pero Puma le interrumpió maleducadamente.

—Nos aseguraremos de que el lisiado no la cague, como de costumbre. ¿Podemos volver a lo del alquiler?

—Sí, yo también estoy interesada —añadió Eva—. ¿Por qué se supone que tenemos que pagar a esa Lucille?

El resto se unieron uno a uno a la demanda colectiva de información. Maya se angustió y alzó los brazos tratando de aplacar a la masa.

—Chicos, no sé mucho más que vosotros. Mi visión acabó justo tras los disparos. Tenemos que ser pacientes y cautos hasta mañana. No nos precipitemos, ¿de acuerdo?

Todos compartieron una reunión de amargas miradas ante la incertidumbre. No podían hacer mucho más que aguardar al momento mencionado por Maya, obedecerla y esperar lo mejor.

El ambiente se había empañado. La mayoría estaban tristes o asustados y no iban a dormir cómodos aquella noche. Maya se incorporó, se acercó a M.A, también en pie, y le puso una mano en el hombro.

—Confío en ti, ¿vale, M.A?

El rubio sonrió complacido.

—No dejaré que esa visión horrible se cumpla. Promesa de manco.

Maya se sumó a su sonrisa. Después de lo que había ocurrido, se arrepentía de no haber compartido un instante así con él desde hacía años.

Alice le hizo una mueca extraña, señalando al exterior. Maya obedeció a su señal y fue rauda al jardín mientras los demás recogían el salón y se preparaban para la cena con sus mentes especulativas aún conmovidas.

La rubia se había alejado bastante para estar plenamente segura de que nadie las oiría. Se abalanzó hacia Maya en cuanto la tuvo al lado y la zarandeó con violencia.

—¿Me quieres explicar qué coño has hecho? ¿Por qué hemos vuelto? ¿Por qué mi novio, al que acabo de enterrar, está ahí como si nada?

Maya se soltó visiblemente molesta.

—Sé lo mismo que tú, así que no me presiones de esa manera, ¿vale? —le aclaró Maya tajante—. Lo último que recuerdo es que Davis y Puma se estaban peleando tras el entierro porque el minino la estaba liando, como de costumbre. Entonces, sentí que me estallaba la cabeza, caí al suelo de bruces, todo mi cuerpo se retorcía, y cuando me quise dar cuenta, estaba en el río.

—Me pasó exactamente lo mismo. Estaba en la cocina, comencé a tener esas sensaciones que has descrito, y de repente, aparecí en el jardín con M.A delante mío.

—Si he sido yo, no tengo ni idea de cómo ha sucedido, pero me alegro. M.A está de vuelta y podemos enmendar el error que cometió. Quizá es mejor que nos olvidemos del tema y lo dejemos estar.

—¡No! —negó Alice en rotundo—. ¡No podemos olvidarnos sin más! ¡Tiene que haber alguna explicación de por qué hemos vuelto aquí y por qué solo nosotras dos recordamos lo que pasó! ¿No te pica la curiosidad?

Maya chasqueó la lengua confundida.

—Sí, pero...

—Si averiguamos cómo funciona todo esto de retroceder en el tiempo, sea un poder tuyo o mío, podríamos volver a cuando todo empezó y desmantelar a Esgrip. El apocalipsis nunca habría existido y nadie moriría. Joder, incluso podríamos ir aún más hacia atrás y evitar otras muchas catástrofes: el incidente de Chernóbil, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, las Guerras Mundiales...

—Alice... —Maya imprimió en su nombre un tono que la hizo volver de inmediato de sus fantasías.

—Vale, vale, me he puesto un poco en plan Proyecto Alice, pero nunca se sabe.

—Escucha, de momento, vamos a centrarnos en que M.A no dispare a esa chica. Después, si todo va sobre ruedas, indagaremos sobre lo del viaje en el tiempo. Y, Alice, por ahora, que quede entre nosotros. No se lo digas a nadie, ni siquiera a Puma.

Maya le extendió la mano a Alice, quien se la estrechó con fuerza sin dudarlo.

—Por supuesto, Mayita, será nuestro pequeño secreto de mejores amigas.

 

Nicole se hallaba ensimismada cortando un par de hojas de lechuga mientras Davis hacía lo propio con unos tomates cuando Eva surgió asaltándola por el lateral.

—Nicole, ¿tienes un momento? —le preguntó señalando al jardín.

—Esto... ¿No puede esperar?

—Ve, yo me encargo de terminar la cena —se responsabilizó Davis.

La rubia dejó el cuchillo y siguió a Eva hasta el exterior. Alice y Maya, quienes se encontraban allí cuchicheando, se detuvieron en cuanto las vieron hacer acto de presencia y caminaron al unísono hacia sus respectivas habitaciones.

—Nos están evitando —comentó la castaña.

—Sí, yo también me he dado cuenta. ¿Es por eso por lo que me has sacado aquí fuera?

Eva se apoyó en la verja de la entrada y se encendió un cigarrillo antes de proseguir.

—Sospecho que hay algo que no nos están contando. Tú eres la experta en mentiras. ¿Has notado algo que yo no podría?

Nicole se acomodó la coleta pensativa y se cruzó de brazos.

—Alice ha estado bastante tensa durante el relato de Maya, pero no la he percibido nada sorprendida, como si ya supiera lo que iba a decirnos.

—Tampoco ha reprendido a M.A ni nada por el estilo, como habría hecho en otras ocasiones.

—De hecho, el propio M.A ha dicho que tanto ella como Maya se han sorprendido al verlo en el jardín. ¿Por qué se sorprenderían? Alice iba con él y Maya lo había visto apenas una hora atrás.

—Aquí hay algo que no encaja en absoluto —sentenció Eva expulsando una calada—. Creo que Maya no nos ha contado todo lo que ha visto. Se está callando algo importante, algo que Alice sí sabe.

—¿Pero por qué? —musitó Nicole echando un vistazo en dirección a la puerta del cuarto de Maya—. No tiene sentido que nos diga todo lo que nos ha dicho y, al mismo tiempo, haga conspiración del silencio con Alice. ¿Cuál es el sentido?

—Eso es algo que tendremos que averiguar, tú y yo.

 

Acurrucada en el sofá, Jessica se dedicaba al descanso personal mientras esperaba a que las ensaladas de la cena estuviesen listas. No podía dejar de pensar en la visión que Maya les había transmitido hasta que, de repente, sintió una patada. Jess se acarició la barriga con cariño. Su futuro hijo ya empezaba a adoptar un volumen considerable y los puntapiés eran cada vez más numerosos. Temía el día en que no fuese capaz de ponerse en pie sin rodar pendiente abajo.

Vio a Adán acercarse con sigilo y detenerse junto a ella. Eva lo había enviado al dormitorio para no tener que lidiar con su inquietud hasta la hora de la cena y había sido demasiado ingenua como para pensar que no se iba a escabullir. Eso o no le importaba, en realidad.

—¿Puedo? —le consultó con ojos melosos. Jess le guiñó el ojo. Sabía perfectamente lo que le estaba pidiendo.

—Claro, todo tuyo.

Adán se arrodilló y apoyó la oreja en la tripa de la joven. Esperó unos minutos con algo de decepción hasta que notó un fuerte impacto.

—¡Ha dado una patada! ¡Espera, y ahora otra! ¡Y otra más!

—Está muy revoltoso últimamente, o revoltosa. Va a ser mucho peor que tú.

—¿Cuánto te queda de embarazo? —preguntó curioso.

—Pues menos de la mitad, creo. Es difícil llevar la cuenta en estas condiciones. Desde que me uní a vosotros mi vida ha sido como estar en una montaña rusa.

—Pero una montaña rusa divertida —Jessica no pudo reprimir una cálida sonrisa.

—Y la más acogedora.

Un grito de hombre reverberó desde la cocina, informando de que el manjar ya estaba listo. Jessica se incorporó con ayuda del pequeño y ambos entraron a esperar al resto del grupo.

 

El silencio invadía el ancho de aquel verdoso prado como un sepulcro. Solo una suave brisa irrumpía para mecer con suma liviandad sus cabellos. Con la mirada fija en el horizonte, la joven desenvainó el sable y ejecutó la primera estocada, espirando todo el oxígeno de sus pulmones de un tirón. Comenzó a sentir la adrenalina creciendo en sus venas como unas arraigadas raices, y prosiguió.

Recolocó la rodilla e inclinó la cadera rauda, ejerciendo el segundo movimiento, un más que preciso bloqueo. Le siguió un cuarteto de tajos que habrían desparramado las tripas de cualquiera que hubiera estado frente a ella. En una fracción de segundo, dió una voltereta sobre la vegetación y clavó el sable en el suelo con violencia, como si rematara a una víctima.

Sacó el arma, giró sobre sí misma como un rayo y fue a cercenar de nuevo a la nada, pero una mano detuvo la hoja con una fuerza casi sobrehumana. La persona que había surgido frente a ella esbozó una profunda sonrisa a la par que examinaba su porte entero.

—Madre... —susurró Vega sobrecogida—. Estás aquí de nuevo...

Un chasquido irritante inundó sus tímpanos. El acero del wakizashi se había partido por la mitad frente a sus atónitos ojos. Lucille arrojó la punta del sable con desdén y contempló el cielo despejado con los brazos en la espalda.

—¿De verdad pensaste que podías huir como un animal asustado? ¿No te he mostrado ya la fortaleza que reside en mi interior? ¿No eres todavía consciente de que mis deseos llegan siempre a su correspondiente puerto?

—Yo no soy tu deseo.

—Por supuesto que lo eres, lo has sido desde el día que naciste. ¿Qué podría disponer de mayor importancia que mi primogénito? Tú eres mi herencia, Nicholas.

Vega retrocedió. Un calor abrasante emanaba de la tierra, y de repente, se cercioró de que sus botas habían desaparecido. Las plantas de los pies le ardían. Su madre, sin embargo, ni siquiera parecía sentir el fuego.

—Por favor, no empieces otra vez...

—¿Empezar a qué, cariño? —Lucille acarició su mejilla, pero Vega la apartó con brusquedad.

—No mientes ese nombre.

La jueza se tensó y devolvió ambos brazos a su espalda, observando a su hijo analítica.

—Pensé que finalmente habrías escuchado la voz de la razón, pero parece que insistes en permanecer muerto. Esperaba mucho más de tu intelecto, Nicholas Vega.

—¡No estoy muerta! ¡Estoy muy viva!

—Engaña a tu conciencia tanto como quieras, pero estás muerto, y muerto permanecerás. Tus impías decisiones han cavado tu tumba.

Lucille bajó la mirada, cerró los ojos y expelió un agudo cántico. La pradera se agitó como si hubiese invocado un terremoto y una grieta gigantesca quebró el terreno entre Vega y su madre.

Para cuando quiso darse cuenta todo se había derrumbado a su alrededor y Vega se hallaba cayendo en un abismo. Su cuerpo aceleró en décimas de segundo mientras unas gélidas corrientes de viento calaban hasta sus huesos. Intentó gritar, pero una presión invisible en su garganta se lo impedía. Cuanto más caía, más robusta se tornaba, como una cuerda que se ceñía a su cuello, ahogándola.

Espiró un ligero, pero pesado estertor, y al fin, abrió los ojos. Lo primero que la joven sintió fue el desagradable sabor del plástico en su boca. Había algo similar a un tubo introducido hasta sus pulmones, y una mezcla de instinto y terror la llevó a morderlo. Las máquinas a las que estaba conectada empezaron a pitar una tras otra en una asíncrona melodía.

Miró alrededor, escrudiñando la habitación blanca, desconchada y poco decorada en la que se encontraba. Una chica rubia que no debía superar los treinta años estaba sentada muy cerca, vigilándola, y al percatarse de lo que ocurría, dejó el libro en el que estaba inmersa y corrió al exterior como si le fuera la vida en ello.

—¡Está despierto! ¡Ha despertado! ¡Avisad a la Jueza!

Vega quiso permanecer allí, descubrir dónde se hallaba y qué iba a suceder con ella, pero el agotamiento la venció y su conciencia volvió a irse entre decenas de irritantes alarmas.

 

Habían pasado ya varias horas desde la cena y la mayoría de sus compañeros estaban en sus dormitorios intentando fútilmente conciliar el sueño. No les juzgaba, el anuncio de Maya les había conmovido a todos, pero especialmente a él. Tanto era su pesar que M.A se había visto obligado a abandonar su sofocante cuarto y salir a tumbarse en la hierba fresca del jardín para pensar mientras contemplaba la luna.

¿Era así como se le veía desde fuera, como un maldito monstruo ciego de ira que empuñaba un arma y disparaba a sangre fría? Siempre se había justificado, siempre había convencido a los demás de que actuaba por un bien común al grupo, pero, después de escucharlo a priori de la voz de Maya, ¿lo hacía realmente o era puro egoísmo y autoengaño? ¿Cuánto tiempo llevaba actuando así? ¿Desde lo de Naitsirc, desde Almatriche o incluso antes?

Lágrimas se deslizaron por sus mejillas. M.A se puso en pie. Debía ponerle un fin a sus actos, debía detenerse de una vez por todas. Palpó su cintura y allí estaba su arma. Con decisión, cruzó la puerta a la carretera y se dirigió hacia el río.

Llegó en poco menos de cinco minutos. Pese a que en las últimas semanas el caudal había disminuido notablemente, el agua preservaba todavía suficiente corriente para lo que quería hacer. El rubio desenfundó su Walther 99 y la miró con una mezcla de desprecio y coraje. Uno a uno, acudieron recuerdos de todos sus amigos caídos a su mente, y por último, de su querida hermana Ley.

No había podido ayudar a ninguno, y en lugar de esforzarse por actuar correctamente, se había dedicado a llorar y patalear como un niño.

—Si solo voy a utilizarte para destruir vidas en lugar de protegerlas, entonces no te necesito para nada.

Lo tenía más claro que nunca. Las visiones de Maya no les protegerían siempre. Aunque no disparase a esa chica al día siguiente, su rabia volvería a estallar, como había hecho cientos de veces. Aquello era una señal. Tenían que atajar el problema de raíz, y esa raíz era él.

—Se acabó.

Con un gutural chillido, M.A arrojó la pistola al río.

 

Aquella expectante mañana Maya fue la primera en levantarse, alrededor de las cinco. Pese a que solía ser de las que más apuraba el sueño, ese día era una excepción. Salió de su cuarto y fue a hurtadillas hasta la cocina para prepararse el desayuno. Mientras se lo tomaba, meditaba sobre lo que iba a suceder. Recordaba que la reunión para encarcelar a Puma había comenzado poco después de las seis, lo que solo les dejaba una hora aproximada hasta que la Ministra y su lacayo se presentasen en la barricada.

Una media hora después, Eva apareció con sus armas para prepararse un café. La joven había sustituido la guardia que le correspondía a Maya para que esta pudiese asistir descansada a su supuesta visión, al menos todo lo que sus cavilaciones le habían permitido.

—¿Sabes cuándo aparecerán? Dijiste que sería por la mañana, ¿no?

—Sí, alrededor de las seis, así que no nos queda mucho tiempo.

Maya se encontraba tan vencida por los nervios que no se percató del error que acababa de cometer hasta que fue demasiado tarde. ¿Cómo podía conocer la hora exacta solo con su visión cuando lo único que había visualizado hasta el momento eran fragmentos sueltos de eventos? Eva le echó un vistazo analítica.

—Entonces será mejor que despierte a los demás. Ármate en cuanto puedas.

 Se bebió el café de un trago, dejó la taza en la repisa y salió al jardín a toda velocidad. Maya respiró más aliviada sabiendo que no la había descubierto.

 

Ada cambió de marcha bruscamente, haciendo que el jeep trastabillase. Abel, que observaba apoyado en la ventana el paisaje de secarrales que les acompañaba, se río burlón.

—Estás conduciendo peor que Jackson. Deberías haberme dejado el volante.

—Necesito hacerlo o perderé la práctica —aclaró Ada despejando el sudor de sus manos—. Además, este camino no ayuda. No sé cuántas veces le pedimos a la alcaldesa que lo asfaltase.

—Ah, sí, Liberty. Aún recuerdo cuando le arrancaron medio brazo en mitad del escenario.

—No lo menciones, por favor. Acabo de desayunar.

—De todas formas, te veo nerviosa —apuntilló Abel señalándola—. ¿Lo estás?

—Quizá… —Ada cambió nuevamente de marcha, contoneando en exceso el vehículo.

—Hemos tratado con situaciones mucho peores. Es extraño verte alterada. La jueza me dijo que incluso pediste traer refuerzos.

Ada se recolocó su coleta naranja visiblemente intranquila. 

—El resto de comunidades de la Sede se han construido con nuestra intervención, en mayor o menor medida, pero esta gente limpió Rockrose y lo hizo habitable sin ninguna ayuda cuando ni siquiera nuestras tropas lo consiguieron. Lucille piensa que va a ser como tratar con el resto, pero yo no estoy tan segura. Algo se nos escapa. 

—No le des tantas vueltas. Ya verás como todo sale bien.

—Eso espero.

Los siguientes veinte minutos hasta alcanzar Rockrose permanecieron en silencio sumergidos ambos en sus pensamientos.

 

En la cocina de la casa rural, casi todos desayunaban con sus armas junto a ellos preparados para el instante en que Eva y Maya, quienes custodiaban la carretera, les indicase que el dúo de la visión había llegado. Inma fue a morder un trozo de pan cuando las chicas irrumpieron en la cocina como una comitiva de guerra, haciendo que casi se atragante.

—¡Un jeep acaba de aparcar en la barricada! ¡Vamos!

El grupo salió a la carrera dejando sus alimentos a medias. Nicole detuvo a M.A cuando este se disponía a hacer lo propio.

—No pretendo desconfiar de ti, pero me sentiría más segura si me entregases tu pistola.

—La tiré al río anoche —aclaró el rubio chasqueando la lengua.

—¿Por qué? —Nicole frunció el ceño.

—Está mejor ahí. Puedes registrarme, si no me crees.

—No, no será necesario. Vamos.

 

El jardín del parque principal resplandecía con más belleza que nunca en aquellas matutinas horas. Ornatos de rosas con distintos colores acompañaban a tulipanes y hortensias en la región más septentrional, dalias y lirios adornaban el sur, y entre ellos, un pequeño riachuelo al que ya no le quedaba el más mínimo vestigio de vida.

Todos elementos individuales, inconfundibles, separables; todos despojándose de su esencia individual para constituir un retrato incomparable, apolíneo, digno de ser fotografiado una y mil veces.

—¿Leonard?

Leo se despegó de la ventana, siendo empujado fuera de su ensimismamiento. Tardó un poco en recordar que estaba en la clase de la señorita Anka.

—¿Sí?

—Estaba preguntando sobre vuestra fotografía favorita del arte bélico, y es tu turno.

Una sensación extravagante se apoderó de él, como si ya hubiese vivido aquella misma clase. Se dispuso a responder, pero el idiota de su compañero se adelantó.

 

Todos salieron a la carretera comandados por Eva y Nicole. Tan solo tardaron unos segundos en adoptar la formación que ambas les habían indicado, poco antes de que Ada saliera del coche, megáfono en mano.

—Ya están aquí. ¿Sabían que veníamos, Abel?

—Probablemente tengan puestos de vigilancia. No te rayes.

Maya se escabulló de la línea hasta colocarse junto a Inma, quien se notaba extremadamente tensa. Por su parte, Alice vigilaba a M.A, aunque no había indicios de que este fuese a reproducir su error.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Maya poniendo la mano en su hombro.

—Más o menos… —se sinceró su prima uniendo su mano con la de ella—. Espero que lo que viste no se cumpla.

—Ya hemos cambiado dos veces el futuro. Irá bien, ya lo verás.

Ada se mojó los labios y se dispuso a hablar a través del megáfono. Maya se separó de Inma y se acercó a la barricada. Los demás habían acordado designarla como encargada para negociar por ser la única que conocía a la perfección cómo se desarrollarían los hechos.

—Buenos días a todos. Me llamo Ada Lamberg. Este de aquí es mi compañero, Abel. Estamos aquí para hablar con vosotros en representación de la primera ministra de la Sede, Lucille Vega. Es posible que hayáis oído hablar de ella como la jueza.

Maya se cruzó de brazos, esforzándose por parecer impresionante.

—Sabemos quiénes sois. Estáis aquí para negociar el pago del alquiler por el pueblo.

—Correcto —afirmó Ada impresionada y aliviada a la vez.

—Negociaremos, pero no nos iremos ni cederemos a chantajes. ¿Te queda claro, Ministra?

Maya chasqueó los dedos, invitando a sus compañeros a desbloquear la barricada para que el dúo pudiese entrar. Nicole se colocó rauda junto a ella.

—Lo has hecho fenomenal. Podrías unirte a Eva y a mí como negociadora habitual.

—Qué va, no es lo mío para…

Una estocada de dolor ensartó su cráneo. Apretó los dientes intentando disimularlo, pero el ardor crecía mucho más rápido que en las ocasiones anteriores.

—Maya, ¿estás bien? —se preocupó Nicole por su expresión de sufrimiento.

—Visión… otra vez… —susurró la joven—. Tengo que irme. Volveré en cuanto pueda.

Para cuando Nicole trató de detenerla, Maya ya había recorrido la distancia que la separaba del jardín y corría hacia su dormitorio. Entró, cerró la puerta de un golpe y se sentó en la pared sujetándose la cabeza. Decenas de imágenes perforaron su mente como un inclemente taladro hasta que se detuvo en una de ellas.

—¡Para! ¡No te acerques!

Cuando el dolor se mitigó, Maya elevó la vista. El entorno había cambiado, como aquella vez en el ritual de Puma. Se encontraba en una calle desconocida, cerca de una gigantesca basílica. No era Rockrose, definitivamente. Frente a ella, Inma apuntaba con su P226 a una mujer. Parecía que defendía a Eva, quien se hallaba inconsciente en el suelo con su pierna herida.

—Las dos sabemos que no vas a disparar, Inmaculada. Tu Dios te castigaría, y nada hay más temible que la ira de Dios.

—¿Qué sabes tú de Dios? Solo eres una loca que interpreta la Biblia en su propio beneficio. Una monja real nunca derramaría sangre.

Maya observó a la desconocida. Transmitía inestabilidad, inseguridad y perversidad por cada uno de sus poros. El cabello rubio le caía en ondas sobre un hábito religioso y sus ojos azules se clavaban como afiladas dagas en los de su prima. Sujetaba una larga cadena con una hoz atada a uno de los extremos, la cual goteaba sangre.

—Eres tan pura, tan inocente —expresó la rubia sonriendo macabramente—. Me recuerdas a mí en mis años mozos, un diamante en bruto preparado para ser pulido.

La monja se acercó con cautela, provocando a Inma para que disparase torpemente al suelo. La respiración de la armada se aceleró presa de su montaña rusa de emociones.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer? ¿En serio? Voy a matarte, Inmaculada, voy a utilizar esta angelical hoz para abrirte el abdomen y me voy a dar un festín con tus intestinos, ¡y lo único que eres capaz de hacer para evitarlo es disparar al suelo! ¡Diamante en bruto, definitivamente!

Eva intervino por primera vez conteniendo las punzadas de dolor de su pierna maltrecha.

—Está loca, Inma. ¡Dispárale! ¡Hemos pasado meses entrenando para esto!

—Ah, sí, Inmaculada, ¡habéis pasado meses entrenando para esto! ¡¡Dispárame, diamante!! ¡¡¡DISPÁRAME!!!

Inma apretó con más fuerza si cabía el cañón. Su mano sudaba y se resbalaba del arma. ¿Qué debía hacer? La rubia reinició su acercamiento, soltando una maniaca carcajada con cada paso que imprimía en el asfalto.

Unos golpes secos la hicieron volver en sí. Continuaba tirada en la pared y su camiseta estaba empapada en sudor.

—Maya, estos dos nos están esperando. ¿Vas a salir ya?

Parecía la voz de Davis. Maya se incorporó y se cambió rápidamente su ropa rezumante. Una segunda persona intervino al otro lado de la puerta para detener los actos de Davis. Era Nicole. Probablemente le estaba explicando la situación. Antes de que la conversación diese pie a que ambos se marchasen, la joven salió al jardín.

—¿Estás bien? —se preocupó su compañera—. ¿Has visto algo?

—No, falsa alarma. Solo era una migraña. Tengo algunas desde que me quedé sin medicinas —mintió esforzándose por sonar convincente.

—El resto están reunidos en el salón. Será mejor no hacerles esperar.

Nicole y Maya concordaron con Davis y los tres se pusieron en marcha veloces. 

 

Aquel día era más especial para la Sede de lo que parecía a primera vista. No era solo que el destino de todos hubiese cambiado gracias a la intervención de Maya, sino que sería el momento en el que se presentaría uno de los proyectos en los que la jueza había invertido más recursos materiales y humanos.

Ella, Ogechi, un pequeño grupo de seguridad y una veintena de personas que habían decidido acudir a la exposición se repartían a lo largo y ancho de un espacioso salón de actos. Entre todos los asistentes voluntarios se hallaba Hawk, recluido en el fondo y observando con atención a la par que deslizaba una moneda entre sus dedos.

Leire, una morena de pelo corto con aires de superioridad a la que Lucille había nombrado como directora de investigación, se subió al estrado junto a su equipo y comenzó la explicación del producto con suma emoción. Se trataba de una bomba de proximidad que podía fabricarse con elementos caseros y sencillos de encontrar. Se había desarrollado durante meses y su uso se planteaba para la protección de los alrededores de la Sede y durante las expediciones.

Tras casi una hora aburrida hablando de especificaciones en la que la mayoría se sentían tentados a dormirse, llegó la parte que Hawk había estado esperando impaciente. Leire repartió varios prototipos de bombas para que las observaran más de cerca, asegurando que las habían desactivado y que, por tanto, no corrían ningún peligro.

Hawk sonrió y alzó la mano con disimulo. Leire continuaba hablando con el dispositivo en su mano cuando este se calentó en una fracción de segundo. Antes de que ni ella misma notase lo que estaba sucediendo, la bomba explotó, transformando su brazo en una amalgama de carne y empapando de sangre a todos los de la primera fila. La chica expelió un grito que desgarró su garganta y cayó desmayada. Una segunda bomba estalló, incendiando la camisa y el pelo de un ciudadano.

El pánico se apoderó de la sala. Hawk se escabulló el primero, siendo el más cercano a la salida, y se encendió un cigarrillo al tiempo que se alejaba. El resto comenzaron a correr despavoridos, el equipo de seguridad se encargó de evacuar a Lucille y su ayudante con rapidez y los compañeros de Leire la condujeron al hospital esperando poder salvarla.

Hubo muchos comentarios al respecto. Nadie sabía qué demonios había pasado, pero sí que aquella imagen quedaría grabada en sus retinas de por vida.

 

Tras adentrarse en el salón, Maya descubrió que habían recolocado todas las sillas de la casa formando un círculo. Todos ocupaban una a excepción de Adán, quien estaba tirado en el sofá escuchando música con sus cascos. El trío se acomodó en sus asientos y permitió que Eva diese paso a la Ministra. La chica se aclaró la garganta.

—Bien, para empezar, debo aclarar que entiendo vuestra confusión acerca de por qué os pedimos un pago. Sois el grupo más pequeño y autosuficiente que hemos encontrado y estoy segura de que os habéis sacado las castañas del fuego solos durante mucho tiempo.

>>No quiero que sintáis nuestra presencia como un robo, sino como un alquiler. La Sede puede hacer mucho por vosotros más allá de prestaros el pueblo siempre y cuando aportéis vuestra contribución.

El grupo compartió miradas fugaces analizando en silencio sus palabras, pero nadie quiso exteriorizar lo que pensaban.

—Dicho lo cual, lo que solemos hacer es aplicar una cuantía fija con un porcentaje que varía en función del tamaño del pueblo y del grupo que lo esté habitando.

—¿Y qué cuantía nos correspondería, exactamente? —indagó Nicole alzando ambas cejas.

—Sois pocos, por lo que la jueza ha determinado aplicaros el mínimo; un cinco por ciento. Si aceptáis el trato, volveremos en unos días con un contable para que haga todos los cálculos necesarios.

—¿Y qué pasaría si decidimos no aceptar? —preguntó Puma chasqueando los nudillos.

—Tendríais que abandonar Rockrose en el plazo máximo de una semana.

—¡¡Eso es injusto!! —M.A se incorporó de un salto con la cara enrojecida—. ¡Este pueblo estaba completamente infectado cuando llegamos! ¡Nosotros lo hicimos habitable! ¡¿Dónde se había metido entonces vuestra contribución?! ¡Venís a cobrar como si hubierais estado aquí desde el principio, pero no habéis levantado ni una piedra de este lugar en ruinas!

—Siéntate, M.A —Alice se había incorporado y había colocado su mano en el pecho del rubio para calmarle.

—Te lo explicaré, no hay necesidad de alterarse. Hemos sufrido ciertos pro…

Las palabras de Ada se quebraron. La joven se palpó el labio superior y descubrió que un hilillo de sangre se había deslizado desde su fosa nasal. El corro la escrutinó con una mezcla de curiosidad y preocupación.

―Necesito un minuto.

Antes de que alguien se atreviese a preguntar, Ada se escabulló de la sala y se plantó en la carretera principal en un par de zancadas.

―¿Está bien? ―se preocupó Adán, que mantenía un ojo en ella a través de la ventana.

―Tranquilo, chico, se le pasará pronto.

Abel prosiguió mientras la chica se esforzaba por controlar pacientemente su respiración. 

―Como Ada estaba diciendo, hubo problemas en Rockrose. Una horda de muertos enorme hizo de este lugar su carretera cuando se dirigían al norte. De los casi dos mil habitantes que el pueblo tenía, solo cincuenta sobrevivieron, y ninguno quiso quedarse, así que se trasladaron a la Sede.

>>La noticia corrió rápido en la región, y desde entonces, este pueblo se considera un lugar maldito. Nadie quería ni quiere vivir aquí, por lo que la jueza consideró que era un desperdicio de recursos seguir manteniéndolo habitable. Vuestra llegada fue imprevisible.   

A Davis casi se le escapó recriminarle por la presencia de los niños muertos en la feria, pero recordó que seguía siendo un secreto.

―¿Por qué no mandasteis a nadie para ayudar? ―preguntó Inma interesada.

―Nuestro ejército estaba centrado en repeler a unos atacantes del sur conocidos por haber saqueado grandes territorios para hacer crecer su comunidad. Fueron tiempos duros.

―¿Vuestro ejército? ―recalcó Eva con una expresión de disconfort―. ¿Cuántos sois en esa Sede?  

―Sin contar con las zonas alquiladas, nos acercamos a una población de 7.000 habitantes censados, aunque hay gente que viene y va, así que no es totalmente preciso. Nuestra Ministra del Interior, Margareta, puede daros más detalles

―Sois muchas personas. ¿Podéis mantener a todos?

―Por supuesto, cada uno de los miembros aporta su granito de arena y contribuye a que la comunidad prospere.

―O quizá os mantenéis estafando con alquileres a personas indefensas por un pedazo de tierra que reclamáis como vuestro ―añadió M.A a la consulta de Alice.

―No es en absoluto como piensas. La Sede os puede pagar de la misma forma que vosotros lo hacéis. De hecho, la jueza quiere recompensar vuestros servicios en Rockrose entregándoos esto.

Abel se sacó del bolsillo las llaves de un vehículo y se las entregó en mano a Nicole.

―Son de un todoterreno. Ahora es de vuestra propiedad, junto con un suministro inicial de gasolina que podría extenderse a través de la negociación. Os está esperando a buen recaudo en un garaje de la Sede. Lo único que debéis hacer es acompañarnos hasta allí para formalizar el contrato de alquiler. Con un representante que firme será suficiente.

El grupo se mantuvo unos segundos absorto examinando la llave. Quizá aquel era el golpe de buena suerte que habían estado aguardando, pero parecía demasiado bonito para ser real.

―Esto es un soborno.

―¡Cállate un poco, M.A! ―le espetó Davis nervioso.

―¿Y, si aceptamos, qué pasará con la aldea? ―apuntó Nicole recordando a los Matados―. Hay unos chavales allí con los que también tenemos un contrato.

―Esa aldea es territorio de Rockrose y se incluye en su alquiler. Podéis hacer con ella lo que os plazca siempre y cuando no la destruyáis. Es la única prohibición que se aplica a los terrenos exteriores a la Sede.

Todos compartieron una mirada de indecisión, conscientes de que la oferta era tentadora. Al final, Eva rompió el silencio.

―Tenemos que pensar sobre esto en privado. ¿Podríais concedernos unos días?

Una serie de ladridos surgió del exterior. Adán, angustiado, señaló a la ventana. Abel fue el primero en acercarse y observar a Ada tirada en la carretera con Niko a su lado. Echó a correr con un mal presentimiento y el resto le siguió.

Niko se apartó y caminó hacia Jessica cuando la ayuda llegó. Esta acarició al cachorro como recompensa mientras Abel se arrodillaba para examinar a su compañera, la cual convulsionaba lentamente.

―¿Qué le pasa? ¿Es epiléptica? ―consultó Maya haciendo acopio de sus conocimientos en primeros auxilios.

Abel vaciló antes de responder, justo a la vez que Ada terminaba con sus convulsiones.

―Sí…, sí, es epiléptica. Tengo que llevarla a la Sede para que la vea un médico.

―Iré contigo ―se ofreció Nicole dando un paso adelante.

―No es necesario. Puedo encargarme de esto.

―Soy agente de policía, Abel, es mi deber. Además, no es la primera vez que me enfrento a este tipo de situación.

Alice y Maya cruzaron miradas e intercambiaron el mismo pensamiento. No les encajaba lo que le estaba sucediendo a la Ministra en ese preciso momento. Sería mejor que la vigilaran.

―Nosotras también vamos ―comunicaron casi al unísono junto con Eva.

―Bueno…, está bien ―se resignó Abel―. No perdamos más tiempo.

El joven cogió a su compañera entre sus brazos y los cinco corrieron hacia el jeep. Dejaron a Ada recostada en el asiento del copiloto, se colocaron como pudieron en los asientos traseros y, seguidamente, Abel se posicionó como conductor y pisó el acelerador a fondo.